Dos
hombres, una barra de bar, un tercio y un Cola Cao. Pudiera parecer
incongruente lo pedido, pero no tanto. Uno recién levantado y el
otro recién estrenada la salida dominical con ganas de aperitivo y
charlas entre amigos.
Gentes
que entran y salen de un pequeño bar y estrecheces consentidas
frente al marco incomparable en mi ciudad de la fachada de una
iglesia convertida en catedral.
Charla
animada, sin gran profundidad, pero charla al fin y al cabo entre dos
hombres unidos por una mujer en común a caballo entre un padre y un
novio.
Todo
bien, todo correcto, todo lo esperado, faltando quizás sólo un
plato de verdes aceitunas para quien no probó pastel.
Pero
el mal tiempo, los nubarrones, los truenos, relámpagos y centellas,
acudieron a mi oído susurrados por la voz de una mujer conocida a la
que por su obra y aparente gracia tendré que comenzar a desconocer
aún más.
No
hice nada para merecer ironías; no hice o mejor dicho, no hicimos
nada para merecer comentarios de sonrisa con sabor a crítica; no
hice nada para merecer reproches de un “acoplamiento” que siendo
consentido, demostró con sus palabras, no gustar a quien me habló
incluso del propio destierro
o exilio
de los dueños de la casa por ese motivo a
tierras con forma de cocina.
Lástima
en quien parecía ser y sigue empeñándose en demostrar que lo es.
No
busco nunca la polémica; no va conmigo el enfrentamiento; no soy
aficionado a las disputas. Si tengo, debo o sería recomendable
hacerlo, no me duelen nunca prendas en pedir perdón; pero una cosa
es eso y otra diferente que se diga más que se piense o se insinúen
entre sonrisas, de mí o de los míos, falsedades con el único
propósito de alentar orgullos de quien pretendiendo destacar en
todo, tarde o temprano acabará estrellándose contra su propia
realidad.
Me
disgustan mucho las personas que te ofrecen caramelos y cuando los
apartas de su envoltorio, tienen sabor a sal.
Me
disgustan las personas de medias verdades y aún más las de medias
mentiras.
Las
que hacen crítica siempre buscando manada y nunca el cuerpo a
cuerpo.
Las
que a golpe de pecho y senderos o caminos que debieran ser de
humildad, los embarran con lodos de egos consentidos por unos y
padecidos por otros.
En
definitiva, aquellas que no sabrán nunca medir el efecto de unas
palabras ni el aderezo de dos gotas de cianuro.
P.D. Sirva esto más que como entrada de blog como un recordatorio de lo que mi corta memoria esconderá imagino en breve, pero que no quisiera olvidar tan fácilmente como debiera.
Por ello, no espero aquí comentarios, ni preguntas de nadie, salvo de mi propia conciencia o de alguna otra ajena a mí.
Gracias
Querido Luismi:
ResponderEliminarPues atenta a tu petición sólo compartiré una mirada y una media sonrisa.Ojala no te hubiera tocado nunca.
De todo se aprende. De lo malo, incluso más. Gracias
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