Cuando
el gusanillo merodea, las vueltas se cuentan por cientos.
Cuando la intención
se mezcla con la devoción pero con el razonamiento de las circunstancias, pasa
a ser un gusanillo con cierta sonrisa malévolamente sana.
Así
ocurre cuando los deseos por algo se ven en cierto modo frenados por la
situación real.
Una
cosa es querer y otra diferente poder. Pero si ese querer tumba en el último
asalto al contrincante, el menos favorito, siempre vence.
Así
sucedió el pasado veintiocho de noviembre. Miércoles como otro cualquiera pero con
sones merodeando mi cerebro musical.
Tiempo
ha que no escuchaban mis oídos y veían mis lentes de lejos una formación,
grupo, o banda familiarmente querida y musicalmente apreciada, en suelo chulapo
por excelencia.
El
lugar y la hora, estaban claros; pero la salud de aquella que siempre me
acompaña no lo estaba tanto.
Un
mensaje, un amigo y una invitación bastaron para despejar dudas y lanzarnos a
la piscina aunque fuera con salvavidas.
Medicina
no la hubo en un bolso ni falta que hizo. Fueron, son y serán siempre estas
gentes y sus músicas la mejor medicina para curar espantos de cuerpo y ánimo.
Y
así acudimos a una sala conocida. La sala Caracol que en Madrid fue antaño el
epitafio inesperado a una formación de años que dejó de serlo en su formato
original por los males de quien siendo su cantante se perdiera en el camino.
Allí
fuimos con la clara intención de un reencuentro. Un reencuentro de sinceros
abrazos, risas, charlas y cervezas mayores que un botellín.
Diván
du Don son música; música con sabor a rumba trotona, reggae de por aquí y
letras adornadas de sentimiento.
Pero
independientemente de lo que gusten o no como músicos y músicas, lo
verdaderamente valioso en ellos, es la persona.
Gentes
sin careta dibujando aprecios y con el brillo en los ojos de quien se alegra sinceramente
al verte más allá de la distancia y el tiempo que a unos y otros nos separe.
Son
un chute de alegría, de buenos recuerdos a compartir sin años de por medio.
Son
fotos de photocall de esa otra prensa del corazón sin periodistas ni flash.
Medir
el éxito por ventas, está bien; pero medir su éxito por logros personales, es
otro nivel que va más allá de una estadística. Y en eso, arrasan en todas las
listas de quien aprecie aquello que va más allá de una composición musical.
No
puedo hablar de un concierto al uso, porque no lo fue. No eran la única banda
que se subió esa noche al escenario y eso hizo que se quedara en tiempo y temas
mucha música en el tintero. Ni tiempo hubo de volver a disfrutar de un “Nudo marinero”
que hace ya muchos años nos encandiló,
pero que por aquello del guión, la hora y las prisas del organizador, se quedó
sólo en un título más impreso en un setlist.
A
fuerza de ser sinceros, la música para mí fue lo de menos porque ya vendrá la
próxima primavera cargada con temas a estrenar de un nuevo disco y será
entonces cuando el sentimiento de ese nudo amigo se desate nuevamente encima de
un escenario.
Lo
mejor en este caso, fue el éxito de ese gusanillo que supo convencerme de que
lo importante en esta vida es la buena gente que más allá de distancias consiguen
alegrar a quien a ojos vista nunca pareciera sufrir dolor alguno.
A
esa gente que con su arte consiguen estos pequeños milagros, mi profunda
admiración como aficionado a la música y mi agradecimiento y cariño como
persona que tiene el honor de ser su amigo.
* Dedicado a Diván du Don (Paquillo, Miguel, Carlos,
Jorge, Antonio); a Lupe (esa mujer que sin estar también estuvo); a Fermín, Titi y Nacho.
A todos, de corazón, gracias por hacer de esa, otra gran noche a recordar.
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