Como todos los años, su
historia comienza con la traída, bajada o recibimiento de la Patrona de la
ciudad que durante algo más de dos semanas permanecerá como guía, santa y seña
de devotos y no tanto, que quieran acercarse a contemplarla en esa Iglesia Catedral,
refugio de tantas penas y esperanzas.
Por allí pasarán cientos o
quizás miles de almas; unas de par en par recibiendo y transmitiendo la alegría
de verse acompañadas por esa madre que va más allá de la que les insufló la
vida; otras, las más, autómatas teledirigidas, cámara o móvil en mano, para
adueñarse del mejor sitio o perspectiva desde el que activar flashes buscando
la mejor imagen de la imagen, sin pararse un solo segundo a pensar dónde y
sobre todo cómo deberían actuar y comportarse en un lugar que siendo de culto, a
muchas personas, las desnuda dejándolas simplemente con la piel de su propia incultura
o falta de valores y educación mínimamente exigibles en un lugar así.
Muchas veces he pensado
durante estos años, si fuera de toda lógica o razón, los ojos de esa imagen a
modo de objetivo captaran en fotografías las almas de los centenares de
personas que allí podemos llegar a congregarnos, qué revelarían.
De qué color se mostrarían nuestras
hipocresías, falsedades, egoísmos, apariencias, afanes de protagonismo y tantas
y tantas cosas que en pocos días no dejan de entrar y salir, salir y entrar.
Porque seamos, sinceros; en
breve, cuando esa imagen retorne a su lugar habitual, en ese templo se volverá
a colgar un cártel imaginario que dirá en letras grandes “SI TE HE VISTO, NO ME
ACUERDO”.
Y muchos golpes de pecho,
genuflexiones, persignaciones a dos manos y playback de oraciones sin
sentimiento, volverán a ser pasto del olvido para ser desempolvadas a
un año vista.
Pero independientemente de
estas celebraciones de carácter religioso, están esas otras lúdico-festivas que
año a año intentan enmascarar con sones, músicas y atracciones, lo que a mi
modo de ver, no deja de ser una ciudad triste, sucia, anodina y con escasas
perspectivas de un futuro auge cultural o tradicional.
¿Dónde quedaron sus puestos
ambulantes que llenaban arterias principales? ¿Dónde se escondieron
caricaturistas, orfebres y trabajadores que hacían de sus manualidades un arte?
¿Alguien ha visto, oído u
olido pinchos morunos emparejados con botellines de rubia cerveza degustados en
tambaleantes taburetes apostados en barras de frío metal callejero?
Pollos dorados a ritmo de
fuego en un carrusel de vueltas que desprendían olores de hambre nocturna y que
eran devorados en coloridos manteles de cuadros.
Porras y churros bañados en
espeso chocolate negro y que calmaban madrugadas de ojos somnolientos.
Todo eso y más, hace años
que dejaron de ser vistos por doquier y a lo sumo, fueron concentrados en un gueto de
nombre “Recinto ferial”, cercano a unos pocos y alejado de la gran mayoría de
los que componemos este gran enjambre humano, que a mi modo de ver,
despersonaliza lo que debiera ser una fiesta de todos, para todos.
Son días estos que no vivo
especialmente; muy al contrario. Puede que sea la edad, no lo niego; puede que
sea el costumbrismo, la escasez de alicientes o simplemente que mi época de
marcha juvenil, madrugadas concatenadas y cervezas rubias o cubatas imposibles,
pasaron a mejor vida.
El caso es que me encuentro
en ese estado en el que echar de menos, es sólo una expresión más.
Cual Rambo nostálgico, opto
por vivir “día a día”; dejándome sorprender por lo que surja, si surge.
Y si no se diera el caso, no
tirarme de pelos ni barba actual. Ya llegarán encuentros salvajemente reposados
brindando entre amigos, conocidos o soledades, sin la obligación, costumbre o
tradición de verme abocado a unos días de luces vacías en calles solitarias.
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