viernes, 31 de agosto de 2018

El hombre de la bolsa


Cuando el mismo sol aún está tomando café en un horizonte al este, mis pasos más que mi cuerpo, me llevan por un camino recto, muy recto cuyo final pudiera parecer trágico por ser descanso de muchas almas entre flores, mármol y cipreses.

Un camino que siendo el final de muchos, es para mí el comienzo utilizado habitualmente para calentar músculos, despejar legañas y avisar al resto del cuerpo que todas su partes, sin excepción, deben hacerse a la idea que el trayecto será largo si el propósito es encontrar esa salud descuidada en comidas, bebidas y sedentarismos poco recomendables.

Éste es un camino recto como una regla, monótono como el girar de una rueda y poco atractivo a ojos ávidos de paisajes.

Un camino que a esas horas es transitado por un puñado de personas. Personas de todas las edades que bien pareciéramos caminantes extras de serie televisiva más que deportistas en potencia.

No existen cruces con “buenos días” o “hasta luegos”. Sólo el sonido de pisadas o cercanías en raíles de ida y vuelta.

Caras que por costumbre, se han convertido ya en habituales durante estos días que aprovecho sin trabajos que me esperen. Y entre esas caras, una que ciertamente me conmueve.

Un señor, mayor por canas, torpes pasos y encorvada espalda.

Este señor, quizás no sea quien pienso; quizás sea sólo una imagen deformada en una realidad que desconozco; pero un señor que al cruzar su camino con el mío, siempre consigue sin proponérselo, que mire hacia atrás.

Siempre solo; caminando muy despacito; con un rostro de sereno sufrimiento y a la vez, de voluntad firme y ojos removiendo ternuras.

Un polo de manga corta, pantalones largos, zapatillas y una sempiterna bolsa negra de doradas letras guardando su espalda.

No logro acertar qué pudiera transportar en ella; quizás un poco de agua, una gorra, un bocadillo, unas flores…

Vivencias, recuerdos, mil historias y seguramente, soledad.

Si su compañera realmente es su soledad, pensaré que ambos forman ya un dúo para no sentirse tan solos y seré yo quien a partir de ahora cruce sus miradas con la mía a ritmo de un simple “buenos días” que haga de su marcha novedad y de la mía una conciencia agradecida.



2 comentarios:

  1. Querido Luismi:
    No me queda más que sorprenderme de que aún no le hayas dado los buenos días...algo muy impropio de ti.
    La educación que tu paseas por la vida hace de ti un tipo sorprendente a todas luces.
    Tu prudencia , choca con la prisa con la que otros nos encontramos cada vez que necesitas de otra persona y tienes la osadía de pedirlo.
    Gracias por ser, por intentar ser y por lo que serás...
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  2. La verdad es que no sé muy bien por qué no le he dado los buenos días aún. Quizás sea porque realmente ninguna persona de las que nos cruzamos habitualmente por allí, lo hacemos. Sería bonito que nos fuéramos saludando, pero la vista al frente se hace más habitual. Con este hombre, es diferente, porque al menos en apariencia, transmite ternura y eso me llevará de seguro a saludarle la próxima vez que lo vea.

    Si me contestará o no, no lo sé, pero esta semana que seguramente sea la última en la que podamos coincidir, un buenos días, no le faltará por mi parte.

    Las prisas, nunca son buenas por muy rápida que sea la marcha.

    Gracias por tus palabras

    Besos

    ResponderEliminar

Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

Privilegiado

El diccionario nos revela que una persona privilegiada es aquella que tiene cierto privilegio, ventaja, derecho especial, prerrogativa o acc...