Campanas
y campanillas van sonando por muchos rincones de calles engalanadas de mil
colores. Manos que buscando calor en unas castañas recién rescatadas del fuego,
calientan deseos de niños de guantes en las manos.
Panderetas
al viento sin acordes definidos sólo con sus sonidos a metal desbocado.
Chiquirriquitines en noches de paz camino a un
portal sin número en su puerta y una familia en sus adentros que invita a no
buscar más intemperies en las que refugiarse.
Olor
a humos en noches de fría oscuridad; quizás un perro que ladra llamando puertas
y un hombre que acaricia su lomo sabiendo que nadie abrirá.
Bondad
en el ambiente; deseos sin fundamento y fundamentos no deseados.
Ausencias
sentidas y aquellas otras del ¡qué más da!.
Trabajos
mirando copas de espumoso al final de la jornada y comidas de compañeros que el
resto del año quizás no fueron tantos ni tan buenos.
Niños
que cantan números y cábalas de salud como último refugio de la suerte que a
casi todos nos pasará de largo.
Y
neón, mucho y multicolor neón, invitando a entrar para salir después cargados
de costumbres en papel de regalo.
Todo
eso y mucho más me dicen, me cuentan que es, o era la Navidad. Y no les faltará
razón a quien eso afirme porque yo también he sido y sigo siendo un actor
secundario en esa obra de título “Vida actual”.
Pero
ayer conocí otra Navidad. La Navidad del enfermo pidiendo un consuelo, un
consejo, un apoyo, un abrazo, un sentimiento. Y allí estaba la verdadera
Navidad entre un grupo de gentes que escucharon el relato de una historia hecha
mujer o mejor dicho, una gran mujer forjada por su propia historia.
Relato
duro por momentos, dulce en ocasiones y real, muy real de quien encontró en su
sufrimiento un privilegio inmerecido en sus propias palabras.
Observé
con detenimiento, gestos, caras de asombro y muchas, muchas lágrimas a punto de
desbordarse de corazones traspasados por una fe, una esperanza y una mirada al
cielo.
La
mano del hermano de sangre que aferra aquella otra que le tocó en suerte en un
libro de familia y que no quiere soltar hablando sin hablar y gritándole en
silencio: ¡aquí me tienes siempre, hermana!
El
amigo enfermo que escuchando agacha la mirada por miedo a que descubramos en su
plenitud el gran corazón que posee, casi escuchamos latir y que algunos tenemos el
privilegio de sentir como nuestro.
Ese
tipo de casi dos metros con la mirada perdida en la nada y hablando sin
palabras.
Pañuelos
que aparecen en escena para aliviar constipados repentinos…
Todo
eso se vivió ayer entre cuatro paredes en un ventoso día de diciembre en una
reunión de gente adulta que por momentos fueron niños.
Pudiera
pensarse, ¿es la mejor forma de iniciar la Navidad? Con lógica, seguramente no,
si estamos convencidos que allí entre esas cuatro paredes no se respiraba
alegría. Y alegría externa y dibujada como la conocemos, puede que no
hiciera acto de presencia; pero se presentó de improviso algo mucho mejor:
LA
ESPERANZA
La
esperanza de quien no encontraba salida y ahora ve una puerta entreabierta por
donde comienza a asomar un rayo de sol para iluminar tanta oscuridad de
pensamiento.
La
esperanza de aquel otro que es feliz contemplando la felicidad ajena.
La
esperanza de quien habló con conocimiento de causa y causó un gran conocimiento
en aquellos que escucharon más que oyeron.
La esperanza en mil cosas que rellenaran puntos suspensivos...
Todos
los años aguardo un momento, una mirada, una situación que me haga respirar y
sentir aquello que yo entiendo por Navidad más allá de un árbol disfrazado de
colores o un nacimiento de figuras inmóviles, para después dibujarlo de letras
en este pequeño rincón.
Y
ayer lo encontré en ese grupo de personas que quisieron y pudieron acompañar la
historia de una amiga. No conté el número exacto de asistentes. Lo que sí tengo
absolutamente claro, es que allí a ese número le tengo que añadir la asistencia
de UNO más que sin ser visto, ni oído nos llenó a todos con Su presencia.
A
todos ellos, a quien esto lea, a mi gente más cercana y aquellos otros que siendo
cercanos se encuentran lejos; a toda la gente de bien, os deseo una
¡FELIZ
Y SANTA NAVIDAD!
*Dedicado especialmente a los enfermos, familias y acompañantes que en estos días buscan más que nunca
una esperanza.
Unas palabras preciosas y muy emotivas. Yo también creo que debe existir otra navidad diferente a la que celebramos, tan bulliciosa y materialista. Hay otra navidad callada, silenciosa, la que se vive dentro del corazón, dentro de cada uno , y que no dura unos días sino que es permanente. En esa NAVIDAD es en la que yo creo, y a medida que pasan los años y van pasando navidades, me reafirmo más en mi creencia. ¡FELIZ NAVIDAD PERMANENTE!
ResponderEliminarOjalá todos pudiéramos encontrar esa Navidad tan interior y necesaria en muchas personas. Brindo por esa Navidad permanente y diaria.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo Rita. Feliz Navidad
Abramos los ojos y el corazón y recobremos la esperanza en el ser humano, entonces sí será Navidad y para eso todos somos necesarios.
ResponderEliminar¡ Qué bonito lo que has escrito!, para mi la Navidad este año es agradecimiento por tener en mi mesa a mi único cuñado que ha superado una grave enfermedad.
Feliz Navidad Luismi para toda tu familia.
Me alegro muchísimo querida amiga que un pedacito de esa Esperanza hoy se siente a tu mesa.
ResponderEliminar¡Feliz y Santa Navidad!