domingo, 19 de enero de 2020

Viajero en el tiempo


       
    Pudiera dar miedo o acongojar en cierto modo por inusual visión de persona y ropajes, pero no. Una imagen al fondo pertrechada en negro abrigo, maleta y guantes que pareciera de otros tiempos.
   Llamó poderosamente mi atención por diferentes motivos: su quietud, su mirada al suelo, su altura, su blanca tez, esa barba y pelo rubios, antagónicos con tan negra vestimenta…
  Ciertamente un tipo inusual en la vorágine a la que mis ojos están acostumbrados en el devenir diario.
  Pero siendo todo eso en cierto modo atrayente, mi mente, perspectiva e imaginación, dieron rienda suelta a un caballo desbocado.
  Me fijé que la gente transitaba en idas y venidas de vagón, rozándole sin hacerlo y sin que él apartara ni tan siquiera la mirada del suelo; ni un pie cambió su posición para facilitar maniobras ajenas ni propias.
  Un señor a su lado leyendo un periódico que con efecto o sin él, pareciera atravesar su brazo. De ello me di cuenta más tarde observando la fotografía que casi en modo espía tomé con disimulo.
   Y ya puestos a imaginar, imaginé incluso tallas de un Medinaceli sin saeta que le cantara o devoción que acompañara.
   Imaginé, imaginé… a un hombre que viajó en el tiempo sin alzar su mirada ni ver que al fondo un tipo se fijó en él sin miedo, con asombro y mil preguntas que guardó en la mochila de un recuerdo.
  

jueves, 2 de enero de 2020

Un cubo de colores


El veinte veinte ya está aquí y no ha supuesto un cambio drástico en aquello que pienso, luego existo.
Cambiar unos dígitos o una hoja de calendario, no es más que un acto tan justo y necesario como otro cualquiera. Bien es verdad que en esta transición entre un final de diciembre y unos albores de enero, suceden cosas muchas veces inexplicables.
Las gentes incluso parecemos buenas, frente a aquellas otras que no hace tanto vestíamos rutinas, indiferencias y vacías existencias. Como si de un espíritu antagonista del maligno se tratara, damos por bueno lo que antes era regular.
Y así, con ese renovado aunque seguramente temporal espíritu de dulzura sentimental, el chucuchú sin chucuchú del mismo vagón del metro de siempre, me acerca como el año pasado hasta sentarme en mi puesto de trabajo.
En ese trayecto, caras somnolientas tan parecidas a la mía que parecemos compinches. Mujeres, hombres y aunque parezca extraño por las fechas, incluso algún niño. Y un armario.
Sí, uno de esos armarios de tres cuerpos, que tuvo a bien sentarse a mi lado, obligándome a reacondicionar posición si no quería verme abocado a un incómodo viaje al país de nunca a gusto.
No suelo fijarme en mi vecino o vecina de asiento, pero esta vez, sin proponérmelo, algo llamó mi atención.
Por el rabillo de mi ojo izquierdo, percibí algo que sobresalía del pecho de ese cuerpo. Una protuberancia de color anaranjado y una longitud como de un palmo de mano grande.
Pareciera algo así como una zanahoria y en verdad que sin ser natural, lo era, porque ya fijándome con total y a la vez disimulado descaro, detrás de esa zanahoria, se dibujaba en un gran jersey de lana verde un hermoso, blanco y abrigado por bufanda roja, muñeco de nieve.
Sensacional y navideño jersey en un tipo enorme, de mediana edad, que no podría escuchar mis pensamientos, entre otras cosas porque sus oídos los ocupaban unos auriculares elevados a la enésima potencia.
Ahí podría acabar esta historia, pero no. Del bolsillo derecho de ese en cierto modo Papá Noel disfrazado, apareció de repente un cubo de Rubik con todos sus colores. En las manos de ese hombre, ciertamente que era un juguete que se puso en marcha a una velocidad endiablada. Los colores blanco, rojo, azul, naranja, verde y amarillo comenzaron a bailar en todas direcciones sin orden ni aparente concierto.
Años ha que uno de estos cubos se me acercaba y comenzaba a funcionar.
No serían más de dos estaciones las que asomaron por las puertas del vagón, cuando el caos más absoluto de cubo, se transformó en una perfecta alineación de caras del mismo color para asombro de los que como yo observábamos ya con descaro la habilidad de este hombre.
Para mí quisiera reordenar así mi cabeza de pensamientos, palabras, obras y omisiones en este año recién parido. Aunque no me veo yo vestido de esa guisa, sí que me dio qué pensar ese tipo que levantándose del asiento, consiguió levantarme a mí también el ánimo al darme cuenta que la Navidad, el juego y el disfrute, bien pudieran merecer la pena de todo un año, aún a costa de una nariz en el pecho y un cubo de colores.


* FELIZ AÑO DE COLORES 

Calle Libertad

  Dejé una calle de nombre Libertad, echando la vista atrás con el gusto amargo de recuerdos que siendo hermosamente pasados y vividos, dudo...