martes, 16 de junio de 2015

Dos mujeres de ida y vuelta

Es temprano en la ciudad; apenas encendidos los focos de un nuevo día, cuando el barrendero empuja carro, cepillo y pala y los primeros autobuses embarcan y desembarcan gentes somnolientas buscando ganarse el pan, dos mujeres deambulan con pasos cortos en un paseo ceremonial que se repite prácticamente a diario.

No importa que el tiempo arrecie lluvia, frío o calor. Cual protocolo, misión, costumbre u obligación autoimpuesta, ambas mujeres recorren la misma calle a la misma hora.
Madre e hija, hija y madre, muy juntitas; brazo con brazo, codo con codo, repiten gestos, charlas y acciones.

Una, la madre, con la mirada perdida y silenciosa; mirando sin ver o viendo sin interés por mirar. Su hija, mochila en bandolera y con verborrea digna de un asiduo orador, va llenándole la cabeza de palabras que seguramente su cerebro no sea ya capaz de ordenar con cierta fluidez.
Ambas, en definitiva, aparentan y demuestran no estar bien.

Se aposentan en el banco de la marquesina de un autobús con destino Madrid. La de mayor edad, continúa en silencio. La otra, se niega a dejar de hablar.
Alguien de repente les pregunta:

¿A qué hora tenéis que estar en el colegio?
“A las nueve, contesta la de siempre”

“Pero si no son ni las siete; no hace falta que paséis tanto frío”

“Pues entonces nos marchamos a casa y volveremos más tarde”

Y así ambas mujeres desandan lo andado, dejándonos siempre a los testigos de esta diaria escena con la sensación cierta de que mañana o quizás al otro, estas mujeres regresarán por donde marcharon a la misma hora de siempre.

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