Un
martes como otro cualquiera marchando al trabajo. Me acurruco en el habitual
asiento trasero del autobús que me acerca a la gran ciudad.
Me
acoplo auriculares y pulso el play del reproductor de mp3 para que su música me
adormezca. No importa el estilo, ritmo o compás, porque soy capaz de dormir
incluso al son de una autopista al infierno.
En
esta ocasión, la música que suena es un blues del Sr. Cabrales que habla de
alegría sin palabras, al ser sólo instrumental.
De
repente, siento una perturbación en la fuerza. No es que algo en mi interior se
removiera, no; es que todo mi cuerpo y casi el asiento, se desplazaron
milímetros que pudieran parecer metros.
Medio
despierto o medio dormido, que tanto monta monta tanto, alcancé a abrir los
ojos y poder girar hacia la izquierda mi esterno cleidomastoideo y con él mi
cuello, para apreciar que aquello que lo que había producido esta pequeña
convulsión, no era otra cosa que una mujer sentada a mi lado.
Una
mujer que me dejó sin aliento. Una de esas mujeres de 90-60-90, pero elevadas
al cuadrado.
Me
dejó sin aliento, porque era tal su tamaño, que mi índice de movimiento
permitido, se reducía a mi cabeza, las manos y poco más.
No
soy un tipo pequeño, pero a mí me sacaba más de un palmo de altura y dos
cuerpos de armario.
Sus
facciones y mirada estaban impertérritamente fijas al frente y aparentando
cualquier cosa que no fuera enfado o seriedad.
Una
persona de esas a las que yo bautizo como “adústera” (un adjetivo de mi
invención con el que califico a todo practicante o practicanta que va más allá
de ser simplemente adusta).
No
miento si digo que hasta el más fornido de los All Blacks neozelandeses, se
podría llegar a sentir amedrentado ante semejante “jaca”.
Acerté
a ver que incluso calzaba zapatillas de esas con tres bandas paralelas y mi
mente me acercó la idea de que se trataba de una lanzadora de martillo o
halterista de un país del este que bien pudiera ser Polonia.
El
caso es que al sentarse, esta mujer fue inmisericorde con el animalillo que
llevaba en el asiento de al lado y provocó en él que en su trayecto sólo
acertara a escribir en el cristal empañado de la ventanilla del autobús, la
palabra “help” mientras seguía sonando una música que hablaba de alegría.
La,la,la, te leo y te imagino espachurrado contra el cristal. Imagínate a esa mujer en un avión, tuvo que pagar dos asientos al venir a nuestro país, si es que era como dices extranjera. La verdad es que es un problema, siempre pienso que el que está gordo es porque come mucho y mal, pero la obesidad mórbida es otro cantar. Tuve una compañera que se hizo una reducción de estómago y falleció de hemorragia porque le hicieron mal las suturas.
ResponderEliminarQue tengas un buen mes de diciembre.
A lo mejor no era obesa, sino alta y fornida y he tergiversado tu escrito.
ResponderEliminarOk?.
No era obesa, es que era enorme, je je je.
ResponderEliminarDe todos modos, o yo me estoy haciendo canijo o esta semana se han puesto de acuerdo las personas grandes para sentarse a mu lado...
Feliz casi finde