Sus gentes, eran gentes conocidas y en cierto modo, entrañables; el charcutero de siempre, el peluquero habitual, el bar típico con sus típicas raciones, un pequeño kiosko de chuches y prensa… En fin, todo aquello que ha conformado un barrio de gentes conocidas y amigables aún dentro del anonimato de la gran ciudad.
Pero mi barrio, ha
cambiado; su fisonomía se ha trastocado y sin una explicación factible y
completa, mi barrio ha dejado de ser tranquilo, para convertirse en otra cosa
que nunca deseé.
Frente a mi
portal, un pequeño parque ha servido siempre como lugar de encuentro de niños,
mayores, ancianos y alguna que otra pareja de enamorados que con la excusa de
un tobogán, un periódico o un simple “tomar el fresco” en las tórridas noches
madrileñas ocupaban sus bancos, haciendo de este parque un lugar ameno y
francamente entrañable.
Pero los tiempos han cambiado y desgraciadamente, se hace más real que nunca aquello de “tiempos pasados fueron mejores”.
Existe un grupo de
jóvenes al que yo he apodado “la colmena”, que han convertido este pequeño
reducto en su territorio particular en el que dar rienda suelta a su modo de
entender la vida.
Jóvenes de todos
los colores y de diferentes nacionalidades, incluida la española, que en lugar
de enriquecer o aportar a nuestra cultura o modo de vida, lo positivo o bueno
de sus países o procedencias de origen, son claro ejemplo de lo que aún a
riesgo de que nos tachen de xenófobos o incluso racistas, no deseo que exista
en mi barrio, mi ciudad, ni mi país.
Yo les llamo “la
colmena”, con todo el respeto y aprecio que tengo por esos insectos tan
necesarios en nuestro ecosistema, porque ese grupo representa un conjunto de
zánganos y alguna reina (aunque más bien me parecen reinonas), que se dedican a
un único oficio que se les conozca, consistente en ocupar una serie de bancos
del parque para comer, beber y conversar a cualquier hora del día o de la noche,
sin importarles y mucho menos respetar, a quién puedan molestar.
Hasta ahí todo
podría parecer incluso normal, si no fuera porque además estos zánganos y
reinonas, no tienen el menor respeto o educación a la hora de conservar, al
menos, su entorno limpio y cuidado.
Les cuesta un
horroroso trabajo acercarse a los contenedores de basura que a escasos tres
metros y de todos los colores, tienen a su alcance. Es mucho más cómodo tirar
todo al césped del parque; botes, botellas rotas, bolsas de patatas, pipas,
caramelos, chicles, colillas y un largo etc. conformando un paisaje
apocalíptico más propio de un terreno en el que se realizan pruebas de misiles
que de un parque público. Quizás lo
hagan para que nunca falte trabajo al personal de limpieza del Ayuntamiento,
pero sinceramente, lo dudo como igualmente pongo en duda que las peleas que
tienen se deban a que partiéndose los morros y dientes den trabajo a dentistas
y cirujanos plásticos.
No contentos con
eso, las botellas, bolsas o desperdicios, también los riegan para mantenerlos frescos
con lo que sus vejigas urinarias ya no pueden aguantar; les importa un carajo
lo que opinen los demás; las palabras higiene o educación, no tienen sentido
para ellos; y todo ello, refugiándose en el miedo atroz que existe en esta aletargada
sociedad española de llamarles la atención ante el miedo de recibir como
respuesta el típico “eres un puto xenófobo y racista” o aquel “soy menor y no
me puedes hacer nada”.
Pues si eso es ser
un puto xenófobo o racista, debo decir que yo me considero uno porque no me
gusta ver como mi barrio se convierte en un estercolero, en el que las visitas
policiales se suceden casi a diario; en el que la droga pasa de mano en mano y
de boca en boca y en el que parece que estos “delincuentes educacionales” tuvieran
más derechos que las personas de bien que siempre hemos vivido y queremos
seguir viviendo en paz.
Y que no me hablen
de multiculturalidad, de comprensiones, de ayuda al refugiado, de ciudadanos
del mundo, de derechos sin deberes y de ayudas para que encima se rían en
nuestra cara por la caraja mental y consentida que tenemos en este país en el
que se desprecia la honradez para consentir convivencia. Porque todos somos muy valientes y muy solidarios, hasta que nos toca padecerlos.
Esta gentuza, no
puede ser nunca representativa de nada; que no se culpe a la crisis económica,
al gobierno de uno u otro color, o de aquello tan consabido de que “la sociedad
lo hizo así”
Bienvenida toda
persona (de las que me enorgullezco conocer unas cuantas), cuyo único afán sea
el de encontrar un lugar mejor que el que dejaron atrás y colaboren en hacer de
este país algo de lo que sentirnos todos orgullosos.
Pero esta gente,
esta gentuza, mucho me temo que aunque se les denomine de igual manera que a
los insectos de la colmena, jamás endulzarán con su trabajo o actitud, la vida
de nadie.
Pues totalmente de acuerdo.
ResponderEliminarYo vivo esta injusticia de derechos para los demas y de obligaciones para mi bajo la misma acusación si protesto de llamarme racista, cosa que nunca he sido ni seré. Pero lo que si no puedo ser es indiferente al abuso y a la mala educación de esta gentuza. Porque son eso, gentuza. Les informan muy bien de sus derechos, Que yo no se los niego, Pero obvian totalmente sus obligaciones.
Saben más que muchos de nosotros. Como bien dices, son maestros en los derechos que tienen, pero suspenden siempre los deberes. Difícil será pero espero que algún día cambien las cosas. Gracias por tu comentario. Besos.
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