miércoles, 18 de mayo de 2016

Luces vacías




Las calles se llenan de fiesta, de carteles, de bombillas multicolores que nos recuerdan ese acontecimiento de unas fiestas patronales que año a año, lustro a lustro, me hacen ser de la opinión de aquellos que piensan que más que una tradición, se han convertido en una continuación de rutinas separadas por un año de reloj.
Como si de la película “Atrapado en el tiempo” se tratara, sólo que aquí sin existir día de la marmota, ni marmota, echo la vista atrás hasta donde mi maltrecha memoria recuerda y me doy perfecta cuenta de que lo que digo, no se basa en conjeturas y sí en hechos muy reales.

Como todos los años, su historia comienza con la traída, bajada o recibimiento de la Patrona de la ciudad que durante algo más de dos semanas permanecerá como guía, santa y seña de devotos y no tanto, que quieran acercarse a contemplarla en esa Iglesia Catedral, refugio de tantas penas y esperanzas.

Por allí pasarán cientos o quizás miles de almas; unas de par en par recibiendo y transmitiendo la alegría de verse acompañadas por esa madre que va más allá de la que les insufló la vida; otras, las más, autómatas teledirigidas, cámara o móvil en mano, para adueñarse del mejor sitio o perspectiva desde el que activar flashes buscando la mejor imagen de la imagen, sin pararse un solo segundo a pensar dónde y sobre todo cómo deberían actuar y comportarse en un lugar que siendo de culto, a muchas personas, las desnuda dejándolas simplemente con la piel de su propia incultura o falta de valores y educación mínimamente exigibles en un lugar así.

Muchas veces he pensado durante estos años, si fuera de toda lógica o razón, los ojos de esa imagen a modo de objetivo captaran en fotografías las almas de los centenares de personas que allí podemos llegar a congregarnos, qué revelarían.

De qué color se mostrarían nuestras hipocresías, falsedades, egoísmos, apariencias, afanes de protagonismo y tantas y tantas cosas que en pocos días no dejan de entrar y salir, salir y entrar.

Porque seamos, sinceros; en breve, cuando esa imagen retorne a su lugar habitual, en ese templo se volverá a colgar un cártel imaginario que dirá en letras grandes “SI TE HE VISTO, NO ME ACUERDO”.

Y muchos golpes de pecho, genuflexiones, persignaciones a dos manos y playback de oraciones sin sentimiento, volverán a ser pasto del olvido para ser desempolvadas a un año vista.

Pero independientemente de estas celebraciones de carácter religioso, están esas otras lúdico-festivas que año a año intentan enmascarar con sones, músicas y atracciones, lo que a mi modo de ver, no deja de ser una ciudad triste, sucia, anodina y con escasas perspectivas de un futuro auge cultural o tradicional.

¿Dónde quedaron sus puestos ambulantes que llenaban arterias principales? ¿Dónde se escondieron caricaturistas, orfebres y trabajadores que hacían de sus manualidades un arte?

¿Alguien ha visto, oído u olido pinchos morunos emparejados con botellines de rubia cerveza degustados en tambaleantes taburetes apostados en barras de frío metal callejero?

Pollos dorados a ritmo de fuego en un carrusel de vueltas que desprendían olores de hambre nocturna y que eran devorados en coloridos manteles de cuadros.

Porras y churros bañados en espeso chocolate negro y que calmaban madrugadas de ojos somnolientos.

Todo eso y más, hace años que dejaron de ser vistos por doquier y a lo sumo, fueron concentrados en un gueto de nombre “Recinto ferial”, cercano a unos pocos y alejado de la gran mayoría de los que componemos este gran enjambre humano, que a mi modo de ver, despersonaliza lo que debiera ser una fiesta de todos, para todos.

Son días estos que no vivo especialmente; muy al contrario. Puede que sea la edad, no lo niego; puede que sea el costumbrismo, la escasez de alicientes o simplemente que mi época de marcha juvenil, madrugadas concatenadas y cervezas rubias o cubatas imposibles, pasaron a mejor vida.

El caso es que me encuentro en ese estado en el que echar de menos, es sólo una expresión más.

Cual Rambo nostálgico, opto por vivir “día a día”; dejándome sorprender por lo que surja, si surge.

Y si no se diera el caso, no tirarme de pelos ni barba actual. Ya llegarán encuentros salvajemente reposados brindando entre amigos, conocidos o soledades, sin la obligación, costumbre o tradición de verme abocado a unos días de luces vacías en calles solitarias.









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