domingo, 16 de septiembre de 2018

Pole position


Desde aquellos tiempos en los que un asturiano se asomó a las pantallas de televisión para primero pilotar, después ganar y acabar convirtiéndose en bicampeón del mundo en algo tan de extraterrestres entonces para los españoles como la Fórmula Uno, un servidor que sigo siendo yo, no ha dejado de ser un fan que no fanático de ese deporte de ruedas más anchas de lo normal.

Bien es verdad que esos tiempos cambiaron; el asturiano era el mismo; la afición también la misma; pero los coches en los que se fue sentando, eran hermosas máquinas de correr que no corrían tanto como primero él y luego los demás hubiéramos querido. 

Lástima para los méritos contraídos por un gran piloto y lástima también de madrugones perdidos en legañas de otros años.

Esperanzas teníamos de regresar a lomos de otro coche de anaranjado color si no a ganar, sí al menos a pelear de tú a ellos con los mejores; tampoco la diosa fortuna o la tecnológica se unieron para formar un gran tándem.

Eso desanimaría a cualquiera y así ha sido; el piloto se bajará del coche de una fórmula que no es la buena buscando nuevos retos con olor a laureles y esa legión de pretorianos seguidores, vibraremos con él en otros circuitos que sin chicanes también huelan a neumático quemado.

Tan quemados, como lo está mi mujer a la que no llego a entender muy bien en su enfado por esa afición mía de ver coches donde no los hay.










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