domingo, 22 de diciembre de 2019

Esperanza


Campanas y campanillas van sonando por muchos rincones de calles engalanadas de mil colores. Manos que buscando calor en unas castañas recién rescatadas del fuego, calientan deseos de niños de guantes en las manos.
Panderetas al viento sin acordes definidos sólo con sus sonidos a metal desbocado.
 Chiquirriquitines en noches de paz camino a un portal sin número en su puerta y una familia en sus adentros que invita a no buscar más intemperies en las que refugiarse.
Olor a humos en noches de fría oscuridad; quizás un perro que ladra llamando puertas y un hombre que acaricia su lomo sabiendo que nadie abrirá.
Bondad en el ambiente; deseos sin fundamento y fundamentos no deseados.
Ausencias sentidas y aquellas otras del ¡qué más da!.
Trabajos mirando copas de espumoso al final de la jornada y comidas de compañeros que el resto del año quizás no fueron tantos ni tan buenos.
Niños que cantan números y cábalas de salud como último refugio de la suerte que a casi todos nos pasará de largo.
Y neón, mucho y multicolor neón, invitando a entrar para salir después cargados de costumbres en papel de regalo.
Todo eso y mucho más me dicen, me cuentan que es, o era la Navidad. Y no les faltará razón a quien eso afirme porque yo también he sido y sigo siendo un actor secundario en esa obra de título “Vida actual”.
Pero ayer conocí otra Navidad. La Navidad del enfermo pidiendo un consuelo, un consejo, un apoyo, un abrazo, un sentimiento. Y allí estaba la verdadera Navidad entre un grupo de gentes que escucharon el relato de una historia hecha mujer o mejor dicho, una gran mujer forjada por su propia historia.
Relato duro por momentos, dulce en ocasiones y real, muy real de quien encontró en su sufrimiento un privilegio inmerecido en sus propias palabras.
Observé con detenimiento, gestos, caras de asombro y muchas, muchas lágrimas a punto de desbordarse de corazones traspasados por una fe, una esperanza y una mirada al cielo.
La mano del hermano de sangre que aferra aquella otra que le tocó en suerte en un libro de familia y que no quiere soltar hablando sin hablar y gritándole en silencio: ¡aquí me tienes siempre, hermana!
El amigo enfermo que escuchando agacha la mirada por miedo a que descubramos en su plenitud el gran corazón que posee, casi escuchamos latir y que algunos tenemos el privilegio de sentir como nuestro.
Ese tipo de casi dos metros con la mirada perdida en la nada y hablando sin palabras.
Pañuelos que aparecen en escena para aliviar constipados repentinos…
Todo eso se vivió ayer entre cuatro paredes en un ventoso día de diciembre en una reunión de gente adulta que por momentos fueron niños.
Pudiera pensarse, ¿es la mejor forma de iniciar la Navidad? Con lógica, seguramente no, si estamos convencidos que allí entre esas cuatro paredes no se respiraba alegría. Y alegría externa y dibujada como la conocemos, puede que no hiciera acto de presencia; pero se presentó de improviso algo mucho mejor:

LA ESPERANZA

La esperanza de quien no encontraba salida y ahora ve una puerta entreabierta por donde comienza a asomar un rayo de sol para iluminar tanta oscuridad de pensamiento.
La esperanza de aquel otro que es feliz contemplando la felicidad ajena.
La esperanza de quien habló con conocimiento de causa y causó un gran conocimiento en aquellos que escucharon más que oyeron.
La esperanza en mil cosas que rellenaran puntos suspensivos...

Todos los años aguardo un momento, una mirada, una situación que me haga respirar y sentir aquello que yo entiendo por Navidad más allá de un árbol disfrazado de colores o un nacimiento de figuras inmóviles, para después dibujarlo de letras en este pequeño rincón.
Y ayer lo encontré en ese grupo de personas que quisieron y pudieron acompañar la historia de una amiga. No conté el número exacto de asistentes. Lo que sí tengo absolutamente claro, es que allí a ese número le tengo que añadir la asistencia de UNO más que sin ser visto, ni oído nos llenó a todos con Su presencia.
A todos ellos, a quien esto lea, a mi gente más cercana y aquellos otros que siendo cercanos se encuentran lejos; a toda la gente de bien, os deseo una

¡FELIZ Y SANTA NAVIDAD!


*Dedicado especialmente a los enfermos, familias y acompañantes que en estos días buscan más que nunca una esperanza.



4 comentarios:

  1. Unas palabras preciosas y muy emotivas. Yo también creo que debe existir otra navidad diferente a la que celebramos, tan bulliciosa y materialista. Hay otra navidad callada, silenciosa, la que se vive dentro del corazón, dentro de cada uno , y que no dura unos días sino que es permanente. En esa NAVIDAD es en la que yo creo, y a medida que pasan los años y van pasando navidades, me reafirmo más en mi creencia. ¡FELIZ NAVIDAD PERMANENTE!

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  2. Ojalá todos pudiéramos encontrar esa Navidad tan interior y necesaria en muchas personas. Brindo por esa Navidad permanente y diaria.

    Un fuerte abrazo Rita. Feliz Navidad

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  3. Abramos los ojos y el corazón y recobremos la esperanza en el ser humano, entonces sí será Navidad y para eso todos somos necesarios.
    ¡ Qué bonito lo que has escrito!, para mi la Navidad este año es agradecimiento por tener en mi mesa a mi único cuñado que ha superado una grave enfermedad.
    Feliz Navidad Luismi para toda tu familia.

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  4. Me alegro muchísimo querida amiga que un pedacito de esa Esperanza hoy se siente a tu mesa.

    ¡Feliz y Santa Navidad!

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