Cuando
uno, en este caso yo, se levanta a diario para cumplir con la obligación y
suerte de poder ir a trabajar, lo que busca es un buen café, un tranquilo viaje
sin demoras, una buena música que llevarse a los oídos o unas buenas letras que
devorar con los ojos, antes de llegar a ese puesto de trabajo que me espera
desde hace ya muchos años.
Días
de la marmota, he tenido y sigo teniendo muchos. Días que parecen calcados al
anterior. Pero de vez en cuando, surgen situaciones y personas que hacen
diferente el comienzo de una jornada.
No
hace mucho, a escasos metros de mi destino laboral a una hora temprana como no
podía ser de otra forma, andaba yo pertrechado de abrigo, auriculares y mi
mochila de siempre, cuando al llegar a la altura de un garaje particular anexo
a una guardería de cierto postín, tuve que realizar una frenada en seco si no
quería ser atropellado por un vehículo de estos cuya marca se distingue por
cuatro aros entrelazados y que no son de cebolla precisamente. Un vehículo que
podría ser uno de esos 4x4, pero que a mí visto así tan cerca de mis papilas
olfativas, me pareció más bien un 8x8 sesenta y cuatro.
Faltó
muy poco para tener que abrazarme a su carrocería.
Al
susto inicial, siguió mi lógica reacción de mirar en su interior para conocer a
la persona, animal o cosa que se atrevió a salir de un lugar así sin la lógica
precaución de hacerlo despacio porque es muy común que por una acera transiten hombres, mujeres e incluso
niños.
Debo
reconocer que lo que vi, me gustó. Mentiría si dijera lo contrario, porque detrás
del volante de ese vehículo, estaba sentada una hermosa mujer.
Mediana
edad, castaña, vestida o no bajo pieles de animal, que yo no sabría ni quiero distinguir.
Esa
mujer, me miró; yo la miré. No intercambiamos palabra alguna, pero al menos yo,
me percaté enseguida de una de sus características.
No
hubo una disculpa, una media sonrisa, una mano extendida excusándose, no; todo
lo contrario.
Lo
que hubo fue una altanería, un mirar por encima de muchos hombros, un “para mí
no eres nadie”; en definitiva, una chulería de esas de quien por mucho que la
entrene, jamás la podrá ya perfeccionar.
No
me puse nervioso; no me alteré; no quise decirle nada.
Pero
ese Luismi que normalmente gusta de ceder el paso por una cierta galantería y
educación quizás trasnochada que no quiere ni cree que deba perder hacia el
animal más hermoso de la creación al que Dios puso por nombre mujer, decidió
que hasta ahí podíamos llegar.
Hay quien se transforma cuando tiene un volante en las manos, ¿te has fijado que siempre los que dan la nota suelen ser los de los aritos y los del circulito negro y cuadros azules?, pues fíjate.
ResponderEliminarSería una señora estupenda pero muy mal educada.
A cada uno lo suyo.
Ja,ja.
Un abrazo.
Curiosamente, así es. No sé si será la carrocería o el motor de esos coches, pero yo creo que les transforma en seres abominables, jejeje.
ResponderEliminarUn abrazo y que tengas una tranquila Semana Santa.
¿Pieles y aros? Siempre los mismos. Creo que es moda extendida entre malos conductores comprar coches grandes, confortables y aparentemente más seguros, para compensar su mala mano al volante.
ResponderEliminarSaludos!
Como conductora real, no sé como será. Pero ese día, más que mala conductora, demostró más bien mala educación.
ResponderEliminarUn saludo.