viernes, 12 de abril de 2024

Calle Libertad

 


Dejé una calle de nombre Libertad, echando la vista atrás con el gusto amargo de recuerdos que siendo hermosamente pasados y vividos, dudo mucho que verán futuros. Recuerdos de tiempos felices; de músicas ajenas a mí y muy cercanas a buenos sentimientos entre buenas gentes que algún día dejaron de ser compadres para encerrarse en el peor lugar posible que no es otro que dentro de uno mismo con el odio, el ego y el orgullo como únicos y malsanos acompañantes.

Viendo al poeta cantar, recordé noches de abrazos, pitillos y cervezas cinco estrellas a precios de cuatro. Noches de madrugadas locas entre palmas, cajones y tumbaos apaleaos.

La música anoche, no era la misma; su voz, tampoco. La poesía, sí. ¿Por qué? Pues porque cuando quien manda está por debajo del cuello y por encima del ombligo, lo bueno fluye y lo malo se adorna.

Sentado a una mesa, acompañado de mujer, amigo y birra, escuché historias nuevas, algunas canallas, algunas tiernas y otras con sabor a dulce de membrillo.

Atrás quise dejar años de silencios, de perplejidades, de incomprensiones y quise abrir nuevamente el cajón de lo bueno; de aquello que al final debe quedar en los posos del buen vino.

Hubo una persona, un hombre allí, en esa misma calle Libertad, que conociendo historias como yo conozco y con amigos comunes me dijo:

“Tengo la esperanza, de que algún día, estos se arreglen  porque desde su separación ya nada ha sido igual”.

Amén, pensé yo. Y de camino de vuelta al hogar, recordé una fotografía que siempre marcó una de esas noches que dejan feliz a quien la vive y que muchos años después con más canas que vergüenza, con menos vista que oído pero con el mismo corazón de amigo, quisiera, pediría y rezaría incluso a la Virgen de las ausencias, porque se volviera a hacer real.

Si pedimos la paz en el mundo, comencemos a hacerla realidad entre las gentes a las que sólo nos separa el pasado.










miércoles, 20 de marzo de 2024

Parada y fonda

 




Llegó el momento, sí; antes de lo previsto y por circunstancias aún más inesperadas. Llegó el momento de hacer parada y fonda y abandonar cuarenta años de madrugones, de transportes abarrotados de un público que como yo debía buscarse la vida perdidos en la inmensidad de la gran ciudad.

La salud debe ser siempre lo primero en ser buscado y lo último en ser perdido. 

Ha sido casi un año de baja laboral desde aquel veintiuno de marzo de dos mil veintitrés en el que tuve que echar el freno antes de que mi visión me hiciera descarrilar definitivamente.

Casi un año de mil visitas a hospital, de muchas noches de insomnio inquieto en la madrugada de los que buscan esperanza aún dentro de nubarrones muy negros.

Días también de confianza agarrado a una fe que gracias a Dios y a algún amigo que sé le acompaña, siempre han velado por mí.

El tiempo desgasta y su transcurrir sin noticias, aún más hasta que por fin hace escasamente diez días, una resolución en cuatro folios declaraba que esa persona que en nombre y apellidos era idéntica a la mía, oficialmente era declarada de forma permanente y absoluta, incapaz para realizar cualquier actividad laboral y por ello pasaba a formar parte del selecto grupo de aquellos denominados pensionistas.

Pudiera sonar a drástico, triste o incluso amargamente penoso, pero a mí me sonó a justo. Justo porque es lo que la vida me ha puesto delante de esos ojos que con mucha dificultad ven hasta un límite muy limitado, pero un límite al fin y al cabo.

No odio al mundo, ni a mi suerte, ni a la vida y mucho menos a Dios. Es los que me ha tocado vivir y doy gracias por ello. Y doy gracias a todos aquellos que durante estos cuarenta años como trabajador han formado parte de ese curriculum que hoy toca a su fin.

No daré nombres, pero existen personas que no fueron compañeros o jefes míos sino que fueron verdaderos amigos. Sí, fueron pocos, quizás no más de uno o dos, pero su grandeza multiplica sus obras por mil.

Con el resto, compartí trabajos, alguna risa y quizás mil cervezas y dejo atrás la satisfacción plena del deber cumplido.

Al final como en las buenas películas, los que quedan son los buenos y para mí los buenos han sido, son y serán siempre los míos. 

Ahora es hora de volver a casa desde cualquier lugar que no sean las cuatro paredes de ninguna oficina. Es hora de visitar obras como cualquier jubilado, con la diferencia de que a mí las obras que más me interesan son las de teatro, cine o sucedáneos y siempre acompañado por aquella que formó y sigue formando la mayor parte de lo vivido hasta aquí.

La música la seguiré llevando en mis genes y ahora tendré tiempo de degustar sin prisas unos buenos acordes, unos buenos audiolibros o unas letras que aún con bastante dificultad quiero seguir escribiendo en mi añorado y últimamente muy abandonado Café del Swing. Nunca es tarde si la dicha es buena más aún cuando como una jovencita dijo una vez:

 

 

“Se está mejor en casa que en ningún sitio”

 

 

P.D. Tenía que incluir como música de retorno un tema que siendo de rabiosa actualidad, ha formado parte muy importante de todos estos años. Mr. Knopfler, por muchos años más de buena música.



lunes, 23 de octubre de 2023

El soldado

 



    El soldado se acerca por el norte; mirada al frente y con la cadencia de paso correcta para quien es veterano en estas lides.

Sus botas resuenan en el pavimento; el arma, en hombro izquierdo; su marcialidad, llena de ensayos lejanos en el tiempo.

No quise hablarle, no quise distraerle, no quise hacerle observar que su arma al hombro no era otra cosa que la sombrilla arrancada de la terraza de un bar.

Se detuvo a la altura de una furgoneta y a la voz imaginaria de “Alto, Derecha, AR”, saludó con el puño cerrado en la sien a todo un perplejo repartidor.

Me dejó mudo y pensativo. Quizás con el asombro de ver en ese personaje el valor que se nos suponía a los demás en tiempos lejanos de mili y también con la admiración de aquellos que vemos en ciertas locuras una vía de escape en un mundo como éste.


            Su valor es su locura, su locura es su medalla.

jueves, 13 de julio de 2023

Petates, cunas y fiesta

 


Anoche fue noche de recuerdos de otro siglo. La música (la buena música) te transporta a buenos tiempos, a buenos momentos vividos que sin poder ser devueltos al presente, durante dos horas me hicieron disfrutar recordando viejos temas que por ser buenos, serán eternos.

Un tipo de peinado imposible, cara golfa de serie, voz ronca y movimientos de joven de casi ochenta años, llenó el Wizink Center de Madrid, de fiesta.

Ya el preámbulo sentado en un vacío recinto escuchando las canciones que amenizaban la espera, prometía. Todo eran temas conocidos, de quizás la mejor época de la música que la generación actual debería tener como asignatura obligatoria de cualquier cultura que se precie.

Rod Stewart trajo a mi memoria recuerdos de miedo en un petate camino al servicio militar obligatorio en el que como único acompañamiento musical llevé dos cintas de cassette que no eran otras que un doble en directo (Absolutely live) de ese artista que justo cuarenta años después, iba a disfrutar en directo. Su música hizo que olvidara los sufrimientos iniciales entre uniformes militares y órdenes de altavoz.

Años más tarde, también su música, sus baladas, sirvieron para mecer cunas y brazos sosteniendo a esas hijas que haciendo un gran esfuerzo económico me regalaron la entrada para revivir todo eso en el concierto de anoche.

Y aunque debo confesar que no estaba especialmente motivado para este evento, ya por la mañana quise acercarme por los alrededores del Wizink con la imposible idea de quizás encontrarme por allí con la banda o con el mismo artista si por casualidad realizara las pruebas de sonido preceptivas. Lógicamente, no pudo ser y lo más que pude ver fue una rubia cerveza acompañada de un buen amigo y comida excelente.

Así llegó la tarde y llegó la hora de acudir al evento a pesar de mi dificultad visual aunque estaba convencido que no sería obstáculo para disfrutar de una buena velada. No me equivoqué porque desde un principio ya tuve la ayuda de una chiquita de peto azul que muy amablemente y siempre con una sonrisa, casi me acunó en el asiento que mi entrada señalaba. A esa chiquita sin nombre, mil gracias.

Cuando las luces se apagaron, gaitas escocesas comenzaron a sonar anunciando la entrada en un gran escenario de una de esas estrellas míticas del rock que tienen la particularidad de mover las piernas y las gargantas de jóvenes y menos jóvenes; de hombres y mujeres; de puristas y de otros que como yo lo único que buscan es olvidarme durante un tiempo de que existe un mundo real y zambullirme en ese otro mundo de fiesta y degustación de espectáculo visual y sonoro del bueno.

No puedo poner un pero al espectáculo contemplado. Quizás faltaron algunas canciones pero qué más da si lo escuchado nos conmovió y movió a todos los presentes.

Arropado por una excelente banda de instrumentistas, además de unas maravillosas vocalistas y bailarinas que acompañaron al rubio hincha del Celtic de Glasgow, consiguió que los asientos que todos los presentes ocupábamos fueran simples espectadores por su escaso uso.

No hice apenas grabaciones ni fotografías; no era necesario; era la hora de degustar viejos temas sin sostener más que la mirada y afinar el oído para que fuera éste un gran concierto a recordar. Y así lo viví. Un concierto elegante, hermoso, entrañable de una de esas estrellas que quizás no volvamos a ver sobre un escenario, pero que marcaron quizás la mejor época de la música y de muchos de los que hemos tenido la fortuna de disfrutarlos.

A Sir Rod Stewart y toda su banda y sobre todo a esas dos niñas que regalaron a su padre una entrada para el recuerdo, G R A C I A S











P.D. Fue de agradecer el recuerdo a tres grandes que se han ido recientemente (Tina Turner, Jeff Beck y Christine McVie).



      

 

 

miércoles, 28 de junio de 2023

Un lío de fe


 

Es muy difícil escribir cuando independientemente de la dificultad visual que arrastro, debo enjugar  lágrimas bañadas en recuerdos mientras una música lejana me acerca a una bellísima historia.

Se funden en mí hoy dos sentimientos contrapuestos, pero que bien entendidos son perfectamente complementarios.

Por un lado, la tristeza por la pérdida física del mejor amigo que nunca tuve y que quizás tendré. La pérdida de conversaciones regadas en cerveza o simples cafés bajo la sombrilla de cualquier bar; la confianza de dos hombres que pensando en minutos transcurridos, se daban cuenta con perplejidad que el tiempo se medía en horas. La mirada del amigo que unos bancos más adelante en la iglesia llegada la hora, volvía la mirada para encontrarse con la mía y desearme en la distancia la misma paz que siempre nos hemos deseado  y tantas y tantas cosas 

  Y por el otro, la alegría contenida en el fondo de mi alma por saber que desde un lugar llamado Cielo, nos sonríe a todos con la misma sinceridad que adornó toda su vida.

Mi amigo Ricardo fue, es y será siempre un ser especial que el Dios en el que creo puso en mi camino y en el de mi familia más cercana.

No recuerdo bien cómo surgió nuestra amistad; quizás bastó mirarle a los ojos o escucharle con los oídos del corazón bien abiertos.  Porque este hombre estaba vestido con el don que sólo los seres de luz como él pueden transmitir sin palabras. Bastaba un gesto, una mirada, dos palabras o un abrazo para sentir toda la bondad de un hombre que siempre miró, rezó y se preocupó más por los demás que por él mismo.

El cáncer rodeó su cuerpo durante años de diferentes formas, pero sólo bastó para doblegar su fuerza física, porque su fuerza espiritual diría que incluso se reforzó aún más. Recuerdo que un día al comunicarme que un nuevo y maligno inquilino le había sido detectado, me dijo casi en un sollozo:

“Luismi, no me asusta la enfermedad; no me asusta el dolor; lo que verdaderamente me asusta es que algún día llegue a perder la fe”

Sólo pude apoyar mi mano en su hombro y transmitirle sin palabras lo que ambos sabíamos a ciencia cierta; que Dios siempre encarga las peores batallas a sus mejores soldados.

Y éste no ha sido un soldado cualquiera; ha sido aquí un hombre extraordinario en todos los sentidos que ha dejado una huella imborrable en toda aquella persona agraciada con su compañía. Un hombre que despertaba de anestesias con algún rezo que dejó a medias antes de dormir y con la sonrisa puesta al comentarnos que camino de un quirófano íbamos muchos con él y siempre se sentía acompañado.

Un hombre para el que la fe era un lío. Un bendito lío, pero un lío tremendo al fin y al cabo.

Hoy, nado en la certeza de saber que ese lío se está deshaciendo ante unos ojos de asombro, de plenitud, de dicha infinita. Y también doy gracias a Dios sabiendo que hay un hombre en el Cielo que nos mira con la sonrisa puesta y una oración que siempre le acompañó durante su vida:





 

*Dedicado a Ricardo y su familia con todo el agradecimiento y el cariño que soy capaz de dar. Mi fe y esperanza se sostienen y agrandan teniendo compañeros así en este camino llamado vida.

 

jueves, 15 de junio de 2023

Puntos de vista




Un hombre cuenta en minutos los pasos que uno tras otro le llevan a un lugar de destino incierto por inaudito, pero sin la presión de la duda o la inquietud propias de lo desconocido. Le acompaña su mujer con el brazo anudado al suyo como fiel guía de tantos años atrás y deseos venideros.

El trayecto es corto; apenas unos veinte minutos de calles conocidas de una ciudad que en poco cambió en tantos años de común convivencia.

Una calle en recuerdo de Álvaro de Bazán, insigne almirante de blanca barba y bigote separado de esta pareja por la nimiedad de cinco siglos, marca el fin del trayecto.

Por fin nuestro hombre y su esposa aparcan cuerpo y pensamientos tras las puertas de unas oficinas de aspecto moderno y colores vivos. Se sientan a la espera de ser llamados y observan que tras el mostrador de recepción un maravilloso ser de cuatro patas, juguetea como cachorro que es con toda persona que se ofrezca a ganar un tiempo precioso con él.  

Dos sonrisas con cara de mujer a lo largo de algo más de un par de horas informan a nuestro asombrado matrimonio de las circunstancias, posibilidades, accesos, modos de vida, actividades, planteamientos, visiones de futuro y muchas otras cosas que en definitiva hicieron de esas charlas una conversación entre amigos que sin haberse conocido, ya eran perfectos colegas.

El hombre abandonó el lugar con la sensación de sentirse comprendido, apoyado y sobre todo acogido, por gentes que entendiendo como nadie las vicisitudes, dudas, tristezas e incluso miedos que desde hace meses acompañan a nuestro personaje, quisieron y supieron provocar una sonrisa sincera en su rostro cuando al alzar la cabeza mientras se alejaba, contempló en letras verdes sobre fondo amarillo un logotipo familiar…

 



 

*No daré nombres, pero quiero agradecer a todas las personas que tanto en la Dirección Territorial de Madrid como en las oficinas de Getafe, han hecho posible que un tipo como yo se haya sentido y se sienta enormemente acogido y con la mirada puesta en un futuro quizás lleno de retos y dificultades, pero también lleno con seguridad, de puntos de vista cargados de esperanza.

 

  

martes, 24 de enero de 2023

Cuando la belleza duele

 


El ser humano está acostumbrado a admirar la belleza exterior de las personas sin percatarse que la verdadera belleza se encuentra en las profundidades de cada persona.

En apenas un mes, he sentido el dolor de la pérdida de dos personas que siendo y sintiéndolas amigas, marcharon de este mundo dejando atrás un rastro de altruismo que ojalá tenga su reconocimiento terrenal y su continuación eterna más allá de las nubes.

Dos mujeres, dos amigas que marcharon en silencio; sin tiempo apenas para una explicación racional que calmara la incomprensión, el dolor y la perplejidad de los que aún quedamos por estos barrios de la vida.

Covadonga, una mujer sufrida y sufriente, pero que abrió su corazón, su casa y amistad a gentes venidas de otras tierras que encontramos en su bella Asturias un paisaje de hermosísimas vistas y mejores gentes. Fueron muchas las charlas, algunos pitillos y un raudal de sinceridades los que nos unieron a mí y a los míos a esta mujer que cuando rehacía su vida, encontró una muerte en soledad sin más explicación que el silencio de un día en el que llegó su maldita hora. Apenas dio tiempo a unas lágrimas; faltó un abrazo final; un “gracias” y un “te queremos”. Pero nos quedó el rastro de una persona cuya voluntad final era la de donar sus órganos para que otras pudieran seguir viviendo y la donación de lo que fue, es y será siempre en el recuerdo de los que tuvimos la suerte de conocerla. A ella y a sus seres más queridos, desde el dolor, pero también desde la esperanza, nuestra mayor gratitud, cariño y amistad.

Piluca, porque nunca fue María del Pilar, otra mujer cuya amistad iba más allá de pandillas de juventud. “La tía Pilu” como siempre ha sido considerada por los cuatro que convivimos en una misma casa, ha sido una mujer que aun viviendo en una lucha constante consigo misma, siempre nos mostró una sonrisa sincera en cada encuentro, trasnochadas y charlas.

Hace mucho ya que decidió encerrarse en sí misma y dejar de compartir con el mundo buenos ratos, risas y alegrías que quizás hubieran ayudado a poner algo más en orden esa mente que no dejó de sufrir desde que tenía unos poquitos años de edad. Su apariencia nunca respondió a lo que verdaderamente sufría interiormente. No tuvo suerte en esta vida o quizás tampoco supo o quiso buscarla. Más aún cuando unas batas blancas hace apenas unos meses le pusieron fecha de caducidad aproximada a su vida. No quiso luchar, no quiso combatir, no quiso salir de su soledad, no quiso recibir un abrazo consolador, no quiso un último consuelo de un mundo que quizás se cebó sin proponérselo en ella.

No quiso tampoco pensar en la eternidad en la que muchos creemos, pero yo estoy seguro que también tiene una puerta entreabierta para disfrutar más allá lo que no supo, no pudo o no quiso hacerlo en el más acá. Dejó un testamento de valientes aunque en apariencia se pueda pensar que en su vida no lo fue. Dejó su cuerpo a la ciencia. Sin un velatorio, ni oraciones, ni despedidas, ni tan siquiera unas cenizas. Se marchó sin más, como aquellos grandes pistoleros que en la escena final de una película montando a caballo, se perdían en el horizonte para no volver. La rabia de unos familiares, de unos amigos y de todos aquellos que intentamos ayudar pero nos encontramos con un muro infranqueable, debe dar paso a la gratitud, al reconocimiento y al recuerdo alegre por lo que seguramente, sin proponérselo, dejó en muchos de nosotros. Descansa querida Pilu en esa paz que nunca encontraste.

¡Qué altruismo, que belleza interior la de estas dos mujeres! ¿Verdad?

¡Y qué dolor que a veces también la belleza nos inflige!

 

 

 

 

 

viernes, 14 de octubre de 2022

Buen camino

             

    Sentado y al abrigo del hogar, en el silencio y conmigo mismo como única compañía, resuenan muy adentro dos palabras que durante unos días han sido tan peregrinas como las tres almas que a golpe de bastón, fe y voluntad recorrieron frondosos paisajes, polvorientos caminos y aldeas con olor a bienvenida.

    Un camino en el que no existían razas, ni credos, ni clases; sólo las personas que dirigían sus pasos a un objetivo común de torres altas y un Apóstol esperando.

Con nosotros viajó también nuestra conciencia; la que enturbia nuestra existencia y aquella otra que nos empuja a realizar el bien que la naturaleza humana lleva impregnado desde su nacimiento pero que por obra y gracia de una humanidad deshumanizada, arrinconamos en un lugar profundo de nosotros mismos.

He visto sonrisas sinceras en el camino; también rostros de sufrimiento pero a la vez con una fuerte determinación en su mirada.

He sentido la brisa de un amanecer en mitad de una nada llena de altos árboles y sonidos de pisadas, manantiales y naturaleza viva.

Conocí en el camino a mucha gente y sobre todo, reconocí sentimientos que creía perdidos.

Quien no crea, no me creerá, pero desde mi punto de vista encontré en el camino a ese Dios que pareciera que con premeditación te va marcando ese otro camino que cada uno necesita en un determinado momento. Me hizo acompañar del gran esfuerzo y determinación de esa mujer que tuvo a bien cruzar en mi vida hace ya más de treinta años y que con una mochila a cuestas, su fibromialgia y sus múltiples dolores quiso y supo llegar a la meta superando todos los obstáculos.

¡Qué decir de ese otro ángel que por encima de ampollas y caminar dolorido siempre tuvo un momento de ayuda y auxilio a los demás sin perder la sonrisa que de serie ya tenía al nacer!

O de esa otra que sin poder acompañarnos, siempre nos hacía sonreir desde la distancia cuando escuchábamos sus bárbaras ocurrencias.

Encontré buenas palabras y deseos sinceros en albergues donde todos éramos uno y uno éramos muchos.

Encontré la caricia de un animal con ojos de canica y los abrazos de su dueña que nos contagió de alegría, bendita locura y la certeza de que este mundo está muy necesitado de abrazos así.

Sentí la música de Louis Armstrong cuando ya asomaba casi la meta y de unos cánticos de clausura en el silencio de un templo a pocos metros separado del tumulto de la Catedral o esos otros cánticos de un pequeño grupo portugués mirando un altar.

Fueron muchos los momentos, las llamadas de atención por lo visto y oído, pero me quedo con unos minutos de esos que la mayoría llamarán casualidad, pero no yo.

En una de esas jornadas vespertinas tras el esfuerzo de la ruta de ese día, me llamó la atención un expositor de camisetas frente a una tienda. Comencé a ojear todas con la intención de comprar alguna como recuerdo del camino, cuando un señor de avanzada edad me recriminó de una forma poco educada que estaba manoseadndo y descolocando todas. No contento con ello, a las personas que iban llegando les relataba mi “hecho delictivo” como si de un verdadero delincuente se tratara. Ahí ya se encendieron no sólo mis alarmas, sino también ese demonio que todos llevamos dentro y que en un momento determinado es muy difícil de sujetar.

Educada pero muy severamente y alzándole la voz le recriminé su actitud y me llevé de allí a mi mujer y a mi hija echando pestes de aquel lugar y personaje. Todo debería haber quedado en ese instante y lugar, pero en ocasiones soy animal rumiante que durante un tiempo rumia lo que no debiera y me costó incluso conciliar el sueño.

Pero el amanecer de nuestra última etapa cuya meta era Santiago, me deparó la sorpresa de otra meta quizás mayor y sentida; la meta del PERDÓN.

A falta de unos seis kilómetros para contemplar en la distancia la hermosa Catedral, decidimos hacer un último alto en el camino para tomar un café y renovar fuerzas en el sprint final. Paramos en un pequeño bar a cuya entrada había un gran puesto con artículos de recuerdo y un señor que al vernos nos dijo: “Buen camino”

Este señor me resultó familiar porque tenía la misma cara de mala leche que aquel con el que tuve mi mala experiencia del día anterior. No toqué asiento en el bar cuando mi mujer me dijo: ¿no lo has reconocido?

Ahí, en ese preciso instante, todos los naipes de mi baraja se vinieron abajo, porque sentí que se me ofrecía una segunda oportunidad para alcanzar Santiago con el vacío de maldades necesario para sentir que lo que quise buscar, lo encontré.

No tomé asiento y mis pies, mi alma y mi conciencia me llevaron hasta aquel hombre que al verme ya comenzaba también a dirigir su pasos hacia mí. La conversación fue corta pero eterna…

“Buenos días, dije yo. Creo que a Vd. le conozco y que tuvimos ayer un encontronazo en su tienda”.

“Buenos días, me contestó él; sí soy yo y les he reconocido nada más pasar” Le pido perdón; sin rencores ¿Verdad?

“Por supuesto que sin rencores; me alegro y mucho de haberle conocido” Y dándonos la mano y un abrazo, la palabra PERDÓN, se tiñó de plena presencia entre dos hombres.

¿Casualidad? Sigo diciendo que no para mí y que quizás unos kilómetro más allá una imagen de un Apóstol dibujara una sonrisa y a ambos nos deseara más que nunca:

 

¡BUEN CAMINO!


P.D. Dar las gracias a todas las personas que hicieron de este camino una experiencia de vida con su trato, amabilidad y disposición de ayuda. Especialmente a Marcial del Albergue Deselmo en Arzúa que me recordó a un amigo asturiano que marchó y seguimos echando de menos. A María y su hijo Jacobo del albergue O Burgo en O Pedrouzo por la ayuda muy amable a la hora de informarnos. A la Guardia Civil que fueron ángeles custodios que incluso detenían la circulación para que unos pocos peregrinos pudiéramos seguir nuestro camino. A la gente que se hizo acompañar por esos otros ángeles de cuatro patas que animaron con su cariño nuestras rutas (Aria, Tyson, el perro Patucos, Lion...). Al personal de la cafetería Tokyo en Santiago de Compostela por su trato más allá de la profesionalidad; a ese dueño de bar orgulloso de ser fan de Fito Cabrales y que plasma en sus servilletas un pedacito de canción. A ese otro al que pedimos nuestra primera ración de tarta de Santiago, iniciando el Camino de Santiago, en el Restaurante Santiago y que además se llama Santiago. En fin, a tantas y tantas buenas gentes, incluidas aquellas que también llevábamos en nuestras mochilas y por las que pedimos un futuro mejor. Y en último lugar por aquello de que los últimos serán los primeros, a ese Dios sin cuya guía, protección y ayuda esta historia no hubiera sido posible.



































































































Calle Libertad

  Dejé una calle de nombre Libertad, echando la vista atrás con el gusto amargo de recuerdos que siendo hermosamente pasados y vividos, dudo...