Tiempo
ha que cierta señora, vecina y anciana que vive más cerca que yo del cielo por
hacerlo en un tercero, dejó de hablarme.
Lo
hizo en la convicción de que el hecho de barrer su terraza arrojando su
porquería a una ropa colgada al viento en unas cuerdas un piso más abajo (que
desgraciadamente es el mío), no debería ser excusa válida para decirle mi
esposa cuatro cositas al no ser ésta la primera vez que lo hacía.
Sucedió
esto hace ya varios años. Desde entonces, esta señora y su hija, desvían mi
mirada y pierden la voz en cada encuentro. Algo paranormal diría yo.
Pero,
tanto los caminos del Señor, como en ocasiones los peldaños de la escalera de mi
comunidad de vecinos y un ascensor averiado, pueden llegar a ser inescrutables.
Desde
entonces, subidas y bajadas de escalera hubo muchas. Y aún más de ascensor que
para eso está. Pero coincidencias reales, sólo en pasillos; era conveniente
evitar las distancias cortas donde el silencio se pudiera cortar con cuchillo.
Hechos
recientes quizás vuelquen una historia tristemente rocambolesca no habiendo
necesidad de caras con sabor a vinagre.
Como
un día más, abrí la puerta de la calle con vuelta y media de llave, para
dirigirme a un lugar con cartel amarillo de gran “T” de Tabacos, Tabacalera o
Timbres.
Raramente
utilizo el ascensor para bajar y esta vez tampoco lo haría. Eché pie derecho a
peldaño y me dispuse a iniciar descenso, cuando entre ahogada respiración y
ruido de pesada carga, la vi y me vio.
Una
señora de blanco pelo, cuerpo enjuto y dificultad extrema, luchaba afanosamente
por ascender un peldaño más arrastrando un pesado carro de la compra casi más
grande que ella.
La
miré desde lo alto, me miró y apareció. Apareció un silencio terriblemente
largo de unos tres segundos. Ella, no supo qué decir, pero afortunadamente, yo
sí supe qué pensar.
Fui
empujado por algo que llaman educación y amablemente me ofrecí a ayudar a esta
señora que aún sin carro no podía apenas subir.
Nuestro
esfuerzo nos costó alcanzar el rellano del tercer piso, pero en el fondo, me
sentí bien cuan giró su cara y me dijo:
“Gracias
hijo”
No
fue una larga conversación, no será un comienzo como en Casablanca de una
hermosa amistad, pero sí que creo que esta coincidencia de hombre, mujer, carro
y escalera, pondrá un orden que jamás debió perderse por las inmundicias de las
reacciones humanas, marcando un nuevo camino de educada vecindad donde no quepa
el silencio de un reproche.
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