miércoles, 26 de agosto de 2015

Con sabor a miel

Uno nunca ha sido un tipo sorpresivo ni sorprendente; como tren por una vía, sigo el curso de mi vida sin acelerar demasiado por riesgo a cualquier seguramente poco probable descarrilamiento.

Hay gente que vive al límite o incluso lo supera; no soy yo. Quisiera, en ocasiones, pero no. Admiro a innovadores, truhanes sin maldad y echaos pa’lante con cabeza sobre los hombros o buscadores de sensaciones perdidas o por encontrar.

Por todo ello, ahora con la sensatez, la calma y la retrospectiva que un café entre las manos me puede dar, miro atrás en pocos días y con media sonrisa, me digo a mí mismo: “¿ves?", "hiciste bien”.

Le debía una a esa mujer que un día maleta en ristre mirando mi cara de sorpresa en una estación de tren me invitó a vivir una aventura de horas en esa ciudad famosa por su acueducto.

Y me dije: “este es el momento de devolvérsela”. Vacaciones, tienes; ganas, también; ¿dinero?, nunca; pero el suficiente. ¿Motivo? dos que yo valoro y valoraré siempre, que no son otros que la cultura y amistad.

Así que viendo pros, contras, o quizás, concerté hotel sin estrellas pero con huevos estrellaos y con depósito lleno de gasolina e ilusiones, pusimos rumbo hacia tierras extremeñas con la entrañable certeza de volver a escuchar sones y voces amigas.

Igual que el vaivén de muchos kilómetros de sus curvas entre montes y llanuras, nos acompañaron en ese viaje recuerdos a noches de rumbas, cervezas y abrazos que parecían muy lejanos y con los que llegamos a nuestro destino.

Nuestra ahora un poco maltrecha salud, podía coartar pero nunca impedir las ganas e ilusiones de otros tiempos con noches de luna y candil.

Todas las conjeturas, todas las dudas, todo aquello que podía hacernos pensar si el objetivo era loable o no, se convirtieron en una maravillosa afirmación cuando en un lateral de escenario, mientras unos músicos probaban sonidos y acordes, nos plantamos y esperamos casi agazapados en la noche.

Allí, en todo lo alto, una mujer conocida; una guapa mujer con brazos en jarras y cuya voz cautiva, miraba al frente atenta a indicaciones de técnicos y compañeros.

De repente, miró a su izquierda y a voz en grito como el vigía de Fort Apache, gritó por micro: “la familia Zarco”.

Sólo por eso y sintiendo la alegría de ese grito, ya supe que ese viaje había merecido la pena.

Después, vendrían abrazos de esos que sólo los hombres o los amigos se saben dar, cuando hace mucho tiempo que no se ven.

Charlas, cervezas, más charlas y más cervezas, no hicieron sino aumentar y afianzar lo que siempre ha existido desde hace ya más de siete años; una dulce relación de admiración, arte, respeto y deseos de futuros encuentros.

No hablaré esta vez del espectáculo sobre las tablas; tiempo habrá más adelante para realizar una crónica de lo que mis oídos siempre agradecen.

Y así habiendo disfrutado sólo un amanecer por esas tierras, regresamos al hogar con una sonrisa y un pequeño tarrito lleno de recuerdos con sabor a miel.











P.D. Dedicado especialmente a unos grandes artistas y mejores personas. A Jorge, Paquillo, Lupe, Antonio, Fermín, Miguel y Carlos . Diván du Don, gracias por una de esas noches que tanto echábamos de menos.








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