Cuando
el bullicio vuelve a dar paso a la rutina y en las calles sólo queda el
recuerdo de confetis de colores, es hora de hacer balance.
Días
de calor y color, gentío, globos, guirnaldas, piruletas, garrapiñadas, luces,
músicas, gaznates sedientos y estómagos hambrientos. Días de tiros largos y faldas
cortas.
Fiestas
Patronales en honor para unos y no tanto para otros de Nuestra Señora la Virgen
de los Ángeles, que fiel a su cita, baja de su Cerro para elevar corazones
sedientos y huérfanos de Madre.
Han
sido días de contrastes. Contrastes de gentes, culturas, razas, sonidos, tradiciones,
reuniones familiares, brindis al sol y también a la luna y alborozo general.
Quizás
lo único imperturbable, sea la mirada y rara sonrisa de esa familia que venida
de China, no entiende de fiestas para su negocio.
Debo
confesar que no he vivido nunca demasiado estas fiestas. De hecho, el recinto
sé que este año también ha sido ferial, porque así lo anuncian los carteles.
Mis
salidas, nuestras salidas, no han sido muchas. Ese cuerpo dolorido, ese
cansancio general de aquella que se empeña en seguir siempre a mi lado, han
provocado que en la mayoría de las ocasiones, hayamos tenido que quedarnos al
pie del amor, que nunca del cañón.
Pero
no me quejo; todo lo contrario. Estos días, estas fiestas me han servido de ayuda
sobre todo interior. He reflexionado, he capturado en la retina momentos y
pensamientos que poco a poco desgrano, asimilo y encauzo.
He
mirado una imagen y por fin, he sentido algo por Ella. He intentado buscarla muchas
veces y al final, como yo imaginaba, ha tenido que ser Ella misma la que ha
llamado a mi puerta para encontrarme.
Me
quedo realmente con poquitas cosas, pero valiosas para mí.
Me
quedo con un desayuno y charla de cuatro hombres con piedad, frente a esa
Catedral cuyo reloj siempre marcará las doce y dieciséis aunque sean las cuatro
y cuarto.
Me
quedo con la mirada de un niño que feliz pasea con una moto atada a su muñeca y
cuyo cordel apunta al cielo.
Con
esos sonidos, de dos tipos ya entrados en años a los que casi por casualidad,
les oímos cantar a un amor que tenía quince años y que sin haber comenzado aún,
también cantaban al final del verano.
Y
me quedo sobre todo, con el esfuerzo sobrehumano y la entrega de la que a duras
penas, podía seguir mis pasos.
Pasos
que ha tenido que dar en tercera. Pasos cortos, con ayuda, inseguros, agarrada muchas
veces a un servidor con complejo de remolcador.
Pero
pasos y más pasos al fin y al cabo. Porque esta vida se trata de dar pasos
hacia adelante.
Correr
no es lo más importante.
Nos
adelantarán personas que a toda velocidad no mirarán por el retrovisor interior
que todos pienso que deberíamos usar más a menudo, pero eso no deberá
importarnos, porque al fin y al cabo, seguimos en la ruta que un día decidimos iniciar
juntos.
Sólo
necesito una mesa, dos sillas, dos cervezas, una sonrisa y a ella, para sentirme
bien en ésta y en cualquier otra ocasión con aires de fiesta.
Un escrito muy bonito y lo es mucho más cuando leo a quien va dedicado.
ResponderEliminarUn abrazo Luismi.
Muchas gracias amiga. Perdón por el retraso en leer tu comentario, pero últimamente ando un poco desconectado.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.