jueves, 13 de diciembre de 2018

La escalera

Tiempo ha que cierta señora, vecina y anciana que vive más cerca que yo del cielo por hacerlo en un tercero, dejó de hablarme.

Lo hizo en la convicción de que el hecho de barrer su terraza arrojando su porquería a una ropa colgada al viento en unas cuerdas un piso más abajo (que desgraciadamente es el mío), no debería ser excusa válida para decirle mi esposa cuatro cositas al no ser ésta la primera vez que lo hacía.

Sucedió esto hace ya varios años. Desde entonces, esta señora y su hija, desvían mi mirada y pierden la voz en cada encuentro. Algo paranormal diría yo.

Pero, tanto los caminos del Señor, como en ocasiones los peldaños de la escalera de mi comunidad de vecinos y un ascensor averiado, pueden llegar a ser inescrutables.

Desde entonces, subidas y bajadas de escalera hubo muchas. Y aún más de ascensor que para eso está. Pero coincidencias reales, sólo en pasillos; era conveniente evitar las distancias cortas donde el silencio se pudiera cortar con cuchillo.

Hechos recientes quizás vuelquen una historia tristemente rocambolesca no habiendo necesidad de caras con sabor a vinagre.

Como un día más, abrí la puerta de la calle con vuelta y media de llave, para dirigirme a un lugar con cartel amarillo de gran “T” de Tabacos, Tabacalera o Timbres.

Raramente utilizo el ascensor para bajar y esta vez tampoco lo haría. Eché pie derecho a peldaño y me dispuse a iniciar descenso, cuando entre ahogada respiración y ruido de pesada carga, la vi y me vio.

Una señora de blanco pelo, cuerpo enjuto y dificultad extrema, luchaba afanosamente por ascender un peldaño más arrastrando un pesado carro de la compra casi más grande que ella.

La miré desde lo alto, me miró y apareció. Apareció un silencio terriblemente largo de unos tres segundos. Ella, no supo qué decir, pero afortunadamente, yo sí supe qué pensar.

Fui empujado por algo que llaman educación y amablemente me ofrecí a ayudar a esta señora que aún sin carro no podía apenas subir.

Nuestro esfuerzo nos costó alcanzar el rellano del tercer piso, pero en el fondo, me sentí bien cuan giró su cara y me dijo:

“Gracias hijo”

No fue una larga conversación, no será un comienzo como en Casablanca de una hermosa amistad, pero sí que creo que esta coincidencia de hombre, mujer, carro y escalera, pondrá un orden que jamás debió perderse por las inmundicias de las reacciones humanas, marcando un nuevo camino de educada vecindad donde no quepa el silencio de un reproche.


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