Sentado y al abrigo del hogar, en el silencio y conmigo mismo como única compañía, resuenan muy adentro dos palabras que durante unos días han sido tan peregrinas como las tres almas que a golpe de bastón, fe y voluntad recorrieron frondosos paisajes, polvorientos caminos y aldeas con olor a bienvenida.
Un camino en el que no existían razas, ni credos, ni clases; sólo las personas que dirigían sus pasos a un objetivo común de torres altas y un Apóstol esperando.
Con nosotros viajó también nuestra conciencia; la que enturbia nuestra existencia y aquella otra que nos empuja a realizar el bien que la naturaleza humana lleva impregnado desde su nacimiento pero que por obra y gracia de una humanidad deshumanizada, arrinconamos en un lugar profundo de nosotros mismos.
He visto sonrisas sinceras en el
camino; también rostros de sufrimiento pero a la vez con una fuerte
determinación en su mirada.
He sentido la brisa de un amanecer en
mitad de una nada llena de altos árboles y sonidos de pisadas, manantiales y
naturaleza viva.
Conocí en el camino a mucha gente y
sobre todo, reconocí sentimientos que creía perdidos.
Quien no crea, no me creerá, pero
desde mi punto de vista encontré en el camino a ese Dios que pareciera que con
premeditación te va marcando ese otro camino que cada uno necesita en un
determinado momento. Me hizo acompañar del gran esfuerzo y determinación de esa
mujer que tuvo a bien cruzar en mi vida hace ya más de treinta años y que con
una mochila a cuestas, su fibromialgia y sus múltiples dolores quiso y supo
llegar a la meta superando todos los obstáculos.
¡Qué decir de ese otro ángel que por
encima de ampollas y caminar dolorido siempre tuvo un momento de ayuda y
auxilio a los demás sin perder la sonrisa que de serie ya tenía al nacer!
O de esa otra que sin poder
acompañarnos, siempre nos hacía sonreir desde la distancia cuando escuchábamos
sus bárbaras ocurrencias.
Encontré buenas palabras y deseos
sinceros en albergues donde todos éramos uno y uno éramos muchos.
Encontré la caricia de un animal con
ojos de canica y los abrazos de su dueña que nos contagió de alegría, bendita
locura y la certeza de que este mundo está muy necesitado de abrazos así.
Sentí la música de Louis Armstrong cuando ya asomaba casi la meta y de unos cánticos de clausura en el silencio de
un templo a pocos metros separado del tumulto de la Catedral o esos otros cánticos de un pequeño grupo portugués mirando un altar.
Fueron muchos los momentos, las
llamadas de atención por lo visto y oído, pero me quedo con unos minutos de
esos que la mayoría llamarán casualidad, pero no yo.
En una de esas jornadas vespertinas
tras el esfuerzo de la ruta de ese día, me llamó la atención un expositor de
camisetas frente a una tienda. Comencé a ojear todas con la intención de
comprar alguna como recuerdo del camino, cuando un señor de avanzada edad me
recriminó de una forma poco educada que estaba manoseadndo y descolocando
todas. No contento con ello, a las personas que iban llegando les relataba mi “hecho
delictivo” como si de un verdadero delincuente se tratara. Ahí ya se
encendieron no sólo mis alarmas, sino también ese demonio que todos llevamos
dentro y que en un momento determinado es muy difícil de sujetar.
Educada pero muy severamente y
alzándole la voz le recriminé su actitud y me llevé de allí a mi mujer y a mi
hija echando pestes de aquel lugar y personaje. Todo debería haber quedado en
ese instante y lugar, pero en ocasiones soy animal rumiante que durante un
tiempo rumia lo que no debiera y me costó incluso conciliar el sueño.
Pero el amanecer de nuestra última
etapa cuya meta era Santiago, me deparó la sorpresa de otra meta quizás mayor y
sentida; la meta del PERDÓN.
A falta de unos seis kilómetros para
contemplar en la distancia la hermosa Catedral, decidimos hacer un último alto
en el camino para tomar un café y renovar fuerzas en el sprint final. Paramos
en un pequeño bar a cuya entrada había un gran puesto con artículos de recuerdo
y un señor que al vernos nos dijo: “Buen camino”
Este señor me resultó familiar porque
tenía la misma cara de mala leche que aquel con el que tuve mi mala experiencia
del día anterior. No toqué asiento en el bar cuando mi mujer me dijo: ¿no lo
has reconocido?
Ahí, en ese preciso instante, todos
los naipes de mi baraja se vinieron abajo, porque sentí que se me ofrecía una
segunda oportunidad para alcanzar Santiago con el vacío de maldades necesario
para sentir que lo que quise buscar, lo encontré.
No tomé asiento y mis pies, mi alma y
mi conciencia me llevaron hasta aquel hombre que al verme ya comenzaba también
a dirigir su pasos hacia mí. La conversación fue corta pero eterna…
“Buenos días, dije yo. Creo que a Vd.
le conozco y que tuvimos ayer un encontronazo en su tienda”.
“Buenos días, me contestó él; sí soy
yo y les he reconocido nada más pasar” Le pido perdón; sin rencores ¿Verdad?
“Por supuesto que sin rencores; me
alegro y mucho de haberle conocido” Y dándonos la mano y un abrazo, la palabra PERDÓN, se tiñó de plena presencia
entre dos hombres.
¿Casualidad? Sigo diciendo que no
para mí y que quizás unos kilómetro más allá una imagen de un Apóstol dibujara
una sonrisa y a ambos nos deseara más que nunca:
¡BUEN CAMINO!
P.D. Dar las gracias a todas las personas que hicieron de este camino una experiencia de vida con su trato, amabilidad y disposición de ayuda. Especialmente a Marcial del Albergue Deselmo en Arzúa que me recordó a un amigo asturiano que marchó y seguimos echando de menos. A María y su hijo Jacobo del albergue O Burgo en O Pedrouzo por la ayuda muy amable a la hora de informarnos. A la Guardia Civil que fueron ángeles custodios que incluso detenían la circulación para que unos pocos peregrinos pudiéramos seguir nuestro camino. A la gente que se hizo acompañar por esos otros ángeles de cuatro patas que animaron con su cariño nuestras rutas (Aria, Tyson, el perro Patucos, Lion...). Al personal de la cafetería Tokyo en Santiago de Compostela por su trato más allá de la profesionalidad; a ese dueño de bar orgulloso de ser fan de Fito Cabrales y que plasma en sus servilletas un pedacito de canción. A ese otro al que pedimos nuestra primera ración de tarta de Santiago, iniciando el Camino de Santiago, en el Restaurante Santiago y que además se llama Santiago. En fin, a tantas y tantas buenas gentes, incluidas aquellas que también llevábamos en nuestras mochilas y por las que pedimos un futuro mejor. Y en último lugar por aquello de que los últimos serán los primeros, a ese Dios sin cuya guía, protección y ayuda esta historia no hubiera sido posible.
Un estupendo reportaje de vuestro camino de Santiago que tan ampliamente nos has traído.
ResponderEliminarUn abrazo.
Muchas gracias Matías. Buen camino. Un abrazo
Eliminarque maravilla ese caminar bellas fotos
ResponderEliminarMuchísimas gracias. Besos y abrazos
EliminarMi amigo de la mochila nos hace el regalo de verle a su familia y a él recorriendo un camino que yo ya no podré hacer nunca y lo tenía en mente.
ResponderEliminarMe estoy recuperando de esa maldita enfermedad que padece una de cada ocho mujeres. Me canso mucho.
Muy bonitas fotos. Sana envidia, fuimos a ver al apóstol pero en coche hace un tiempo.
Buen reportaje, buen mozo, (también soy alta), y muchas indulgencias ganadas.
Un abrazo Luismi y por favor, que no olvide hacerse las revisiones recomendadas tu linda y sonriente señora.
Querida amiga: no hay mejor camino que el marcado por la buena gente con la que nos vamos encontrando en la vida. Este chico de la mochila seguirá caminando con ánimo y con la esperanza de que tanto tú como todas esas mujeres que padecen esa enfermedad os podáis recuperar de la mejor forma posible. Y si esa recuperación fuera tan buena como deseas, tienes un camino que te está esperando por tierras gallegas. Nunca es tarde para hacerlo. Muchísimas gracias por tu comentario, tu compañía y tus consejos. Un abrazo muy fuerte amiga.
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