Amanece
un día gris, lluvioso, hermosamente otoñal. Un día de fiesta, de patrona, de café
caliente; un día de preparativos, de prisas de última hora y de despedidas
cortas con certezas de un regreso muy cercano.
Cuando
la noche bostece su primer sueño, un cuaderno, una pluma y una mochila,
acompañarán a un hombre que iniciará un largo viaje atravesando pueblos y
tierras dejando atrás innumerables traviesas de tren.
Con
él, del brazo, caminará su chica y mil
intenciones y recuerdos.
También
viajarán sin billete ni asiento, una niña buscadora de futuros en tierras
lejanas y otra buscadora de presentes en cercanos lugares. Aquel que sueña con
volar a velocidad de crucero y el que a lomos de motor buscará el honor de una
divisa.
Viajará
la familia; la de ayer, la de hoy y la que siendo futura ya siento como mía.
Mi
fiel amigo siempre acurrucado y a mi lado en silencio; también quien perjuró serlo o quien
sin buscarlo me encontró y aquel que más que amigo ya es familia.
Aquel
que sufre la enfermedad; la física y la de la incomprensión y toda persona a la
que el destino le cubrió de prematuro e incomprensible dolor o quien busque
como yo un fin en un principio.
Todos
tendrán cabida en ese tren y no deben tener miedo a ser descubiertos por el
revisor porque lo harán en el vagón de los profundos pensamientos donde sólo la
intimidad del viajero, podrá acceder.
Ese
hombre marchará con la intención quizás de encontrar esa pieza sin la cual el puzzle
de su vida podría resultar hermoso, pero incompleto.
Fijará
sus ojos en otros más hermosos, buscando una respuesta, una certeza, una
ilusión, una esperanza.
Hablará
en profundo silencio y suplicará favores ajenos y propios; intentará soltar el
lastre de las angustias, las preocupaciones, desazones e inquietudes.
Prometerá
lo que intentará cumplir y jugará a predecir futuros mejores; futuros en paz
consigo mismo y su entorno.
Pedirá
perdonar lo imperdonable y alcanzar lo que no quepa en razón humana pero sí
divina.
Ese
hombre no inicia un viaje más, porque ese hombre viajará con un billete de ida
y vuelta cuyo precio es sólo el de un corazón abierto.
P.D. Toda persona que quiera unirse a mí en ese viaje que inicio al encuentro con la gran Señora de Portugal y del mundo, puede hacerlo pidiéndome privadamente aquello que quiera que le traslade, porque en mi mochila siempre habrá sitio al fondo.
Bonito escrito como siempre, Luismi, no sé si he entendido bien, pero parece que inicias un viaje, al mismo lugar que yo lo hice siendo una jovencita que acababa de terminar el bachillerato. A un lugar donde la fe y la esperanza me llevó para luego dedicar mi vida a los demás.
ResponderEliminarUn abrazo para que lo metas en la mochila.
Pues acertaste; estuve en Fátima, un lugar donde se encuentra precisamente esa fe y esa esperanza que nos falta tantas y tantas veces. Guardo tus palabras en esa mochila que ya está de vuelta en casa.
ResponderEliminarMuchas gracias y un fuerte abrazo.