Cruce de acusaciones, bocas llenas con palabras que hablan de protocolos, dimisiones, procedimientos, riesgos, precauciones, pandemias que no llegaron ni a brote… y tantas y tantas cosas que hemos podido escuchar en todos los medios y formas de transmisión de la palabra y la imagen.
He dejado pasar unos días para posicionarme en una postura
concreta alejado ya del lógico ímpetu o falta de objetividad que la inmediatez
del caso me hubiera podido provocar.
Desde la tranquilidad actual que me inspira saber que la
infectada por el virus se encuentra felizmente recuperada y la situación
aparentemente está bajo control, sí que me apetece hacer una serie de
consideraciones:
Lo principal para mí de todo este caso, es que la cifra o
estadística de fallecidos por este virus, no se ha visto incrementada en una
persona que ahora mismo se ve señalada por el dedo acusador de la insensatez
seguramente de cualquier insensat@ que quiera desviar la raíz o
responsabilidades de todo este asunto.
La vida humana, no tiene precio o no debería tenerlo y por
ello, todos nos deberíamos congratular porque esta mujer pueda vivir para
contarlo.
Todos sin excepción deberíamos de brindar por haber ganado
esta batalla, que no la guerra, a este letal enemigo.
Porque hoy, no sólo debo y quiero acordarme de esta enfermera
felizmente recuperada. Quiero acordarme también
de los más de cuatro mil quinientos muertos que no pueden contar su
experiencia; de los otros miles que aún luchan por su vida y como no, de todas
las personas que de una u otra forma, ayudan o han ayudado a todos los
afectados. Incluidos y muy especialmente, los dos misioneros españoles
fallecidos cuya repatriación aún a día de hoy se critica y al personal
facultativo y auxiliar que ha tratado y trata a Teresa..
España, siempre ha sido, es y seguramente será diferente.
Si hay algo que nos identifica a los españoles, es la
improvisación. No actuamos con lógica, coordinación y criterio, hasta que
ocurren las cosas. Tentamos demasiadas veces a la suerte y tienen que llegar
catástrofes, accidentes o descuidos, para darnos cuenta que lo mismo que
podemos prevenir el tiempo, podemos prevenir los hechos.
¿Cuántas veces hemos escuchado la mítica frase “…a partir de
ahora…”?
Somos muy dados después a las críticas, exabruptos y
reclamaciones desde todos los frentes. No importa quién o qué tiene razón;
protestar y opinar, opinar y criticar, se dan la mano más allá de si el
gobernante o responsable es de un color, orientación, capacidad o siglas de un
partido.
Y luego está el asunto del perro, del famoso perro de nombre
Excalibur, que más allá de ríos de tinta, formó mares de opiniones,
contradicciones y sentimientos frustrados.
Independientemente de la opinión de los principales expertos
sobre el tema de la infección por ébola que desaconsejaban su sacrificio sin un
estudio previo de su estado, consecuencias y posible ayuda como instrumento de
investigación en futuros casos, soy de la opinión de que aún estando en contra
de su sacrificio, lo hecho, hecho está y no debemos darle más vueltas con
nuevas manifestaciones callejeras en recuerdo y apoyo de su memoria, entre
otras cosas, porque la concienciación sobre los animales en este país, se ha
demostrado que es una batalla perdida.
Pero al mismo tiempo, hace poco, escuché a alguien decir con
cierta indignación:
“Pero, por favor, si es sólo un
animal”
Esto me hizo reflexionar al instante y aunque me sentí
realmente en contra de esa afirmación, me alegro de haber dejado pasar el
tiempo para reposadamente y transcurridos varios días, exponer también mi
opinión con respecto a este tema.
Efectivamente, he llegado a la conclusión de que ese y todos
los perros, no son más que animales. Afortunadamente, son animales. Gracias a
Dios, son animales.
Porque si fueran personas, se verían expuestos a ser
infectados por esos virus que sin ser mortales como el ébola, sí que son de una
virulencia y agresividad extremas por su rápida propagación entre los que nos
adjetivamos como “humanos”.
Virus como la hipocresía, el egocentrismo, la idiosincrasia,
envidia, vanidad, soberbia, codicia y tantos otros, hacen del ser humano su
huésped perfecto mientras que por el contrario, no tienen cabida en un animal
como el perro.
Y para saber
todo esto, nadie mejor que toda aquella persona que alguna vez tuviera uno como
animal de compañía y lo tratara con dignidad.
Basta
mirarle al fondo de los ojos para ver la pureza que encierra esa mirada.
Una mirada
de agradecimiento, de respeto, de alegría en tus alegrías, de tristeza en tus
lamentos, de compañía en tus soledades y de amistad verdadera simplemente por
un poco de comida y una caricia perdida.
Y ahora, que
levante la mano quien al mirarse en un espejo, encuentre todo eso en su propio
fondo de ojos.
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