viernes, 14 de octubre de 2022

Buen camino

             

    Sentado y al abrigo del hogar, en el silencio y conmigo mismo como única compañía, resuenan muy adentro dos palabras que durante unos días han sido tan peregrinas como las tres almas que a golpe de bastón, fe y voluntad recorrieron frondosos paisajes, polvorientos caminos y aldeas con olor a bienvenida.

    Un camino en el que no existían razas, ni credos, ni clases; sólo las personas que dirigían sus pasos a un objetivo común de torres altas y un Apóstol esperando.

Con nosotros viajó también nuestra conciencia; la que enturbia nuestra existencia y aquella otra que nos empuja a realizar el bien que la naturaleza humana lleva impregnado desde su nacimiento pero que por obra y gracia de una humanidad deshumanizada, arrinconamos en un lugar profundo de nosotros mismos.

He visto sonrisas sinceras en el camino; también rostros de sufrimiento pero a la vez con una fuerte determinación en su mirada.

He sentido la brisa de un amanecer en mitad de una nada llena de altos árboles y sonidos de pisadas, manantiales y naturaleza viva.

Conocí en el camino a mucha gente y sobre todo, reconocí sentimientos que creía perdidos.

Quien no crea, no me creerá, pero desde mi punto de vista encontré en el camino a ese Dios que pareciera que con premeditación te va marcando ese otro camino que cada uno necesita en un determinado momento. Me hizo acompañar del gran esfuerzo y determinación de esa mujer que tuvo a bien cruzar en mi vida hace ya más de treinta años y que con una mochila a cuestas, su fibromialgia y sus múltiples dolores quiso y supo llegar a la meta superando todos los obstáculos.

¡Qué decir de ese otro ángel que por encima de ampollas y caminar dolorido siempre tuvo un momento de ayuda y auxilio a los demás sin perder la sonrisa que de serie ya tenía al nacer!

O de esa otra que sin poder acompañarnos, siempre nos hacía sonreir desde la distancia cuando escuchábamos sus bárbaras ocurrencias.

Encontré buenas palabras y deseos sinceros en albergues donde todos éramos uno y uno éramos muchos.

Encontré la caricia de un animal con ojos de canica y los abrazos de su dueña que nos contagió de alegría, bendita locura y la certeza de que este mundo está muy necesitado de abrazos así.

Sentí la música de Louis Armstrong cuando ya asomaba casi la meta y de unos cánticos de clausura en el silencio de un templo a pocos metros separado del tumulto de la Catedral o esos otros cánticos de un pequeño grupo portugués mirando un altar.

Fueron muchos los momentos, las llamadas de atención por lo visto y oído, pero me quedo con unos minutos de esos que la mayoría llamarán casualidad, pero no yo.

En una de esas jornadas vespertinas tras el esfuerzo de la ruta de ese día, me llamó la atención un expositor de camisetas frente a una tienda. Comencé a ojear todas con la intención de comprar alguna como recuerdo del camino, cuando un señor de avanzada edad me recriminó de una forma poco educada que estaba manoseadndo y descolocando todas. No contento con ello, a las personas que iban llegando les relataba mi “hecho delictivo” como si de un verdadero delincuente se tratara. Ahí ya se encendieron no sólo mis alarmas, sino también ese demonio que todos llevamos dentro y que en un momento determinado es muy difícil de sujetar.

Educada pero muy severamente y alzándole la voz le recriminé su actitud y me llevé de allí a mi mujer y a mi hija echando pestes de aquel lugar y personaje. Todo debería haber quedado en ese instante y lugar, pero en ocasiones soy animal rumiante que durante un tiempo rumia lo que no debiera y me costó incluso conciliar el sueño.

Pero el amanecer de nuestra última etapa cuya meta era Santiago, me deparó la sorpresa de otra meta quizás mayor y sentida; la meta del PERDÓN.

A falta de unos seis kilómetros para contemplar en la distancia la hermosa Catedral, decidimos hacer un último alto en el camino para tomar un café y renovar fuerzas en el sprint final. Paramos en un pequeño bar a cuya entrada había un gran puesto con artículos de recuerdo y un señor que al vernos nos dijo: “Buen camino”

Este señor me resultó familiar porque tenía la misma cara de mala leche que aquel con el que tuve mi mala experiencia del día anterior. No toqué asiento en el bar cuando mi mujer me dijo: ¿no lo has reconocido?

Ahí, en ese preciso instante, todos los naipes de mi baraja se vinieron abajo, porque sentí que se me ofrecía una segunda oportunidad para alcanzar Santiago con el vacío de maldades necesario para sentir que lo que quise buscar, lo encontré.

No tomé asiento y mis pies, mi alma y mi conciencia me llevaron hasta aquel hombre que al verme ya comenzaba también a dirigir su pasos hacia mí. La conversación fue corta pero eterna…

“Buenos días, dije yo. Creo que a Vd. le conozco y que tuvimos ayer un encontronazo en su tienda”.

“Buenos días, me contestó él; sí soy yo y les he reconocido nada más pasar” Le pido perdón; sin rencores ¿Verdad?

“Por supuesto que sin rencores; me alegro y mucho de haberle conocido” Y dándonos la mano y un abrazo, la palabra PERDÓN, se tiñó de plena presencia entre dos hombres.

¿Casualidad? Sigo diciendo que no para mí y que quizás unos kilómetro más allá una imagen de un Apóstol dibujara una sonrisa y a ambos nos deseara más que nunca:

 

¡BUEN CAMINO!


P.D. Dar las gracias a todas las personas que hicieron de este camino una experiencia de vida con su trato, amabilidad y disposición de ayuda. Especialmente a Marcial del Albergue Deselmo en Arzúa que me recordó a un amigo asturiano que marchó y seguimos echando de menos. A María y su hijo Jacobo del albergue O Burgo en O Pedrouzo por la ayuda muy amable a la hora de informarnos. A la Guardia Civil que fueron ángeles custodios que incluso detenían la circulación para que unos pocos peregrinos pudiéramos seguir nuestro camino. A la gente que se hizo acompañar por esos otros ángeles de cuatro patas que animaron con su cariño nuestras rutas (Aria, Tyson, el perro Patucos, Lion...). Al personal de la cafetería Tokyo en Santiago de Compostela por su trato más allá de la profesionalidad; a ese dueño de bar orgulloso de ser fan de Fito Cabrales y que plasma en sus servilletas un pedacito de canción. A ese otro al que pedimos nuestra primera ración de tarta de Santiago, iniciando el Camino de Santiago, en el Restaurante Santiago y que además se llama Santiago. En fin, a tantas y tantas buenas gentes, incluidas aquellas que también llevábamos en nuestras mochilas y por las que pedimos un futuro mejor. Y en último lugar por aquello de que los últimos serán los primeros, a ese Dios sin cuya guía, protección y ayuda esta historia no hubiera sido posible.



































































































6 comentarios:

  1. Un estupendo reportaje de vuestro camino de Santiago que tan ampliamente nos has traído.
    Un abrazo.

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    1. Muchas gracias Matías. Buen camino. Un abrazo

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  2. que maravilla ese caminar bellas fotos

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  3. Mi amigo de la mochila nos hace el regalo de verle a su familia y a él recorriendo un camino que yo ya no podré hacer nunca y lo tenía en mente.
    Me estoy recuperando de esa maldita enfermedad que padece una de cada ocho mujeres. Me canso mucho.
    Muy bonitas fotos. Sana envidia, fuimos a ver al apóstol pero en coche hace un tiempo.
    Buen reportaje, buen mozo, (también soy alta), y muchas indulgencias ganadas.
    Un abrazo Luismi y por favor, que no olvide hacerse las revisiones recomendadas tu linda y sonriente señora.

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    1. Querida amiga: no hay mejor camino que el marcado por la buena gente con la que nos vamos encontrando en la vida. Este chico de la mochila seguirá caminando con ánimo y con la esperanza de que tanto tú como todas esas mujeres que padecen esa enfermedad os podáis recuperar de la mejor forma posible. Y si esa recuperación fuera tan buena como deseas, tienes un camino que te está esperando por tierras gallegas. Nunca es tarde para hacerlo. Muchísimas gracias por tu comentario, tu compañía y tus consejos. Un abrazo muy fuerte amiga.

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