El
veinte veinte ya está aquí y no ha supuesto un cambio drástico en
aquello que pienso, luego existo.
Cambiar
unos dígitos o una hoja de calendario, no es más que un acto tan
justo y necesario como otro cualquiera. Bien es verdad que en esta
transición entre un final de diciembre y unos albores de enero,
suceden cosas muchas veces inexplicables.
Las
gentes incluso parecemos buenas, frente a aquellas otras que no hace
tanto vestíamos rutinas, indiferencias y vacías existencias. Como
si de un espíritu antagonista del maligno se tratara, damos por
bueno lo que antes era regular.
Y
así, con ese renovado aunque seguramente temporal espíritu de
dulzura sentimental, el chucuchú sin chucuchú del mismo vagón del
metro de siempre, me acerca como el año pasado hasta sentarme en mi
puesto de trabajo.
En
ese trayecto, caras somnolientas tan parecidas a la mía que
parecemos compinches. Mujeres, hombres y aunque parezca extraño por
las fechas, incluso algún niño. Y un armario.
Sí,
uno de esos armarios de tres cuerpos, que tuvo a bien sentarse a mi
lado, obligándome a reacondicionar posición si no quería verme
abocado a un incómodo viaje al país de nunca a gusto.
No
suelo fijarme en mi vecino o vecina de asiento, pero esta vez, sin
proponérmelo, algo llamó mi atención.
Por
el rabillo de mi ojo izquierdo, percibí algo que sobresalía del
pecho de ese cuerpo. Una protuberancia de color anaranjado y una
longitud como de un palmo de mano grande.
Pareciera
algo así como una zanahoria y en verdad que sin ser natural, lo era,
porque ya fijándome con total y a la vez disimulado descaro, detrás
de esa zanahoria, se dibujaba en un gran jersey de lana verde un
hermoso, blanco y abrigado por bufanda roja, muñeco de nieve.
Sensacional
y navideño jersey en un tipo enorme, de mediana edad, que no podría
escuchar mis pensamientos, entre otras cosas porque sus oídos los
ocupaban unos auriculares elevados a la enésima potencia.
Ahí
podría acabar esta historia, pero no. Del bolsillo derecho de ese en
cierto modo Papá Noel disfrazado, apareció de repente un cubo de
Rubik con todos sus colores. En las manos de ese hombre, ciertamente
que era un juguete que se puso en marcha a una velocidad endiablada.
Los colores blanco,
rojo, azul, naranja, verde y amarillo comenzaron a bailar en todas
direcciones sin orden ni aparente concierto.
Años
ha que uno de estos cubos se me acercaba y comenzaba a funcionar.
No
serían más de dos estaciones las que asomaron por las puertas del
vagón, cuando el caos más absoluto de cubo, se transformó en una
perfecta alineación de caras del mismo color para asombro de los que
como yo observábamos ya con descaro la habilidad de este hombre.
Para
mí quisiera reordenar así mi cabeza de pensamientos, palabras,
obras y omisiones en este año recién parido. Aunque no me veo yo
vestido de esa guisa, sí que me dio qué pensar ese tipo que
levantándose del asiento, consiguió levantarme a mí también el
ánimo al darme cuenta que la Navidad, el juego y el disfrute, bien
pudieran merecer la pena de todo un año, aún a costa de una nariz en
el pecho y un cubo de colores.
* FELIZ AÑO DE COLORES
En alguna ocasión he tenido en las manos un cubo de colores, sin conseguir realizar con éxito la tarea, si he visto en alguna vez la destreza de alguien que en pocos segundos lo dejaba alineado a la perfección.
ResponderEliminarFeliz año.
¡Feliz Año Nuevo, Luismi! Que venga cargado de salud, alegría y cosas buenas. Un abrazo muy grande.
ResponderEliminarMuchas gracias Matías y Rita por vuestros comentarios para iniciar éste 2020.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo y Feliz Año