Cuando uno
se queda solo en una sala de hospital teniendo como única compañía una
maravillosa y enorme bolsa de plástico transparente con la ropa y efectos
personales de cualquier enfermo, surgen varios interrogantes:
¿Qué hago
aquí?
¿Mi futuro
más inmediato es esperar en una solitaria sala varias horas hasta que me
devuelvan a la persona que tiene que rellenar ese pantalón, camisa, zapatos y
slip?
¿Cómo ir ni
tan siquiera a tomar un café a esa máquina expendedora que vigilante me dice
ven, si tengo que arrastrar esa bolsa infernal hasta allí por miedo a que me la
roben en menos tiempo que emplea Usain Bolt en recorrer 100 m. lisos?
¿Con quién
charlaré?
¿Seremos
campeones de la Champions este año?
¿Cuál es el
sentido de la vida?
Así, que en
un acto de divina inspiración, logro concatenar en mi mente varias palabras sin
hacerme daño en el intento:
Organización
– Propuesta – Resolución
Organización:
dícese de la intención de que todo lo que contiene esa bolsa, fuera introducido
en otra mucho más práctica, o en su defecto una mochila grande con la que poder
moverme más libremente por el recinto hospitalario.
Propuesta:
dícese de la acción de llamar a mi santa esposa exponiéndole este pequeño apuro
y recabando su opinión al respecto.
Resolución:
dícese del amor que me profesa esa mujer, que aunque dolorida y ciertamente en
precario estado, como en la canción, llega a decirme… “Si tú me dices ven, lo
dejo todo”.
No termino
de resolver el primer “problema”, cuando el móvil vibra varias veces anunciando
que sin demora abra ese inseparable e inconfundible invento fabricado a medias
entre ángeles y demonios, llamado WhatsApp.
Un mensaje
corto y escueto, pero de una trascendencia absoluta en toda esta historia.
Un
mensaje de cierto amigo peculiar, camionero para más señas, pero que en un
alarde no sé si de amistad, psicología, premonición o simplemente naturalidad,
pensó en mí y sin entrenar, escribía unas palabras que a mí me sonaron a gloria
bendita:
Más o menos,
el mensaje decía algo así:
“Zarko, tengo
una tortilla de patatas con pimientos, que si kieres te la azerkamos al
ospital”
Que no
piense nadie que mi teclado se ha vuelto loco a la hora de escribir así, que la
ortografía que me enseñaron en la escuela se me ha olvidado repentinamente o
que el loco es ese hombre por escribir de aquella manera. Es que según descubrí
más tarde en una alegre charla con él, le gusta escribir igual que pronuncia.
Es lo que yo ahora defino como diccionario Maiden-Español / Español-Maiden.
Este amigo,
también se llama José pero todo el mundo mundial lo conoce ya por “Maiden” y
obviamente, junto a su pareja, como “Los Maiden”. Se debe todo a que suele
vestir con camisetas muy “discretas” de su grupo favorito que no podía ser otro
que Iron Maiden.
Si será así,
que recuerdo cierta noche en la que apareció con camisa y encorbatado y tuve
que decirle: “¡Sal de ese cuerpo, sea quién seas!”.
Pero que
nadie piense que por ello es el típico heavy con greñas y tatuajes que parecen
que siempre van subidos a una Harley. No. Maiden es un roquero que tan pronto
te puede enviar el más duro de los vídeos musicales, como que cualquier día se
arranca cantando por Manolo Escobar. Y no es broma, porque yo he sido testigo
de eso.
Pero a lo
que iba…
A mí este
mensaje me abrió un mundo de sensaciones y sentimientos que no podía describir:
Agradecimiento,
solidaridad, hambre, ansiedad, babeo constante… En definitiva un querer y
todavía no poder y una sensación de estar ya oliendo esa maravillosa tortilla.
No podía
negarme ni tan siquiera por educación. El hambre es el hambre y un amigo, es un
amigo.
Exactamente,
tampoco sé el tiempo transcurrido hasta que por la puerta de esa sala
aparecieron como agua de mayo el señor y la señora Maiden.
Una señora
que en otro alarde de solidaridad y amistad acudió al hospital a pesar de
encontrarse en un estado tan deplorable por fiebres nocturnas, que daban ganas
de llevarla a que la viera un médico. ¡Sería por médicos en un hospital…!
Saludos de
rigor y despliegue militar. Y digo despliegue, porque lo que en un principio se
me prometió como una tortilla con pimientos, como por arte de magia, se
convirtió en tortilla, cerveza, pan, cubiertos, papel de cocina, yogurt, café y magdalenas.
¿Quedaba
alguna duda de que Dios existe?
José y Loli
Maiden o Loli y José Maiden, son así; buena gente. Complementados entre la
extroversión de él y el aire más intimista y tranquilo de ella. Gente capaz de
animar al más serio y a la vez emocionar al más duro.
A este ágape
de comida, charla y mantel, se unió por fin la mujer que me aguanta desde hace
tantos años ya. Renqueante, dolorida, cansada, pero fiel a la cita como
siempre.
El poker de amigos
estaba formado y ya sólo quedaba mantenernos a la espera de formar el repoker
con aquel que a esas horas se estaba dejando manipular en una mesa de
operaciones.
Maiden
estaba inquieto, Maiden preguntó varias veces por dónde se podía ir a donar
sangre y Maiden se marchó a entregarse a un acto tan altruista y solidario que
en mí produjo admiración y a la vez una cierta envidia por no poder acompañarle
desde que un día me dijeron que ya no podía seguir siendo donante por mi
hipertensión arterial.
El caso es
que Maiden regresó desatado. Sujetándose ese apósito para no ir regando con más
donación los suelos del hospital, comenzó a alegrarnos con sus ocurrencias,
chistes y locuras naturales.
Las personas
que contemplaban o escuchaban esas charlas tan alegres y distendidas, nos
miraban con ojos entre perplejos, admirativos y alguno escrutador.
Los minutos,
de esa manera, parece que corren cuesta abajo y sin frenos.
Y así, casi
sin darnos cuenta, se nos anunció que el cirujano que había realizado la
intervención quería hablar con los acompañantes de José.
En un
pasillo largo, un doctor vestido completamente de verde, nos explicó con total
amabilidad, que la intervención había transcurrido por los cauces normales en
cualquier paciente de la edad y circunstancias de nuestro amigo José. Nos habló
con claridad del procedimiento empleado y de que las siguientes cuarenta y ocho
horas eran cruciales en todo proceso de recepción de un órgano.
Nos estrechó
la mano y se marchó con el agradecimiento y la admiración de los cuatro que
tras varias horas de espera, podíamos respirar tranquilos porque todo había
salido bien.
Sería la
descarga de adrenalina, la descarga de tensiones, o más bien la descarga de su
sangre, la que hizo que el otro José (Maiden), se emocionara de tal manera, que
no tuve más remedio que abrazarle, porque entre lágrimas, sólo acertaba a
decir:
“¿Pero tú
sabes quién me ha dado la mano?” ¡Una persona que es capaz de colocar un órgano
de un cuerpo en otro!. ¡No me lo puedo creer!
Yo tampoco
me podía creer que ante mí tenía a un tipo casi más ancho que alto, con una
camiseta que asustaría a algún niño, emocionarse de aquella manera. Fue un
momento imborrable para todos.
Contentos,
felices, expectantes, algo cansados pero fortalecidos por tan buenas noticias,
sólo nos quedaba esperar a la entrada de otra sala de espera para poder verle
tras la reanimación.
Para acceder
a esa sala, debíamos subirnos a uno de los cuatro ascensores ante los que había
una pequeña multitud.
Ahí comenzó
una actuación sorpresa de nuestro Maiden. Sin teloneros, sin micrófono y sin
vergüenza (separado, aunque en ocasiones se podría escribir junto), comenzó a
relatar las posiciones de subida y bajada de cada uno de los ascensores mientras todos los allí presentes lo mirábamos entre perplejos, admirados y asustados:
Pincha aquí si no te importa comprobar el estado de locura de este showman en potencia.
El caso, es que con locura o sin locura, pudimos llegar a la sala de reanimación. Está claro, que los primeros que nos teníamos que reanimar, éramos nosotros tras lo vivido en esos ascensores.
En esa sala,
ya no nos pudimos sentar. Todos los asientos (muchos ciertamente), estaban
ocupados por una familia gitana. Mucha casualidad sería que en reanimación
hubiera más de un enfermo de esa etnia. Y de todos es conocido que las mayores
reuniones familiares de ellos se producen en hospitales o tanatorios. Allí ya
sólo faltaban las guitarras, finos, jamón y queso. Alboroto sí, pero buen
rollito, también; que no falte nunca.
Otra vez
larga espera para que al final nos comuniquen que no lo podremos ver allí sino
en el Servicio de Hemodiálisis inicial. ¡Otra vez a los bajos fondos!.
Una vez
allí, nos informan que solamente una persona puede entrar para ver unos pocos
minutos a nuestro José.
Las mujeres,
en su estado, no podían. Y Maiden, en el suyo, tampoco…
Así que allí
va decidido el Luismi. No podía ser tan fácil y una enfermera me indica que debo vestir
con bata, patucos y mascarilla reglamentarias.
¡Qué
calores! ¡Qué sudores! ¡Qué inútil soy para vestirme así!
Los patucos,
bien; a la primera. La bata, difícil atársela uno por la espalda, pero al final
se consigue.
Y la
mascarilla…Dichosa mascarilla.
Yo no sé si
me la até demasiado fuerte, demasiado pegada a la cara o sencillamente que yo
no puedo ir por la vida con un artilugio así.
El caso es
que con la mascarilla puesta, al respirar, se me empañaban las gafas. Y si me
quitaba las gafas, escuchaba y veía borroso. Así que me arriesgué, y al llegar
a la altura de la cama de José, me las quité.
Allí
tumbado, “intuí” que mi amigo estaba con los ojos cerrados. Esperaba ver muchos
aparatos a su alrededor, pero ciertamente tampoco había demasiados. Los
normales que ya había visto otras veces.
Recuerdo que
lo primero que le dije fue:
“¿Cómo te
encuentras compañero?”
No acertó a
pronunciar palabra. Sólo un pequeño gesto de asentimiento y poco más. Buen
color de cara, media sonrisa forzada por esa borrachera de vodka de la marca “anestesia” y una calmada respiración.
Poco tiempo
permanecí allí. Marché deseando un buen servicio al personal que a partir de
entonces cuidarían de José y con la promesa de regresar al día siguiente, pude
por fin abandonar ese verde traje con el que me malvestí para la ocasión.
Así que
pasadas más de catorce horas desde que atravesé la puerta principal del
recinto, los cuatro fantásticos, los cuatro amigos, pudimos regresar a casa con
la satisfacción y el orgullo del deber cumplido y de dejar en manos del
destino, la ciencia y Dios, que ese riñón quisiera vivir en otro cuerpo que no
era el suyo.
* Quiero dedicar esta entrada, a Loli y José "Maiden" y a mi mujer Mercedes que con su compañía y esfuerzo, convirtieron una larga jornada de hospital, en un hermoso día entre amigos. Gracias.
Solo tú, luismi Zarco, eres capaz de convertir algo tan importante y complicado como es un trasplante renal, en una charla amistosa con final feliz. Una espera que llega a agotar al más incansable de los mortales, que intranquiliza hasta agobiar y que no suele ser nada agradable, consigues suavizarlo con tu peculiar humor. Y es que la amistad es un valioso tesoro.
ResponderEliminarDeseo que tu amigo tenga una rápida recuperación y que todo salga bien.
Sois una buena peña.
Muchas gracias amiga. Siempre, hasta en los momentos más duros pienso que no se debe perder una sonrisa. De todo se puede sacar su parte positiva.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
En los momentos duros una sonrisa y compañía ayudan mucho. Sin eso las horas son interminables y se suelen pensar cosas negativas.
ResponderEliminarQue tu amigo se vaya recuperando.
Un abrazo.
Muchas gracias. Esperemos que todo vaya por el camino que esperamos todos.
ResponderEliminarUn abrazo.