Uno
nunca ha sido un tipo sorpresivo ni sorprendente; como tren por una vía, sigo
el curso de mi vida sin acelerar demasiado por riesgo a cualquier seguramente poco probable descarrilamiento.
Hay
gente que vive al límite o incluso lo supera; no soy yo. Quisiera, en
ocasiones, pero no. Admiro a innovadores, truhanes sin maldad y echaos pa’lante
con cabeza sobre los hombros o buscadores de sensaciones perdidas o por
encontrar.
Por
todo ello, ahora con la sensatez, la calma y la retrospectiva que un café entre
las manos me puede dar, miro atrás en pocos días y con media sonrisa, me digo a
mí mismo: “¿ves?", "hiciste bien”.
Le
debía una a esa mujer que un día maleta en ristre mirando mi cara de sorpresa
en una estación de tren me invitó a vivir una aventura de horas en esa ciudad
famosa por su acueducto.
Y me
dije: “este es el momento de devolvérsela”. Vacaciones, tienes; ganas, también;
¿dinero?, nunca; pero el suficiente. ¿Motivo? dos que yo valoro y valoraré
siempre, que no son otros que la cultura y amistad.
Así
que viendo pros, contras, o quizás, concerté hotel sin estrellas pero con
huevos estrellaos y con depósito lleno de gasolina e ilusiones, pusimos rumbo
hacia tierras extremeñas con la entrañable certeza de volver a escuchar sones y voces amigas.
Igual
que el vaivén de muchos kilómetros de sus curvas entre montes y llanuras, nos
acompañaron en ese viaje recuerdos a noches de rumbas, cervezas y abrazos que
parecían muy lejanos y con los que llegamos a nuestro destino.
Nuestra
ahora un poco maltrecha salud, podía coartar pero nunca impedir las ganas e
ilusiones de otros tiempos con noches de luna y candil.
Todas
las conjeturas, todas las dudas, todo aquello que podía hacernos pensar si el
objetivo era loable o no, se convirtieron en una maravillosa afirmación cuando
en un lateral de escenario, mientras unos músicos probaban sonidos y acordes,
nos plantamos y esperamos casi agazapados en la noche.
Allí,
en todo lo alto, una mujer conocida; una guapa mujer con brazos en jarras y cuya
voz cautiva, miraba al frente atenta a indicaciones de técnicos y compañeros.
De
repente, miró a su izquierda y a voz en grito como el vigía de Fort Apache,
gritó por micro: “la familia Zarco”.
Sólo
por eso y sintiendo la alegría de ese grito, ya supe que ese viaje había
merecido la pena.
Después,
vendrían abrazos de esos que sólo los hombres o los amigos se saben dar, cuando
hace mucho tiempo que no se ven.
Charlas,
cervezas, más charlas y más cervezas, no hicieron sino aumentar y afianzar lo
que siempre ha existido desde hace ya más de siete años; una dulce relación de
admiración, arte, respeto y deseos de futuros encuentros.
No
hablaré esta vez del espectáculo sobre las tablas; tiempo habrá más adelante
para realizar una crónica de lo que mis oídos siempre agradecen.
Y así
habiendo disfrutado sólo un amanecer por esas tierras, regresamos al hogar con una
sonrisa y un pequeño tarrito lleno de recuerdos con sabor a miel.
P.D. Dedicado especialmente a unos grandes artistas y mejores personas. A Jorge, Paquillo, Lupe, Antonio, Fermín, Miguel y Carlos . Diván du Don, gracias por una de esas noches que tanto echábamos de menos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias