Por
un puñado de amigos, mereció la pena viajar. Los kilómetros,
madrugones, preparativos y demás elementos que conforman cualquier
viaje, no son para nada obstáculo cuando las previsiones y después
las confirmaciones hicieron de este último sábado uno de esos días
para marcar en el calendario que todos llevamos dentro y no se
imprime en ningún papel.
Muchos
fueron los días transcurridos y pendientes para llegar a cumplir lo
que un día fue promesa y por unas u otras razones se hizo esperar.
Cuatro iniciaron viaje. Pudieron ser más, pero quizás el
destino, o vete tú a saber qué, hicieron de este número par los
que conformaron coche, ruta y deseos de encontrar lo que algo más de
ciento veinte kilómetros después, hallaron.
Un
viaje ameno, sin salida 22 que nos pudiera distraer y una pareja
esperando allá donde la voz de un navegador decía “Ha llegado a
su destino”.
Más
que una pareja, diría que nos esperaban dos sonrisas. Dos sonrisas
sinceras; de esas que no necesitan nunca forzar un gesto. Dos
sonrisas que antes de abrir las puertas de su casa te abren las de su
corazón.
No
daré nombres porque no es necesario. Simplemente diré que ella
(porque sintiéndome caballero, prefiero comenzar por la señora), es
una muñeca. Lo digo, aunque el copyright de esa afirmación lo tiene
su señor. Mujer menudita, pero ¡grande, muy grande! De sonrisa
enorme, de alegría contagiosa, de brillo en los ojos, de bailes al
son de cualquier música, de desvelos por agradar… Una de esas
mujeres de las que preguntarse ¿qué más se puede pedir?
Él,
un tipo rudo en apariencia. Un tipo que imaginé muchas veces apoyado
en una blanca pared, calzando botas de espuelas, fumando un puro mascado bajo la sombra de un sombrero vaquero y en otras ocasiones
empuñando Magnum y sentenciando al desgraciado que osó cruzarse en
su camino con una frase tal que “Alégrame el día”. Un tipo en
apariencia rudo, sí; pero un tipo de corazón inmenso; de consejos
de padre; de espiritualidad contrastada; de sufridor de males ajenos,
de orante perpetuo; enemigo de rencillas; aficionado de miradas al
cielo y de “líos de eternidad”. Ese tipo del que muchos también
creo que pensarían “Yo de mayor, quiero ser como él”.
Esas
dos personas fuimos a buscar y encontramos en cada sincero abrazo de
bienvenida.
Podría
hablar de risas, de exquisitos manjares, de baños a la luz de la
luna y el sol, de tormentas que no llegaron a ser tales; de vuelos de
aves migratorias, de siesta nocturna a ras de suelo, de Ángeles de
Charlie en chapuzones de piscina, de tipo largo haciendo solitarios
largos, de frescor de sótano, de bruja con escoba y conjuro,
de Rock & Roll y Julio Iglesias, del mito que casi se me
desmorona cuando confiesa que en tiempos jóvenes bebió
zarzaparrilla, de lagartijas y matamoscas, de tortas de Alcázar,
tostas de bacalao y de muchas otras cosas y pequeños detalles. Pero
no lo haré y me voy a ceñir a un hecho que no debería ser
extraordinario y lo fue.
En
un mundo digital donde las gentes hablamos más con los dedos en
pantallas que mirándonos a los ojos, resulta un hecho casi inaudito reunirse alrededor de una mesa para simple y llanamente, compartir
café, charla y sentimientos.
Puede
que sea ésta, una de las mejores tertulias que mi memoria llega a
alcanzar. Una de esas tertulias sin minutos, sin prisas, sin licores,
pero con el efecto de lo mejor de los alcoholes para desatar
sinceridades. Una charla constructiva, sin críticas por criticar,
sin despreocupadas preocupaciones, sin aspavientos ni desazones. Una
charla de recuerdos de mejores tiempos y deseos de repetirlos aunque
las previsiones no sean buenas; de lágrimas que necesitaron un
abrazo y me obligaron a mirar hacia otro lado; de pasados que quizás
fueron mejores, pero que de una u otra forma nos han ayudado a vivir
plenamente este presente; de silencios compartidos e historias
incomprensibles que el destino con o sin mayúscula obra en las
personas que allí nos reunimos.
En
resumen, de un hecho que haciendo mucho bien, dejamos habitualmente
en desuso. El hablar entre amigos sin barras de bar en medio, sin
ruidos, humos ni tapujos, me llenó de polos positivos, de alegría
de mente y cuerpo, de bondades que despertar de su letargo.
Todo
eso y más sucedió en apenas veinticuatro horas por la voluntad de
un puñado de amigos que se dispersaron con el firme deseo y certeza
de que esta hermosa historia tendrá un rótulo final de película
del viejo oeste en el que se podrá leer…
C
O N T I N U A R Á…
*
Dedicado con todo mi cariño y agradecimiento a los Sres. de Eastwood
por su hospitalidad, sus desvelos y sobre todo, por su amistad.
También compartir esta dedicatoria con mi bruja y
“endemoniada” favorita
con o sin cervezas y escoba, un tipo largo del que no hago carrera
pero aprecio como si la hiciera aunque me lleve por salidas que no
debía y cómo no, con mi chica de siempre y para siempre. A todos,
desde la patata,
G
R A C I A S.
Querido luismi:
ResponderEliminarAhora lo entiendo si....
Y no se porque , Me ha sorprendido un montón ya que no lo esperaba.
Quizás el estar siempre guardando los buenos momentos y no poder compartirlos por si alguien se siente ofendido o desplazado haya sido una de esas raras costumbres mías.
No importa el no poner nombres, No hacen falta. Es un gusto saber que tratas a las personas con un buen hacer exquisito y eso conlleva ese trato que recibes.
Una suerte tener ese tipo de amigos que reciben a corazón abierto y compartiendo todo. Esas personas que te hacen dueñas de su casa cuando llegas y consiguen que no te veas extraña en casa ajena.
Esos amigos son los que te ayudan a vivir con alegría la suerte de compartir unas comidas,unas confidencias, unos relámpagos ,Un refrescante baño y un escalofriante conjuro.
Una alegría compartir con ellos .
Otra compartir con vosotros.
Fus fus...sape sape.
Mi querida amiga: creo que no es bueno guardar los buenos momentos por no incomodar o molestar a alguien. Si ese alguien te aprecia de verdad, no debería sentirse incómodo; al contrario, debería sentirse feliz.
ResponderEliminarIgual sucede con lo malo de esta vida; las cargas compartidas, son menos cargas y también quien de verdad te aprecie, sufrirá contigo.
Tengo la fortuna de encontrar amigos precisamente en los malos momentos que es cuando uno los necesita. Y sólo intento dar a los demás lo que de algún modo me gustaría recibir.
Me siento bien contando venturas aunque sean pequeños detalles que me llamaron la atención. De nada sirve esconderlas en un mundo tan falto de ellas. Y ojalá quien tenga la habilidad de contarlas, no guarde su pluma por miedo a nada.
Yo te conjuro a ello Lady Writer
Besos y "Zape Zape" 😂😂