Sé
de un lugar ciertamente curioso. Un lugar muy transitado. Hombres, mujeres,
niños y viceversas pasan alguna vez por él y salvo raras excepciones, todos
actuamos de la misma manera cuando lo abandonamos.
Si
dijera que en ese lugar alguna vez me han tratado mal, mentiría. De hecho, mi
última experiencia, hace escasos días, sin llegar a ser del todo agradable, fue
en cierto modo hermosa y de connotaciones primaverales por lo que a la
alteración de la sangre y lo que no es la sangre se refiere, pero que me
dejaron un buen sabor de boca y una mente un poco alterada.
Yo
entré como siempre; sin miedos, sin prisas y con la educación debida.
La
persona que me recibió, afortunadamente para mí, era mujer; aún más afortunado
cuando se trataba de una mujer joven, de pelo color dorado, con facciones y
trato agradables, una sonrisa de pendiente a pendiente y dos poderosísimas
razones que aún sin pretenderlo, obligaron a mi subconsciente ordenar a mis
ojos totalmente conscientes mirar de soslayo y disimuladamente hacia allí.
Lo
siento, pero es un instinto que nació conmigo y espero Dios me conserve hasta
el fin de mis días. Lo cortés no quita lo valiente, me gusta la belleza y mi
naturaleza sigue asentándose en valores tradicionales que mi condición de hombre
me otorga.
Tomé
asiento, contesté lo mejor que pude a sus preguntas de rigor y cumplí a
rajatabla todas sus indicaciones. Me acerqué todo lo que pude a ella, sólo
separados por una pequeña mesa y justo cuando después de los preámbulos
necesarios comenzó a actuar con la extraordinaria habilidad que el continuado ejercicio
de su profesión sin duda le ha otorgado, se me abrió un mundo de sensaciones al
mismo tiempo que la abertura del generoso escote de su bata al incorporarse y
acercarse a mí.
Los
años puede que me hayan dado experiencia, pero sigo siendo un tímido
inconfesable por mucho que ahora lo escriba y confiese. Así que en lugar de
dirigir miradas y contemplar hermosos paisajes que involuntariamente se me
ofrecían, mis gafas con sus cristales y sus patillas, permanecieron por el lado
bueno y aconsejable en una situación así, mientras mi mente y mis ojos, por
educación, que no por intención, desviaron la mirada
hacia una insípida pared de blanco color.
El
caso, es que al igual que la inmensa mayoría de los que por allí transitan,
abandoné esa sala de extracción de sangre con un clarísimo y desabrochado corte
de mangas que al menos quien a mí me atendió, para nada merecía.
Esta vez no sé qué decirte, Luismi, siempre suelen entrar con las piernas flojas y más de uno se cae redondo, a no ser que tenga "otros menesteres" que relajen su mente. Ja,ja.
ResponderEliminarEl título de la entrada es muy bueno.
Yo nunca he tenido miedo a eso. Si te soy sincero, me ha dado siempre más miedo el pinchazo en el dedo para saber niveles de azúcar. Me ponen muy nervioso esos pinchazos. Yo en este caso, tenía otros "menesteres en mente " jejeje.
ResponderEliminarGracias siempre por tu compañía en este Café.
Un abrazo.