martes, 18 de agosto de 2015

Espejos

¿Quién no se ha mirado alguna vez en un espejo? ¿Quién no se ha sorprendido en ocasiones, escrutado en otras y asustado en algunas al sentirse observado por aquella imagen curiosamente muy parecida a nosotros mismos que a escasos centímetros nos mira?

Nada tiene de especial mirar un espejo. Actos tan cotidianos como afeitarse, maquillarse, peinarse, untarse de cremas varias, tocar ojos a lentillazos, pintarse de “chori” los labios, o simplemente mirarse y decirle a ese tipo o tipa “alégrame el día”, es algo que forma parte intrínseca de nuestra vida.

El problema reside en ese otro tipo de personas que al mirarse en uno de esos objetos, le habla diciéndole “mírame bien porque no existe otra cosa igual o mejor que yo”.

Personas que dejan a ese espejo mudo. Personas perfectas que se ven así y así quieren ser vistas.

Personas con mil trajes pero ninguno cosido con hilo de humildad.

Personas que no necesitan ningún dios, porque ya lo son.

Esas personas que conjugan pronombres como yo, me, mí, conmigo menospreciando al tú, te, ti y costándoles mucho compartir “contigo”.

Centros de cualquier reunión, grupo o mundo de este mundo que nunca piensan que también un florero suele ser el centro de cualquier mesa, para al final no dejar de ser un simple florero al que sus hojas acabarán abandonando por marchitas.

Dicen que no hay más ciego que el que no quiere ver. Yo diría que no hay más ciego que el que no ve más alla de sí mismo.

Puede que este tipo de personas alcancen el éxito, el reconocimiento a su labor, el aplauso desmedido, la palmada en la espalda e incluso miles y miles de amigos virtuales de redes sociales; pero en mi modesta opinión, esa actitud, esa egolatría, esa sinrazón, sólo les llevará más tarde o más temprano a verse completamente rodeados de espacios en soledad en el que únicamente les quedará el consuelo de un espejo al que mirarse.


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