La
primera girando y girando en las alturas y los segundos, moviéndose sin rumbo
fijo bajo bocinas y músicas atronadoras.
Siempre
me gustaron esos coches. De colores diversos, fáciles de conducir, de dirección
poco asistida y velocidad más que dudosa.
Subirse
en ellos, era abrir mundos de chulería, de habilidades innatas de conducción y
de ciertos ataques de compulsivo deseo de sacar de pista a todo lo que de uno u
otro modo se nos puso entre ceja y ceja.
Ese
pavo que se contoneaba mostrando habilidades de pilotaje ante la chica de tus
sueños, no debía esperar a navidad para ser comido. ¡Había que ir a por él!.
¡Que
se tragara el volante, la barra de su espalda y si me apuran, hasta la ficha
que introdujo para hacer funcionar su bólido!
Esos
momentos en los que el instinto asesino que todos llevamos dentro, salía a
borbotones mientras de fondo se escuchaban ritmos a todo trapo de las canciones
de moda.
La
vida, muchas veces, me la tomo también como una pista de coches de choque.
La
estridencia de sus músicas, es lo de menos. Se puede hacer oídos sordos a sones
que no nos gusten.
Participantes
en esas locas carreras de bólidos sin rumbo, los hay de todas las clases y
condiciones.
Aquellos
que plácida y pacíficamente giran y giran sorteando obstáculos, problemas y
dificultades sin más intención que la de pasar en cierto modo desapercibidos.
Otros
cuyo afán de protagonismo, se concatena con el egocentrismo que preside sus
vidas y no ven más allá de la línea que ellos mismos se han marcado aún a
riesgo de herir sensibilidades ajenas.
Esos
otros que cometiendo errores, saben rectificar; dar marcha atrás en caminos
equivocados y retomar actitudes con los demás que nunca debieron perder.
Y
también esos otros que con sus idas, venidas, ausencias, pasividades o
indiferencias acabarán siendo pasto del mayor de los olvidos.
Si
ahora mismo tuviera que catalogarme en uno de esos grupos de participantes en
sesiones de coches de choque, diría que de un tiempo a esta parte no tengo intención de comprar
ninguna ficha y endulzarme la vida con nubes de algodón de azúcar.
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