Es
muy difícil escribir cuando independientemente de la dificultad visual que
arrastro, debo enjugar lágrimas bañadas
en recuerdos mientras una música lejana me acerca a una bellísima historia.
Se
funden en mí hoy dos sentimientos contrapuestos, pero que bien entendidos son
perfectamente complementarios.
Por
un lado, la tristeza por la pérdida física del mejor amigo que nunca tuve y que
quizás tendré. La pérdida de conversaciones regadas en cerveza o simples cafés bajo
la sombrilla de cualquier bar; la confianza de dos hombres que pensando en
minutos transcurridos, se daban cuenta con perplejidad que el tiempo se medía
en horas. La mirada del amigo que unos bancos más adelante en la iglesia
llegada la hora, volvía la mirada para encontrarse con la mía y desearme en la
distancia la misma paz que siempre nos hemos deseado y tantas y tantas cosas
Y por
el otro, la alegría contenida en el fondo de mi alma por saber que desde un
lugar llamado Cielo, nos sonríe a todos con la misma sinceridad que adornó toda
su vida.
Mi
amigo Ricardo fue, es y será siempre un ser especial que el Dios en el que creo
puso en mi camino y en el de mi familia más cercana.
No
recuerdo bien cómo surgió nuestra amistad; quizás bastó mirarle a los ojos o
escucharle con los oídos del corazón bien abiertos. Porque este hombre estaba vestido con el don
que sólo los seres de luz como él pueden transmitir sin palabras. Bastaba un
gesto, una mirada, dos palabras o un abrazo para sentir toda la bondad de un
hombre que siempre miró, rezó y se preocupó más por los demás que por él mismo.
El
cáncer rodeó su cuerpo durante años de diferentes formas, pero sólo bastó para
doblegar su fuerza física, porque su fuerza espiritual diría que incluso se
reforzó aún más. Recuerdo que un día al comunicarme que un nuevo y maligno
inquilino le había sido detectado, me dijo casi en un sollozo:
“Luismi,
no me asusta la enfermedad; no me asusta el dolor; lo que verdaderamente me
asusta es que algún día llegue a perder la fe”
Sólo
pude apoyar mi mano en su hombro y transmitirle sin palabras lo que ambos sabíamos
a ciencia cierta; que Dios siempre encarga las peores batallas a sus mejores
soldados.
Y
éste no ha sido un soldado cualquiera; ha sido aquí un hombre extraordinario en
todos los sentidos que ha dejado una huella imborrable en toda aquella persona
agraciada con su compañía. Un hombre que despertaba de anestesias con algún
rezo que dejó a medias antes de dormir y con la sonrisa puesta al comentarnos
que camino de un quirófano íbamos muchos con él y siempre se sentía acompañado.
Un
hombre para el que la fe era un lío. Un bendito lío, pero un lío tremendo al
fin y al cabo.
Hoy,
nado en la certeza de saber que ese lío se está deshaciendo ante unos ojos de
asombro, de plenitud, de dicha infinita. Y también doy gracias a Dios sabiendo
que hay un hombre en el Cielo que nos mira con la sonrisa puesta y una oración
que siempre le acompañó durante su vida:
*Dedicado
a Ricardo y su familia con todo el agradecimiento y el cariño que soy capaz de
dar. Mi fe y esperanza se sostienen y agrandan teniendo compañeros así en este
camino llamado vida.
Querido amigo.
ResponderEliminarTampoco recuerdo como Ricardo llegó a mi vida, solo se que estuvo desde antes de yo conocerle.Al tiempo de conocerle descubrí que, antes de ser mi amigo, lo fue de mi padre por lo que se llevó el último vínculo que tenía de un tiempo que compartimos sin saberlo. Recuerdo con mucho cariño esas miradas de reojo cuando me veía aparecer con algún pastel de esos que en cenas pasadas compartíamos entre líos de Fe.Se marcho si pero se queda prendido en el.alma de todas las personas que compartimos su amistad.Ya sabrá toda esa verdad que se hacía un lío en su garganta y no sabía como explicar.No perdimos un amigo, solo cambió de domicilio y lo volveremos a ver, en esa confianza vivo.
Me ha gustado mucho eso del cambio de domicilio. Esperemos que nos busque por allí algún adosado si llegamos a merecerlo como él. Seguiremos su ejemplo dentro de lo posible.
EliminarSon contados los amigos que nos dejan una huella tan importante.
ResponderEliminarSupera pronto esa perdida.
Muchas gracias Matías. Un abrazo
EliminarMe cuesta mucho leer sobre negro. Hoy me cuesta más, porque mis ojos van peor, porque me adorna una infección en ellos y porque leo con lágrimas.
ResponderEliminarNo sabía que seguías escribiendo. En la mañana entré en mi blog para escribir algo, pero no pude; y vi que escribías. Así que... ahora leí.
Ricardo, el de los líos que ya habrá desliado, era especial. El último día que le vi, me dolió verle así. Hice fuerte el corazón, me levanté y le regañé porque no se dejaba cuidar. Él me regañó, diciendo que con su mujer tenía bastante para que le dijera que no se cuidaba. Reímos aun llorando por dentro aquellas regañinas. Me dijo que se marchaba al Cielo, y le dije: «no me hagas esto». «Muñequilla, me llevan, más tarde irás tú», y hasta ahí puedo leer, que detía Maira Gómez.
Le echo mucho de menos, mucho. Miro su sitio, la puerta de entrada y espero la despedida con pequeña o larga conversación. Ya no, ya no habrá más eso. Ahora está de otra forma, aún no me he hecho a ella, pero ahora es distinto.
Sueño con el Cielo, allí todo se entenderá, y todos podremos estar juntos. Me recuerda a la montaña cuando se va encordado: pues eso, él va por delante y no nos soltará hasta que lleguemos a la cumbre.
Luimi, muchas gracias.
Pa†ricia
Hola Patricia. Espero que tus problemas de visión vayan mejorando. Lo de Ricardo es algo especial porque él en sí ya era especial y lo sigue siendo aunque en otro barrio en el que espero nos esté preparando al menos un adosado. Se le echa mucho de menos y en mi caso, sobre todo las charlas que tenía con él. Pero por otro lado, sé que debe estar con media sonrisa diciendo algo así cómo "si vosotros supierais..." Un fuerte abrazo y gracias por tu comentario.
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