martes, 12 de febrero de 2013

Agua entre las manos

Algo en mi interior se remueve inquieto. Son ráfagas que vienen a mi conciencia y me dejan un regusto amargo.

El motivo, lo conozco. La solución, algo compleja.

Hace unos días, tuve que acudir con mi mujer al servicio de urgencias del hospital, por motivos afortunadamente sin gravedad.

Siempre ocurre que la hora de entrada la tenemos perfectamente fijada, pero nunca la de salida. Por leve que sea la urgencia, uno debe pertrecharse de una gran dosis de paciencia y comprensión en una abarrotada sala de espera.

Mezclando llamadas por megafonía, apariciones puntuales del personal sanitario o auxiliar y el ir y venir de enfermos y acompañantes, los minutos y al final las horas, transcurren de forma inexorable.

Todo ese tiempo, da lugar a pensamientos, temores, impaciencias, nerviosismos, pero también a reflexiones y momentos de atenta observación.

Ver caras de dolorido sufrimiento, cuerpos magullados, brazos en cabestrillo o viejecitos en sillas de ruedas, no es quizás el mejor paisaje que uno desea encontrar.

Pero dentro de esa escena habitual en un lugar como ese, siempre podemos distinguir algo o alguien que nos llama poderosamente la atención.

Yo lo encontré en un señor sentado con una botella de agua entre las manos.

Un tipo de mediana edad, canoso, de poblada y descuidada barba, con unos ropajes que en cierta medida pedían a gritos un “lavar y planchar”.

Un tipo solitario, de mirada triste y somnolienta.

De nombre desconocido y absolutamente anónimo porque no coincidía con ninguno de los que todos escuchábamos por unos infames altavoces.

No aparentaba dolor; ninguna mueca cambiaba su cara. Se limitaba única y exclusivamente a llevarse a la boca su pequeña botella de agua.

Tampoco aparentaba embriaguez. Sus idas y venidas a los aseos para rellenar esa botella, demostraban que estaba perfectamente lúcido y coordinado.

Así transcurrieron varias horas y entrados casi en la madrugada de un nuevo día, el sueño vencía de tal manera a este hombre, que difícilmente conseguía no caer de ese incómodo asiento de la sala cuando cerrando los ojos se doblaba hasta casi rozar con la barbilla sus rodillas.

No habló con nadie. No pidió una sola información. No dio muestra alguna de impaciencia. Simplemente, estaba allí.

Y ello me llevó a una terrible conclusión que espero y deseo sea totalmente falsa:

Ese hombre, se refugiaba en esa sala del frío invernal por no tener un techo bajo el que dormir.

Sentimientos encontrados fluyeron en mí al pensar así. Por un lado, un sentimiento de rabia contenida por una sociedad, unos tiempos y unos desgobiernos que han llevado a este país a ver como normal, lo que nunca debía ser ni ocurrir.

Por otro lado, un sentimiento de cercanía hacia este hombre. De comprensión y solidaridad. Pero una solidaridad no exenta de cobardía, porque no fui capaz de acercarme a él y ofrecerle ni tan siquiera unos sándwiches y un café caliente.

Me pudo el miedo a su contestación. Me pudo el pensar que quizás estaba equivocado y sólo conseguiría herir su orgullo y el mío.

Por eso me debato entre lo que pude hacer y no hice.

Hoy, no lo sé; quizás mañana, pero tengo que callar esa voz que me reconcome por dentro.

Pienso volver a ese hospital. Pienso regresar a esa sala de espera y si encuentro a este hombre en la misma situación, no permitiré que los miedos me detengan.

Le miraré a los ojos y le invitaré, si quiere, a tener unos minutos de sincera comprensión y ayuda mutua.

Porque quizás, yo necesite callar mi conciencia y este hombre sólo una palabra amiga y algo de agua entre las manos.



12 comentarios:

  1. Durante muchos años trabajé en un hospital. Tú relato me trajo muchos recuerdos de gente así, sin hogar, sin ilusión, sin nada, que buscan refugio en las cálidas salas de espera, sin otro cometido que el de esperar un nuevo día.
    No te sientas mal, a veces uno no sabe como reaccionar en estos casos.
    Un abrazo.

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  2. ¿Qué triste no Jorge? Sólo saco una enseñanza positiva de todo esto y es el saber valorar lo poco o mucho que tenemos los demás. Espero si vuelvo a encontrármelo, saber reaccionar humanamente con él.

    Un fuerte abrazo.

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  3. Leyendo tu entrada creo que nos pasa muy a menudo, vemos gente a la que podríamos aliviar aunque fuera un poco, y ni ellos lo piden ni nosotros nos atrevemos.
    Hoy mientras cenábamos y veíamos un poco la tele mandé un mensaje de los que el importe va para médicos sin fronteras. Mis hijos decían que eso no sirve de mucho, pero si no lo hubiera hecho estaría como tu dándole vueltas.
    Seguramente tendrás oportunidad de volver a ayudar a alguien.
    Besos.

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  4. Yo creo que todo sirve. En estos momentos tan duros para mucha gente, cualquier detalle de solidaridad consigue al menos que podamos seguir llamándonos "humanos". Seguro que de algún modo podré ayudar a alguien y si vuelvo a encontrar a este hombre, al menos, espero poder tomarme un café con él. Creo que merecerá la pena.

    Un besote amiga.

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  5. Luismi:

    Una sala de urgencias no es un lugar agradable, tú lo describes muy bien, la paciencia y la duda te afectan demasiado y el personaje de la botella de agua seguro que era un refugiado, ¡hasta qué punto hemos llegado!, lo verdaderamente triste es que la gente no se percata de ello, pasa de todo y de todos. Pero por fortuna siempre hay alguien que se fija y no sabe qué hacer si ayudar con algo material o con una simple palabra. Es muy triste, tienes razón, quizá no vuelvas a verlo, o tal vez tengas la oportunidad de llenar su botella de agua, sea como sea ya hicíste bastante, no pasó desapercibido, alguien como tú se fijó en él. A veces ésto es suficiente.

    Hermoso escrito Luismi, lleno de humanidad.

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  6. No eres el único al que le sucede algo similar (a mi me ha ocurrido alguna vez ), que la vergüenza, el pudor o el miedo al ridículo...nos atenazan...Si vuelves esta noche o cualquier otro día y lo ves (o a alguien similar)no dudes en charlar con él...Lo peor que puede ocurrir es que tengas razón y lo este pasando mal...entonces ...tendrá sentido tu sensación de pesadumbre...Si no esta bajo estas circunstancias y te manda ,pongamos como ejemplo...al garete, deberías alegrarte de que solo sea un excéntrico y que no necesite nada...un abrazo,Luismi

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  7. que pen mas grande tener que ver esa situacion peri que alegria trae saber que por lo menos alguien puede ayudarle

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  8. Querida amiga Airblue, gracias por tus palabras. Creo que en cierto modo, somos muchos los que nos fijamos en esos detalles, pero yo el primero, muchas veces miramos hacia otro lado para no ver una cruda realidad. Espero que los tiempos cambien y realmente no veamos tantos casos como este, porque realmente no existan.

    Un fuerte abrazo.

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  9. Muy certero amigo Alfonso con lo que dices. No dudes que si en breve vuelvo por allí y me lo encuentro, al menos intentaré intercambiar unas palabras. El resto de lo que suceda, nunca lo sabré hasta vivirlo. Y en cierto modo, si me manda al garete porque su situación no es esa, incluso puede que me alegre.

    Un fuerte abrazo.

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  10. Arturo, qué alegría tenerte por estos barrios. Creo que somos más de los que pensamos los que estaríamos dispuestos a ayudarle.

    Un abrazo, nos vemos.

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  11. No es mal refugio al menos allí no suele hacer frio.
    Un abrazo.

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  12. Allí hace mucho calor y sin embargo, se echa de menos el calor humano que quizás se encuentra más en otro sitios.

    Un abrazo y buen fin de semana.

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Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

Y vueltas y vueltas…

            Te movías al son de océanos de agua cristalina; yo te observaba con la mirada de quien bajo un asombro temporal, atisbaba un fin...