jueves, 19 de febrero de 2015

Maldita indiferencia

Eran veintiuno, igual que pudieron ser veintiuna veces veintiuno. Hubiera sido igual; no provocaría nada más allá de unas exclamaciones, unos golpes de pecho y unos comentarios subidos de horror.

Perplejidad, asombro, indignación, rabia… todo in crescendo, para acabar como siempre, descendiendo hacia el olvido.
Sólo eran hombres, sólo eran nombres; sin historia, sin nada especial que contar, sin fama, sin riquezas ni habilidades especiales.

Sencillamente, eran personas. Como tú y como yo.
Quizás con algo que en los tiempos actuales, parece un estigma marcado a fuego y que les ha servido como diana para todos aquellos que hacen del horror más absoluto una forma de vida.

Eran cristianos y esa fue su cruz.
Los hemos visto marchar uno a uno, con los brazos a la espalda, en una procesión en la que su única compañía era una muerte que vestía de negro.

Al lado, un hermoso mar. Un mar que se teñiría de rojo. De rojo sangre, de rojo vivo, de rojo mártir.
¡Qué pensar! ¡qué opinar! ¡qué decir ante algo así!

He sentido rabia, he sentido la mayor de las iras, la más grande indignación y odio hacía aquellos brazos ejecutores y también ante la pasividad de la que todos somos cómplices con nuestro silencio y falta de solidaridad.
¿Todos callamos ahora? ¿Nadie levantará una voz altisonante? ¿Ningún Gobierno dará un puñetazo en la mesa para acabar de una vez con ésta y otras muchas atrocidades?

Seguramente, no.
Sólo eran veintiún hombres sin fama. No eran ni futbolistas, ni artistas, ni tan siquiera “simples” periodistas.

El mundo después de lo sucedido, ha seguido girando, mientras esas olas que iban y venían limpiaban ese rojo mar y lo dejaban como si allí no hubiera ocurrido nada.
Sean uno, cien o cien mil, la cobardía del hombre, su ceguera, su sordera y lo que es más grave, su indiferencia, seguirán amordazando el entendimiento, la voluntad y la justicia que nuestra historia algún día nos reclamará.

Dejo aquí mi apoyo hacia aquellos que fueron silenciados y a los que hoy uno a uno, he intentado ayudar con lo único que se me ha ocurrido hacer:

REZAR POR ELLOS





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