Atrás quedarán días de trabajo; de cansancios, preocupaciones, sinsabores y alguna que otra alegría que borrara todo lo anterior.
Días de lectura en letras de cualquier buen libro que llevarse a la vista.
Se
acaban hoy días de estrecheces en unos pequeños metros cuadrados que han
albergado la niñez y juventudes de cuatro hijos y la invalidez de un marido que
ya quizás olvidó lo que era pasear sin ruedas.
Si
el mundo es justo, esa mujer recibirá el reconocimiento de los vecinos,
familiares y amigos que sepan apreciar el esfuerzo que ha costado llegar hasta
este día.
El
mejor de los reconocimientos, no obstante, debe ser siempre el de esa medalla
al trabajo que ella misma debería colgarse en su interior. Una medalla que no
llevará el color de ningún oro ni plata, pero que se tiñe del color del deber
cumplido. El de esposa, madre y trabajadora que ha luchado y sigue luchando por
hacer de su vida algo mejor para los demás.
Es
hora de cambiar el póster de la existencia. Colgar ahora hermosos paisajes de
nietos que no paran de crecer, de paseos sin prisas, de escaparates, cines y
palomitas.
Es
hora de degustar lo bueno que esta vida nos deja de vez en cuando descubrir.
Desde
este humilde rincón, hoy brindo con todo el orgullo del mundo por esa mujer,
sus hijos, sus nietos y todas aquellas personas que sabemos y queremos
agradecer que detrás de un botón con un pequeño cartel que decía “PORTERÍA”, te
recibiera siempre una sonrisa.
· Dedicado a María del Carmen Zarco
Montoya, en el día de su jubilación. Te quiero hermana.
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