domingo, 22 de febrero de 2015

¿Cuatro?

11:10 a.m. en la línea 6 del Metro de Madrid el sábado día 21 de febrero.

Cómodamente sentado esta vez sin nada que leer, sin nada que escuchar.

El vagón se encontraba semivacío y gente dispar.

Una pareja joven con un niño pequeño, un señor de avanzada edad, un chaval acoplado a unos cascos o viceversa, un tipo leyendo el periódico y una joven jugando con su móvil a un juego de esos en los que no paran de caer frutas de todos los colores. Es decir, que formábamos una fauna de lo más común en cualquier lugar.

En cierto momento, me llamó la atención algo que estaba caído en el suelo, en mitad del vagón. Al principio, pensé que mi deteriorada vista me estaba jugando una mala pasada; pero después pensé: “Luismi, acabas de estrenar gafas”.

Admito mi perplejidad al principio, mi curiosidad después y mi sonrisa final cuando abandoné ese vagón.

Creo que al igual que yo, todos se percataron de lo que allí estaba abandonado. Así que dentro de mi curiosidad y observancia habitual, sin malicia, mi mente comenzó a preguntarse y barruntar:

¿De quién sería aquello que permanecía inmóvil en el suelo?

¿Era normal y natural que nadie tuviera intención no ya de recogerlo, sino ni tan siquiera acercarse a verlo?

¿Esa joven había sonreído al fijarse o eran imaginaciones mías?

¿Cómo explicaría esa pareja al niño pequeño de qué se trataba si a éste se le ocurría ir a por él seguido por su curiosidad infantil?

¿El hombre de avanzada edad, podría recordar el nombre de aquello y su finalidad?

¿El chaval de los cascos estaría escuchando música de Enrique Iglesias para desviar la atención y pasar desapercibido?

Sólo sé, que después de todas estas conjeturas, cuando abandoné el vagón, una pregunta no dejaba de martillear mi cerebro, no sin cierta carcajada mental:










Foto Luismi

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