Un hombre se encontraba profundamente dormido en el sofá, cuando de repente, un timbre sonó con estridencia. Los ladridos del perro que dormitaba a su lado, aceleraron su corazón en un palpitar de susto y espanto.
Oyó una voz que decía:
“Va a subir alguien preguntando por ti”
Aún con el ritmo
cardíaco desbocado, se levantó y sus pasos le llevaron a la puerta de su
domicilio tantas veces franqueada. La abrió y al otro lado se encontró con el
silencio del rellano de escalera vacío.
Aguzó el oído y un
sonido casi imperceptible de maquinaria, le hizo comprender de inmediato que un
ascensor subía.
La puerta se abrió
y se sorprendió al ver a un hombre desconocido que acercándose con parsimonia,
le entregó un paquete, marchando por donde vino y perdiéndose sus pasos esta
vez por los treinta escalones que separaban su objetivo de la salida a la
calle.
El protagonista de
nuestra historia, cerró la puerta con un paquete en una mano y un interrogante
en la otra. Debía buscar un cuchillo, unas tijeras o cualquier objeto de corte
que le permitiera rasgar el precinto que en varias capas reforzaban la
seguridad de apertura de ese paquete.
Le costó esfuerzo
dejar al descubierto lo que verdaderamente parecía una caja de zapatos.
¿Una caja de
zapatos? Surgió una duda. La duda dio paso a la extrañeza y la extrañeza a un
cierto desasosiego rayano con el temor. Algo en lo más profundo de su ser le
decía que debía abrir esa caja con sumo cuidado.
Así lo hizo y al
descubrir su contenido, mil voces surgieron; mil gritos agónicos de muertes al
acecho se abrieron paso entre el asombro de sus ojos y la conciencia de que el
terror se escribía con nombre y apellidos. Los nombres y apellidos de unos
autores de novelas que fueron un día compañeros fieles de un joven que con más
miedos que vergüenzas, leía y devoraba sus historias de terror con avidez.
Pocos amigos tenía
entonces ese chaval, pero esas novelas, le llevaron a recorrer fantasías que
aunque se pintaban en color rojo sangre, dejaron volar su imaginación hacia
escenarios terroríficamente entretenidos.
Hoy, ese chaval es
un hombre con DNI de otro siglo, canas adornando las fantasías de su cabeza y
un traje hecho a la medida del orgullo y agradecimiento que siente por tener
una hija que a muchos kilómetros de él, se acordó que la fantasía y el amor
mutuo, siempre pueden ir unidas y atesoradas por más que pasen los años, en una
simple caja de zapatos.
A mi hija María,
desde la patata
En una caja de zapatos caben muchas cosas, recuerdos, fotos, postales, monedas, canicas, llaveros, novelas de terror, ja,ja, pero sobre todo cabe el corazón y el amor de un hija.
ResponderEliminarSaludos Luismi.
Caben tantas cosas... Y normalmente solemos dejar en ellas buenos recuerdos.
ResponderEliminarFeliz primavera
Un abrazo