lunes, 11 de abril de 2016

Corte de mangas

Sé de un lugar ciertamente curioso. Un lugar muy transitado. Hombres, mujeres, niños y viceversas pasan alguna vez por él y salvo raras excepciones, todos actuamos de la misma manera cuando lo abandonamos.

Si dijera que en ese lugar alguna vez me han tratado mal, mentiría. De hecho, mi última experiencia, hace escasos días, sin llegar a ser del todo agradable, fue en cierto modo hermosa y de connotaciones primaverales por lo que a la alteración de la sangre y lo que no es la sangre se refiere, pero que me dejaron un buen sabor de boca y una mente un poco alterada.

Yo entré como siempre; sin miedos, sin prisas y con la educación debida.

La persona que me recibió, afortunadamente para mí, era mujer; aún más afortunado cuando se trataba de una mujer joven, de pelo color dorado, con facciones y trato agradables, una sonrisa de pendiente a pendiente y dos poderosísimas razones que aún sin pretenderlo, obligaron a mi subconsciente ordenar a mis ojos totalmente conscientes mirar de soslayo y disimuladamente hacia allí.

Lo siento, pero es un instinto que nació conmigo y espero Dios me conserve hasta el fin de mis días. Lo cortés no quita lo valiente, me gusta la belleza y mi naturaleza sigue asentándose en valores tradicionales que mi condición de hombre me otorga.

Tomé asiento, contesté lo mejor que pude a sus preguntas de rigor y cumplí a rajatabla todas sus indicaciones. Me acerqué todo lo que pude a ella, sólo separados por una pequeña mesa y justo cuando después de los preámbulos necesarios comenzó a actuar con la extraordinaria habilidad que el continuado ejercicio de su profesión sin duda le ha otorgado, se me abrió un mundo de sensaciones al mismo tiempo que la abertura del generoso escote de su bata al incorporarse y acercarse a mí.

Los años puede que me hayan dado experiencia, pero sigo siendo un tímido inconfesable por mucho que ahora lo escriba y confiese. Así que en lugar de dirigir miradas y contemplar hermosos paisajes que involuntariamente se me ofrecían, mis gafas con sus cristales y sus patillas, permanecieron por el lado bueno y aconsejable en una situación así, mientras mi mente y mis ojos, por educación, que no por intención, desviaron la mirada hacia una insípida pared de blanco color.

El caso, es que al igual que la inmensa mayoría de los que por allí transitan, abandoné esa sala de extracción de sangre con un clarísimo y desabrochado corte de mangas que al menos quien a mí me atendió, para nada merecía.


Mis sinceras disculpas.













2 comentarios:

  1. Esta vez no sé qué decirte, Luismi, siempre suelen entrar con las piernas flojas y más de uno se cae redondo, a no ser que tenga "otros menesteres" que relajen su mente. Ja,ja.
    El título de la entrada es muy bueno.

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  2. Yo nunca he tenido miedo a eso. Si te soy sincero, me ha dado siempre más miedo el pinchazo en el dedo para saber niveles de azúcar. Me ponen muy nervioso esos pinchazos. Yo en este caso, tenía otros "menesteres en mente " jejeje.

    Gracias siempre por tu compañía en este Café.

    Un abrazo.

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Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

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