El mundo está falto de valientes; de
personas que arriesgando sus propias convicciones o débiles fortalezas dan un
paso al vacío con la esperanza de que quizás algo o alguien pueda detener su
caída y poder remontar desde lo más profundo.
He sido afortunado conociendo alguna
de esas gentes que habiendo sido míseros, hoy son grandes. Personas inmersas en
drogas, malsanas vidas y frenéticos desenfrenos. Personas que queriendo
sobresalir acabaron rodeados de soledades y sufrimientos físicos y mentales.
Gentes cuya soledad llegó al extremo
de pensar que no existía una persona que les quisiera, un Dios que les diera
una esperanza y ni tan siquiera un demonio que quisiera ser amigo.
¡Qué terrible debe ser encontrarse
tan solo! Con la única compañía de un pensamiento de suicidio como vía de
escape ante tanto sufrimiento.
Pero la vida da muchas vueltas; el
destino es caprichoso y llega un momento, una ocasión, una “coincidencia” que
hace que una de esas personas se encamine a un lugar alejado de todo y sobre
todo alejado del ruido de un mundo que no cesa de bombardear mentes, cuerpos y
almas.
Un lugar donde no existen pantallas
actualizadas con miserias, ni radios informando de catástrofes. Donde sólo
existe la palabra y la mano amiga del compañero que sirve de mutuo apoyo para
salir de sus infiernos.
Donde a golpe de piedra, metal o
cincelando maderas, se van formando a una nueva vida alejada de una muerte
previsiblemente cercana.
Son valientes porque sin ayuda de
psicólogos, fármacos ni encierros entre cuatro paredes, superan sus terribles
abstinencias abrazados por la mirada del otro.
Y en ese otro, está Dios. Sí, ese
Dios que para muchos es una invención, consuelo ficticio o supercherías de
locos sin sentido de la realidad.
Mi fe me mueve a hacer muchas cosas,
pero comparándome con el más miserable de esas personas que he conocido, no soy
nada. Ver arrodillado a un hombre tras una gran barba con la mirada serena de
quien se encuentra en un cielo aquí en la tierra contemplando al Santísimo, me
lleva a pensar que los que nos quejamos de nimiedades día tras día teniéndolo
todo, somos como aquellos fariseos de golpes de pecho y oraciones vanas.
He visto alguno de esos hombres
ascender y descender un monte lleno de grandes piedras transportando al
impedido con el único propósito de acercarle a una imagen blanca de hermoso
rostro lleno de piedad.
Los he visto dar testimonio, cantar y
bailar al son de músicas que hablaban de fe y amor mientras yo, bajo ese
escenario, sonrío con la certeza de que este mundo todavía tiene solución si lo
llenamos de valientes como estos.
Incluso he presenciado una película
realizada por ellos mismos y que ya ha ganado un Óscar en ese cine de puertas
abiertas que debería ser un corazón agradecido.
De regreso al hogar, me queda el
recuerdo de un espíritu de superación y un rosario con los colores de unos
continentes creado por las manos de estos hombres y mujeres que más allá de la
nada, con su esfuerzo, lo son todo.
*Dedicado a todas las personas que
componen el Cenáculo de Medjugorje (Bosnia Herzegovina) y de esos otros Cenáculos
repartidas por todo el mundo. Y un recuerdo muy especial por ser parte de esta
historia, a un balcánico de apariencia ruda, de nombre Nikola y apellido “Buen
Corazón”.
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