lunes, 29 de agosto de 2022

Estación cobardía

Un apacible viaje en cualquier línea de metro acompañado de mi “chica”. Charla intrascendente o con la normal trascendencia que acompaña a cualquier matrimonio. Se abren las puertas automáticas del vagón y entran unos jóvenes (cuatro chicos y una chica) de no más de 15 o 16 años a rostro descubierto. Digo lo de rostro descubierto, porque según las normas, dentro de los vagones, aunque nos pese, es obligatorio el uso de mascarillas.

Ellos gritan, ríen, se cuelgan de las barras de sujeción igual que primates en los árboles… Todo parece estar permitido en sus cerebros aún por desarrollar con plenitud.

Ahí llegó mi primera estación cobardía y lo admito; porque como usuario del Metro, o digamos que como simple humano al que no le gusta ser humanoide, debería haber reprochado la actitud a estos indocumentados aunque llevaran su documentación. Pero no; oí, vi y callé.

Siguiente estación cobardía: se abren las puertas en otra estación y accede al mismo vagón otra joven en apariencia incluso más joven que estos elementos. Verla la primera chica y gritar “¡Mirad, la Carla con las ganas que le tengo!” “¡A por ella!”.

Dicho y hecho; rápidamente encaminaron sus pasos hacia ella en tono amenazador, aunque no contaron con la bendita casualidad de que en ese momento esta chica iba acompañada de una señora que a la sazón era su madre y otro joven alto que pude deducir que era su hermano. Eso la salvó porque lógicamente quien sí se enfrentó a esos llamémosles “cafres” fue la propia madre. El resto del vagón permanecimos impasibles y sin reaccionar.

Nos puede el miedo; quizás el miedo a ser insultados, vejados o incluso heridos por estos jóvenes a los que me niego nombrar como “incomprendidos de la sociedad actual”. Si tengo que calificarlos con la mayor suavidad, diría que son maleducados redomados o proyectos de gentuza adulta en formación.

La sociedad no tiene culpa de parir gentuza como esta; quizás la falta de justicia y respeto, de verdadera educación dentro y fuera de las casas y de unos políticos a los que les puede más el valor de un voto que trabajar para  inculcar valores que conviertan chacales en personas, puedan explicar estos comportamientos.

Añadamos a todo esto mi propia cobardía y la de todas las personas que queriendo una sociedad tranquila, miramos impasibles cómo en esta vida pareciera que siempre ganan los malos.

Ojalá llegue un día en el que por fin con la palabra, los hechos, la educación y cierta valentía, los que nos consideramos en el lado de los buenos, podamos decir sin necesidad de mover un pie ni levantar una mano…

 

¡A por ellos que son pocos y cobardes!

 

 

 

 


4 comentarios:

  1. Estar en la playa y ver un postt tuyo y sonreír es todo uno!!!
    Si que es lamentable la dejadez con la que dejamos que el mal ronde alrededor nuestro. Increible que con la ayuda de la compañía una fulanita ( por no ponerle nombre) se encare con otra persona amparada en el número. Seguro que solas y cara a cara como se suele hacer entre adultos de bien no le llegaría a la suela de los zapatos o zapatillas en este caso.Que grandes cobardes estamos criando!!!!

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    1. Niñatos que lo tienen todo y les falta lo principal. Disfruta de esa playa antes de regresar a esta vorágine. Besos

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  2. También he visto ese tipo de incivismo en el metro, pero ocurre que si les llamas la atención lo menos que puedes recibir es un insulto.
    Si les plantas cara puedes salir mal parado y si no lo haces te vas con una mala leche del demonio.



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  3. Así es Matías desgraciadamente. Un abrazo

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