martes, 2 de junio de 2015

Aires de fiesta

Cuando el bullicio vuelve a dar paso a la rutina y en las calles sólo queda el recuerdo de confetis de colores, es hora de hacer balance.

Días de calor y color, gentío, globos, guirnaldas, piruletas, garrapiñadas, luces, músicas, gaznates sedientos y estómagos hambrientos. Días de tiros largos y faldas cortas.
Fiestas Patronales en honor para unos y no tanto para otros de Nuestra Señora la Virgen de los Ángeles, que fiel a su cita, baja de su Cerro para elevar corazones sedientos y huérfanos de Madre.

Han sido días de contrastes. Contrastes de gentes, culturas, razas, sonidos, tradiciones, reuniones familiares, brindis al sol y también a la luna y alborozo general.
Quizás lo único imperturbable, sea la mirada y rara sonrisa de esa familia que venida de China, no entiende de fiestas para su negocio.  

Debo confesar que no he vivido nunca demasiado estas fiestas. De hecho, el recinto sé que este año también ha sido ferial, porque así lo anuncian los carteles.
Mis salidas, nuestras salidas, no han sido muchas. Ese cuerpo dolorido, ese cansancio general de aquella que se empeña en seguir siempre a mi lado, han provocado que en la mayoría de las ocasiones, hayamos tenido que quedarnos al pie del amor, que nunca del cañón.

Pero no me quejo; todo lo contrario. Estos días, estas fiestas me han servido de ayuda sobre todo interior. He reflexionado, he capturado en la retina momentos y pensamientos que poco a poco desgrano, asimilo y encauzo.
He mirado una imagen y por fin, he sentido algo por Ella. He intentado buscarla muchas veces y al final, como yo imaginaba, ha tenido que ser Ella misma la que ha llamado a mi puerta para encontrarme.

Me quedo realmente con poquitas cosas, pero valiosas para mí.
Me quedo con un desayuno y charla de cuatro hombres con piedad, frente a esa Catedral cuyo reloj siempre marcará las doce y dieciséis aunque sean las cuatro y cuarto.

Me quedo con la mirada de un niño que feliz pasea con una moto atada a su muñeca y cuyo cordel apunta al cielo.
Con esos sonidos, de dos tipos ya entrados en años a los que casi por casualidad, les oímos cantar a un amor que tenía quince años y que sin haber comenzado aún, también cantaban al final del verano.

Y me quedo sobre todo, con el esfuerzo sobrehumano y la entrega de la que a duras penas, podía seguir mis pasos.
Pasos que ha tenido que dar en tercera. Pasos cortos, con ayuda, inseguros, agarrada muchas veces a un servidor con complejo de remolcador.

Pero pasos y más pasos al fin y al cabo. Porque esta vida se trata de dar pasos hacia adelante.
Correr no es lo más importante.

Nos adelantarán personas que a toda velocidad no mirarán por el retrovisor interior que todos pienso que deberíamos usar más a menudo, pero eso no deberá importarnos, porque al fin y al cabo, seguimos en la ruta que un día decidimos iniciar juntos.
Sólo necesito una mesa, dos sillas, dos cervezas, una sonrisa y a ella, para sentirme bien en ésta y en cualquier otra ocasión con aires de fiesta.









* Dedicado a mi mujer y a Esa Otra que me acompañará por siempre.



2 comentarios:

  1. Un escrito muy bonito y lo es mucho más cuando leo a quien va dedicado.
    Un abrazo Luismi.

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  2. Muchas gracias amiga. Perdón por el retraso en leer tu comentario, pero últimamente ando un poco desconectado.

    Un fuerte abrazo.

    ResponderEliminar

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