Amanece un 9 de marzo con más sol que nubes, con más calor
que frío invernal. Los horarios de visita son restringidos en estos casos. Sólo
de 13 a 14 horas y de 15 a 17. Prefiero la hora del vermouth, entre otras
cosas, porque yo no bebo vermouth.
Los trenes, vacíos; los metros, también y el mismo viejo
hospital que me espera con sus puertas de par en par.
Rostros conocidos; ese perro negro azabache que aburrido y
somnoliento bosteza acompañando y socorriendo a su cuponera particular de la
O.N.C.E.; personal de seguridad que a desgana y amablemente invitan a la gente
a retirarse lejos para fumar ese pitillo en las inmediaciones del recinto
hospitalario y personas que como yo, un radiante domingo no tienen otra cosa
mejor que hacer que visitar enfermos.
El camino, ya lo sé. Muchas fueron las horas previas para
aprenderlo. El procedimiento de acceso, también; pero esta vez, la estrategia,
será diferente.
Vestir, lo que se dice vestir, vestiré igual; pero ahora no
daré gusto a las penurias que escasas horas antes padecí.
Los patucos, no tienen otra forma de ponerse y así lo hago.
Pero esa bata verde, se ata mil veces mejor por delante que
por detrás. Y esa dichosa mascarilla, esta vez, sí me va a dejar vivir. ¡O
ella, o yo!.
Coincido en la antesala con la esposa de Francisco, el otro
señor trasplantado. Nos saludamos, nos preguntamos y nos felicitamos por el
aparente éxito de ambas intervenciones.
Vestidos casi ya como cirujanos de pacotilla, accedemos por
fin a la sala de cuidados intensivos de hemodiálisis. Allí me encuentro a José
tumbado en la cama; lo que comúnmente se denomina “encamao”.
Estaba consciente, con buen color de pupilas y orientado; ya sólo
me falta hablar de “lupus”, para parecerme al Dr. House…
Esta vez, sí que es capaz de alargar una mano para estrechar
la mía. Su voz, quizás no tenga la fuerza que tenía; sus ojos, quizás, tampoco
la chispa de antaño, pero su imagen no denota sufrimiento, dolor, ni pena. Todo
lo contrario.
No conversamos demasiado. No era el momento ni el lugar para
hacerlo. Simplemente, le hice un pequeño resumen de lo vivido el día anterior.
No hizo falta exagerar la historia para provocarle alguna sonrisa.
Me miraba con ojos que si en un principio eran como platos de
postre, poco a poco se iban agrandando para ser unos maravillosos platos
repletos de entremeses.
No concebía que una serie de personas, ajenas a su familia,
hubieran hecho guardia tantas horas por él.
“¿Qué he hecho yo para merecer que se preocupen tanto por mí?”,
no paraba de preguntarle a Alguien mirando al techo de la sala.
Es una pregunta que en todos estos días ha repetido en muchas
ocasiones.
Porque el día de su estreno como actor principal de toda esta
historia, cuatro éramos los actores secundarios, pero detrás también había un
equipo “técnico” que a varios kilómetros de distancia se encargaban con sus
deseos, sus oraciones y sus mensajes de completar el reparto de esta gran obra
basada en hechos reales.
¿Qué pasaría por la cabeza de este solitario hombre en las
horas posteriores a esa intervención que podía cambiar su calidad de vida?
Eso es algo que yo no preguntaré, pero que estoy seguro que
algún día me contará. Porque si de algo está necesitado José, es de hablar con
la gente; sentir la cercanía de alguien; un mensaje, una llamada, una visita.
No necesita nada más ni nada menos. Sentarse frente a un café o una cerveza sin
alcohol y un amigo que le escuche, para sentirse bien.
Pero la vida de hoy en día, parece que no da tregua a
momentos de charla, mantel y café. Las tecnologías y nuestra propia estupidez
nos han llevado a charlar con el amigo más con los dedos que con la garganta.
José en esos momentos, no estaba solo. Rodeado de otros
convecinos de recuperaciones y alguna que otra enfermera a la que echar el ojo
él y yo, sabía que al menos durante un par de días no podría ser trasladado a
otro “apartamento” con vistas.
No era descartable una nueva diálisis, como así fue y tampoco
era descartable que tuviera que recibir alguna dosis de roja sangre para
revitalizar ese cuerpo que horas antes fuera hurgado, abierto y remendado.
Todo en un proceso que a juicio de los que entienden, iba más
o menos por los cauces normales.
Y digo más o menos, porque las pruebas realizadas, indicaban
que alguna parte de ese tercer riñón, no estaba funcionando como debiera.
Normal lo que se dice normal, no es que fuera, pero entraba
dentro de las posibilidades tras una intervención así. Me hablaron de eparinas
y otras hierbas, cuando yo soy más de gelocatiles y bicarbonatos; pero aún así,
me hicieron ver que todo iba como se esperaba.
Dos días de espera; dos días cruciales; dos días que pasaron
a velocidad de vértigo.
Casi sin darme cuenta, la tarde del día 10 mis pies me
llevaron de nuevo a la misma sala, a visitar al mismo enfermo.
Allí lo encuentro sentado. No es que tenga buen aspecto, no.
Más bien diría que su aspecto es radiante. Pero me llamó la atención que en esa
mirada, había cariño; había alegría y mucha, mucha sinceridad.
Pocas veces he visto esa mirada en alguien. Ese gesto de
verdadera alegría por verme. Y debo reconocer, que me sentí muy agradecido.
Sólo por eso, ya mereció la pena el esfuerzo.
Todo se resumió en un gran apretón de manos y en una frase
que en cierto modo, a ambos nos sonaba a gloria.
“Me han dicho que esta tarde o esta noche, me suben a planta”
Debo aclarar ese “en cierto modo”. Supuestamente, eso
significaba que lo peor había pasado y que se encontraba en condiciones de ser
trasladado a a la planta de nefrología, para continuar con la evolución normal.
Pero a mí todo me parecía tan rápido, tan normal, tan simple,
que no acababa yo de creerme tanta bonanza en un enfermo al que se le ha
practicado un trasplante de riñón, con la edad y las circunstancias del mismo.
El tiempo pasó y tuve que marchar sin saber con exactitud si
teníamos mudanza a la vista, o no.
Duda que esa misma noche me despejaron cuando una voz al otro
lado del hilo telefónico, me comunicó:
“ Luismi, estoy en planta”
Buena experiencia por la que estás pasando. No sé la edad de tu amigo pero por lo rápido que va el proceso, se recuperará pronto y ojalá no tenga la posibilidad de un rechazo. Han cambiado mucho las cosas, mis primeras guardias las hice en la unidad de Diálisis que entonces añadían la palabra Peritoneal, no se me ha olvidado el número que allí se montaba de tubos, monitores y demás trastos necesarios que te daban una sensación de angustia tremenda. El equipo de la Unidad de Diálisis era muy bueno y la verdad es que aprendí un montón, entre otras cosas la maravilla de conocer como filtra y depura la sangre un riñón artificial. Luego vinieron los trasplantes y ha sido un avance increíble para estos pacientes.
ResponderEliminarPermíteme un consejo, sigue con el Gelocatil y procura evitar tomar antiinflamatorios, minan el riñón porque se eliminan por él. Es algo que el personal lego no sabe y abusa del ibuprofeno y derivados de una manera exagerada.
Un saludo Luismi y me alegro que tu amigo esté ya en planta.
Muchas gracias amiga. Sí que está siendo una gran experiencia que espero acabe muy bien. En ello estamos. Un abrazo.
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