Anoche
fue noche de recuerdos de otro siglo. La música (la buena música) te transporta
a buenos tiempos, a buenos momentos vividos que sin poder ser devueltos al
presente, durante dos horas me hicieron disfrutar recordando viejos temas que
por ser buenos, serán eternos.
Un
tipo de peinado imposible, cara golfa de serie, voz ronca y movimientos de
joven de casi ochenta años, llenó el Wizink Center de Madrid, de fiesta.
Ya
el preámbulo sentado en un vacío recinto escuchando las canciones que
amenizaban la espera, prometía. Todo eran temas conocidos, de quizás la mejor
época de la música que la generación actual debería tener como asignatura
obligatoria de cualquier cultura que se precie.
Rod
Stewart trajo a mi memoria recuerdos de miedo en un petate camino al servicio
militar obligatorio en el que como único acompañamiento musical llevé dos
cintas de cassette que no eran otras que un doble en directo (Absolutely live)
de ese artista que justo cuarenta años después, iba a disfrutar en directo. Su
música hizo que olvidara los sufrimientos iniciales entre uniformes militares y
órdenes de altavoz.
Años
más tarde, también su música, sus baladas, sirvieron para mecer cunas y brazos
sosteniendo a esas hijas que haciendo un gran esfuerzo económico me regalaron
la entrada para revivir todo eso en el concierto de anoche.
Y
aunque debo confesar que no estaba especialmente motivado para este evento, ya
por la mañana quise acercarme por los alrededores del Wizink con la imposible
idea de quizás encontrarme por allí con la banda o con el mismo artista si por
casualidad realizara las pruebas de sonido preceptivas. Lógicamente, no pudo
ser y lo más que pude ver fue una rubia cerveza acompañada de un buen amigo y
comida excelente.
Así
llegó la tarde y llegó la hora de acudir al evento a pesar de mi dificultad
visual aunque estaba convencido que no sería obstáculo para disfrutar de una
buena velada. No me equivoqué porque desde un principio ya tuve la ayuda de una
chiquita de peto azul que muy amablemente y siempre con una sonrisa, casi me
acunó en el asiento que mi entrada señalaba. A esa chiquita sin nombre, mil
gracias.
Cuando
las luces se apagaron, gaitas escocesas comenzaron a sonar anunciando la
entrada en un gran escenario de una de esas estrellas míticas del rock que
tienen la particularidad de mover las piernas y las gargantas de jóvenes y
menos jóvenes; de hombres y mujeres; de puristas y de otros que como yo lo
único que buscan es olvidarme durante un tiempo de que existe un mundo real y
zambullirme en ese otro mundo de fiesta y degustación de espectáculo visual y
sonoro del bueno.
No
puedo poner un pero al espectáculo contemplado. Quizás faltaron algunas
canciones pero qué más da si lo escuchado nos conmovió y movió a todos los
presentes.
Arropado
por una excelente banda de instrumentistas, además de unas maravillosas
vocalistas y bailarinas que acompañaron al rubio hincha del Celtic de Glasgow,
consiguió que los asientos que todos los presentes ocupábamos fueran simples
espectadores por su escaso uso.
No
hice apenas grabaciones ni fotografías; no era necesario; era la hora de
degustar viejos temas sin sostener más que la mirada y afinar el oído para que
fuera éste un gran concierto a recordar. Y así lo viví. Un concierto elegante,
hermoso, entrañable de una de esas estrellas que quizás no volvamos a ver sobre
un escenario, pero que marcaron quizás la mejor época de la música y de muchos
de los que hemos tenido la fortuna de disfrutarlos.
A
Sir Rod Stewart y toda su banda y sobre todo a esas dos niñas que regalaron a
su padre una entrada para el recuerdo, G R A C I A S
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