domingo, 20 de octubre de 2024

Una niña de luz

 

Camino entre el gentío de un centro comercial. Seres todos como yo que en un mar de gentes buscamos esa oferta, esa ganga o esa necesidad que difícilmente encontraríamos en otro lugar.

No me percato en exceso de mi entorno ni me llaman tanto la atención detalles, personas o situaciones como antaño; pero como todo en esta vida, el destino me presentó a una niña de luz en su mirada.

Una niña de poco más de dos años sentada en silla infantil empujada por la que intuyo que era su madre.

Llamó poderosamente mi atención esa luz que emanaba su rostro; un rostro que apenas se dibujaba porque su cabeza agachada sólo tenía ojos para ese artefacto de telefonía que por tamaño, casi no podía sujetar con esas manos tan pequeñas acordes con su corta edad.

Reflexioné mientras tomaba una taza de café y pensé: ¿En qué hemos convertido nuestro mundo?

Un mundo en el que la infancia más tierna pervive en universos ficticios tras una pantalla de móvil cuya función en este y muchísimos otros casos sólo cumple con la finalidad de tener a unos padres alejados de una protesta infantil, un lloro o una molestia que impida ejercer la verdadera función que persiguen aquellos que pusieron en sus manos ese artefacto: la tranquilidad de quien quiere ejercer de padre o madre sin el inconveniente de una hija que pueda mirar al mundo con su propia luz y no con esa insana proyectada que nos ata a este mundo de redes que atrapan nuestra existencia.

De estos lodos, vendrán barros de adultos cuyo único fin en la vida será el de irradiar una luz cargada de herzios y no de belleza humana.

 

 

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