Cuando
recibimos una carta, un mensaje o un recordatorio del móvil en el que aparecen
las siglas I.T.V., una especie de corriente eléctrica con carga negativa
recorre nuestra espina dorsal, cerebelo o bulbo raquídeo.
Pensar en
llevar el vehículo a un lugar en el que buscarle defectos o anomalías que
pongan en peligro la seguridad del mundo y encima abonando una cantidad de
dinero en algunos casos ciertamente notable, no es plato de buen gusto imagino
que para nadie.
Hace
escasos días que mi coche y yo nos fuimos a pasear hacia uno de esos lugares de
rótulos enormes con color azul. Había pasado un año desde la última pegatina
que con el número 19 pegué en su parabrisas.
Comprobé lo
típico; sus luces delanteras, traseras y laterales; las de con niebla y sin ella;
las de frenado o posición. Todas. Lo demás, lo encomendé quizás a Dios, quizás
al operario simpático que esperaba me tocara en turno.
Mientras aguardaba
en una larga cola que acababa en los túneles de la inspección, comencé a
divagar como no hacía desde hace ya algunas semanas.
¿Y si esa
inspección fuera obligatoria para esa otra carrocería con motor interno y
piezas perfectas llamada cuerpo humano?
Nadie te
obliga, pero todos aconsejan cada cierto tiempo comprobar los engranajes internos
que todos tenemos.
Comprobar
niveles (de colesterol, azúcar, transaminasas…)
Medir
presiones (arteriales, oculares, sensoriales…)
Intensidad
de ojos, lentes o lentillas para un correcto funcionamiento del conjunto
visual, incluidas las intermitencias de pestañas y párpados…
Revisar
amortiguaciones que necesitaran lubricaciones de jornadas con chasquidos de
huesos…
Niveles de expulsión
de gases nocivos para el clima y sus alrededores...
Eso, creo
que lo llevaría mal porque sólo de pensar que al igual que a mi coche deben
introducirme por mi tubo de escape una varilla de medición… me pone los pelos
como escarpias de cuadros grandes.
Y por
último que ese operario u operaria, aunque estas últimas son escasas, me
indicara que me adelantara y me situara bien porque debe bajar a un foso para
revisar mis bajos y menear mi cuerpo hasta límites de 4,7 en la escala de Richter...
Hasta ahí
puedo escribir. Feliz día
¡Uf, yo también tiemblo cuando me toca pasar la ITV.Cuando los coches son viejos me parece bien, pero cuando tienen solo unos pocos años, creo que son ganas de sacar el dinero.
ResponderEliminarEn cuanto a la otra ITV, me parece fenomenal que se facilitasen los medios técnicos y humanos para que nos lo hicieran a todos cada año, sin tener que ir por separado a cada especialista.
Un abrazo.
Gracias Rita por tu comentario y perdón por tardar tanto en publicarlo.
ResponderEliminarUn abrazo