jueves, 2 de enero de 2020

Un cubo de colores


El veinte veinte ya está aquí y no ha supuesto un cambio drástico en aquello que pienso, luego existo.
Cambiar unos dígitos o una hoja de calendario, no es más que un acto tan justo y necesario como otro cualquiera. Bien es verdad que en esta transición entre un final de diciembre y unos albores de enero, suceden cosas muchas veces inexplicables.
Las gentes incluso parecemos buenas, frente a aquellas otras que no hace tanto vestíamos rutinas, indiferencias y vacías existencias. Como si de un espíritu antagonista del maligno se tratara, damos por bueno lo que antes era regular.
Y así, con ese renovado aunque seguramente temporal espíritu de dulzura sentimental, el chucuchú sin chucuchú del mismo vagón del metro de siempre, me acerca como el año pasado hasta sentarme en mi puesto de trabajo.
En ese trayecto, caras somnolientas tan parecidas a la mía que parecemos compinches. Mujeres, hombres y aunque parezca extraño por las fechas, incluso algún niño. Y un armario.
Sí, uno de esos armarios de tres cuerpos, que tuvo a bien sentarse a mi lado, obligándome a reacondicionar posición si no quería verme abocado a un incómodo viaje al país de nunca a gusto.
No suelo fijarme en mi vecino o vecina de asiento, pero esta vez, sin proponérmelo, algo llamó mi atención.
Por el rabillo de mi ojo izquierdo, percibí algo que sobresalía del pecho de ese cuerpo. Una protuberancia de color anaranjado y una longitud como de un palmo de mano grande.
Pareciera algo así como una zanahoria y en verdad que sin ser natural, lo era, porque ya fijándome con total y a la vez disimulado descaro, detrás de esa zanahoria, se dibujaba en un gran jersey de lana verde un hermoso, blanco y abrigado por bufanda roja, muñeco de nieve.
Sensacional y navideño jersey en un tipo enorme, de mediana edad, que no podría escuchar mis pensamientos, entre otras cosas porque sus oídos los ocupaban unos auriculares elevados a la enésima potencia.
Ahí podría acabar esta historia, pero no. Del bolsillo derecho de ese en cierto modo Papá Noel disfrazado, apareció de repente un cubo de Rubik con todos sus colores. En las manos de ese hombre, ciertamente que era un juguete que se puso en marcha a una velocidad endiablada. Los colores blanco, rojo, azul, naranja, verde y amarillo comenzaron a bailar en todas direcciones sin orden ni aparente concierto.
Años ha que uno de estos cubos se me acercaba y comenzaba a funcionar.
No serían más de dos estaciones las que asomaron por las puertas del vagón, cuando el caos más absoluto de cubo, se transformó en una perfecta alineación de caras del mismo color para asombro de los que como yo observábamos ya con descaro la habilidad de este hombre.
Para mí quisiera reordenar así mi cabeza de pensamientos, palabras, obras y omisiones en este año recién parido. Aunque no me veo yo vestido de esa guisa, sí que me dio qué pensar ese tipo que levantándose del asiento, consiguió levantarme a mí también el ánimo al darme cuenta que la Navidad, el juego y el disfrute, bien pudieran merecer la pena de todo un año, aún a costa de una nariz en el pecho y un cubo de colores.


* FELIZ AÑO DE COLORES 

3 comentarios:

  1. En alguna ocasión he tenido en las manos un cubo de colores, sin conseguir realizar con éxito la tarea, si he visto en alguna vez la destreza de alguien que en pocos segundos lo dejaba alineado a la perfección.
    Feliz año.

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  2. ¡Feliz Año Nuevo, Luismi! Que venga cargado de salud, alegría y cosas buenas. Un abrazo muy grande.

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  3. Muchas gracias Matías y Rita por vuestros comentarios para iniciar éste 2020.

    Un fuerte abrazo y Feliz Año

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