¡Qué arte! ¡Qué habilidad! ¡Qué paciencia! ¡Qué riesgo!
Debo decir que mi
asombro por tanta capacidad de maniobra y perfección en esa actividad, nunca ha
pasado desapercibido a mis ojos mañaneros camino al curro habitual.
Los vagones de hoy en día
y más concretamente los de la línea 9 de Metro, no son los más antiguos de
construcción ni los que se distingan por la última tecnología.
Por mucha amortiguación
o sistemas que aminoren el rozamiento o vaivén de sus unidades, difícilmente se
consigue que aquello sea como una balsa de aceite que permitiera realizar
acciones de precisión casi de cirujano en quirófano.
Ver a una mujer frente
a mí desplegando todo un arsenal de retoque facial y convertir ojeras en ojos,
arrugas en tenues líneas y perfil de detenida en comisaría en aspirante a
concurso, me asombra.
Ese lápiz de labios
(chori de siempre para los que tenemos una edad); ese otro lápiz a ras de ojo o
aquello que parece una miniescobilla que peinara pestañas aplicados a velocidad
de vértigo, entre curvas a derecha e izquierda, vaivenes, frenazos, inicios y
fines de marcha y todo ello sin desviarse ni herirse, me llena de asombro.
Por un lado, en el
hipotético e improbable caso de que un día yo optara por realizar esas
maniobras, pienso en la certeza de que acabaría trepanándome sin apenas
esfuerzo.
Y por otro se me ocurre
una pregunta:
¿Qué necesidad de esperar un tren para hacerlo?
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