Pronto pasaron las horas desde esa despedida. Café, corto paseo perruno, un beso a la mujer y acompañar la salida del sol subido a un tren de cercanías rumbo a un hospital madrileño.
Poca gente
en ese vagón. Horas tempranas para aquellos que un sábado trabajan y horas
tardías para aquellos que aún no durmieron.
Hospital
desconocido para mí. Era mi primera visita a pesar de que su nombre lo recuerdo
desde siempre. Acceso rápido y llegada con media hora de antelación a la cita
oficial de las 8:30. Siempre quise ser puntual y ese es uno de mis mayores
“defectos”. No aprendí nunca a esperar.
Entrada
principal, vestíbulo y a escasos metros, me encuentro a un hombre alto y con
cierto semblante desmejorado, que rápidamente me tiende la mano.
"No
hacía falta que hubieras venido tan pronto, me dijo él".
"Y
tú vas y te lo crees, le contesté yo".
Ante mí
estaba José, con cara de buenos amigos tras una noche de juerga y frenesí.
"¿Has
dormido mucho?", le pregunté.
" No
he pegado ni ojo, me contestó".
Eso aclaraba
completamente su apariencia.
Y como donde
hay dos siempre caben tres, se añadió a la escena Miguel, hombre éste compañero
de fatigas de José en sus habituales jornadas de enganche a la máquina y que
muy amable y sinceramente se ofreció a trasladar a nuestro protagonista desde
su domicilio hasta el hospital.
De Miguel,
se podría escribir largo y tendido, pero solamente diré que por este hombre han
pasado muchas y expertas manos médicas para realizarle un trasplante hepático,
además de retoques coronarios y si no recuerdo mal, unas veintisiete
intervenciones quirúrgicas por un accidente.
Es decir,
todo un experto en el dudoso arte de padecer contratiempos de salud y que
además es otro candidato a ser trasplantado también de riñón.
Así que el
trío, ya estaba formado. No sabría decir exactamente si éramos “El bueno, el
feo y el malo”, “Rumba tres”, “El trío calaveras”, o “Los Mosqueperros”. El caso es que tras consultar en el servicio
de hemodiálisis en el que José había sido citado a tan temprana hora y por indicación
de su personal, nos trasladamos al Servicio de Urgencias para gestionar el
ingreso e impresión de las preceptivas pegatinas propias de todo historial
médico que se precie. Y este fue el primer anuncio de una jornada atípica.
Llegar al
servicio de urgencias, fue fácil. Esperas no hubo ninguna. Al otro lado del
cristal, una solícita mujer pidió a José el impreso que le entregaron
previamente y ahí en ese momento, se inició una rocambolesca sucesión de
acontecimientos que causaron en mí una profunda “impresión”.
Al hojear el
impreso, esta mujer frunció el ceño. Algo no estaba muy claro. Lo mejor en
estos casos, era consultar a la compañera, que más veterana en esta lides,
rápidamente comenzó a teclear números, códigos e instrucciones al ordenador que
tenía frente a ella.
El teclado
echaba chispas, pero el resultado era nulo. Cierto código a emplear, no estaba
muy claro y requirió la presencia de una tercera mujer.
A estas
tres, se unió una cuarta que pasaba por allí. La escena era una especie de
camarote de los hermanos Marx, pero sin camarote. Cuatro mujeres, una pantalla,
un impreso y ninguna resolución.
Por fin, ¡oh
albricias!, dieron con el código correcto. Sólo faltaron los “hurras” y “vivas”
cuando esa máquina por fin permitía la introducción de los datos de nuestro
José que lo único que quería era que le dieran unas simples pegatinas.
Una de ellas
preguntó:
- ¿Está
preparada la impresora?
- Sí,
contestó otra.
Pues
imprimo.
La tecla “enter”
fue pulsada correctamente, pero por esa impresora no asomaba ni la pata de un
grillo.
Nuevamente,
la experta administrativa, volvió a pulsar la tecla sin ningún resultado.
Las cuatro
mujeres volvieron a conjuntarse y conjurarse y abriendo la impresora, colocando
nuevamente las etiquetas y reiniciando la máquina, esperaban esa impresión como
el maná. Pero tras el tercer intento, comenzaron a desesperarse.
Parece
mentira, pero con la mala vista que Dios me ha dado, me percaté de que a unos
tres o cuatro metros de esta impresora, había otra que “casualmente”, escupía un
papel tras otro al mismo tiempo que estas mujeres pretendían imprimir. Así que sólo
por ayudar, le comenté a una de ellas que miraran en aquella otra impresora, no
fuera a ser la causante de tanta confusión.
Las mujeres
juraron y perjuraron que “alguien” tuvo que cambiar la impresora o el programa
se había desconfigurado.
Así que tras
más de diez minutos de forcejeo con una impresora y etiquetas en mano,
regresamos al servicio de hemodiálisis.
Una pequeña
sala de espera con unos asientos de esos que te dejan marcado en donde alguien
alguna vez nos habrá querido dar una patada, era nuestro lugar de reunión ante
los acontecimientos venideros.
Se unió a
nosotros un matrimonio que habían sido citados a la misma hora y por el mismo
motivo. El marido, se asemejaba mucho a José. No físicamente, pero sí con sus
mismos miedos, incertidumbres y cara de asombrado susto.
Dos hombres
y un destino; ahora sí que se podía aplicar el título correcto a esta película
basada en hechos reales.
Dos hombres
para un trasplante. Dos hombres que lejos de mirarse inquisitivamente y
deseándose que el otro no fuera agraciado con el premio gordo de la lotería, se
deseaban suerte y que fuera quien fuera el agraciado, pudiera acabar esta
historia con un éxito rotundo.
Una
enfermera llegó y anunció que no era un riñón el donado, sino dos.
Un mundo de
posibilidades se abría ahora para estos dos hombres.
Ahora
llegaba el momento de las pruebas; los análisis, radiografías, etc. que
certificaran que esos órganos y estos hombres estaban hechos los unos para los
otros.
¿Qué pasaría
por la cabeza de José en la incertidumbre de la espera?
¿Serían sólo
el sueño y su cansancio los causantes de su postración en unos fríos y duros
asientos de la sala?
Aún pasaron
unas dos horas hasta que una nueva enfermera anunció a los reos de vida, que se
prepararan porque iban a ser rasurados.
Al escuchar
esa palabra, el chiste entre todos, era fácil. Ninguno pensábamos que les iban
a afeitar alguna incipiente barba, o a practicarles las tan de moda “ingles
brasileñas”.
Los cinco
nos miramos y creo que a todos nos brilló un ojo color ilusión y el otro de esperanza.
Por una
puerta desaparecieron y por esa misma puerta regresó tiempo más tarde una
auxiliar que nos entregaba una bolsa de plástico transparente, con toda la ropa
y efectos personales de cada uno de los candidatos a vivir mejor.
Aún pasó
algún tiempo hasta que vi a José andando por un pasillo tapado sólo por un
camisón tan sexy como la cara de un chino al chupar un limón.
Una imagen
que aún hoy me persigue. Afortunadamente, yo corro más.
Charla
posterior de la doctora coordinadora del trasplante que con simpatía y tacto,
tranquilizó a nuestro amigo explicándole los pros y contras de una intervención
así.
Firma protocolaria de consentimientos y suerte echada.
Sólo faltaba
ya el toque de clarines y timbales para anunciar que José sería el primero de la
tarde en salir camino del quirófano por ser en teoría el paciente de más
riesgo.
Y así,
aproximadamente a las 14:30 horas de un soleado día 8 de marzo de 2014, José me
estrechó la mano tumbado en una cama que con sus ruedas y empujado por un fortachón
subalterno, le conducían sin remisión al centro mismo de un aséptico quirófano,
entre olés y ovaciones de la afición.
Le dije, “suerte,
maestro”. Nos vemos a la vuelta.
- Y él sólo
atinó a contestarme: “Eso espero, gracias”
Si la salida fue a hombros y por la puerta grande, se conocerá en próximas entregas. Gracias a vosotros, afición, por vuestra fidelidad.
Bueno, esto lo tienes que imprimir.
ResponderEliminarMe encanta la filosofia que le aplicas a toda esta historia, espero con mucha impaciencia la siguiente entrega.
Muchas gracias Yolanda. De eso se trata. De contar esta historia de una forma sencilla y a ser posible amena. Continuará...
ResponderEliminarEse toque de humor tan característico tuyo resulta imprescindible para convertir una situación que a ojos de cualquiera parecería desesperante...en la misma situación pero con más % de comedia que de tragedia. Y, eso, es lo tremendamente complicado pero verdaderamente necesario.
ResponderEliminarGracias, Luismi! Muá!
Gracias a ti Mónica. Sin un poquito de humor, ya sabes que no sería fiel a mí mismo. Es un tema serio, pero un tema con mucha esperanza y cuyas ventajas son enormes.
ResponderEliminarUn besote gordo.
Me pareció estar asistiendo a momento tan delicado en primera persona, y me sorprendió no sentirme asustado o tembloroso, seguramente es producto del temple que transmiten tus letras al narrar una escena tan profunda y sensible.
ResponderEliminarUn abrazo, espero la continuación.
Gracias Jorge. Me alegra saber que consigo transmitir parte del sentimiento que estoy poniendo en esta historia. Todavía queda mucho por escribir.
ResponderEliminarOs debo a unos cuantos muchas lecturas atrasadas, pero llevo una racha realmente mala. Espero que pronto se calme todo y retomar mis antiguas costumbre.
Muchas gracias y un fuerte abrazo.