Hay
detalles que no puedo ni quiero pasar por alto. Son esos detalles que me rozan
la fibra sensible y me abocan siempre a tirar de riendas para contener lágrimas
que quisieran desbocarse.
No
es necesario que exista un vínculo estrecho con algo o con alguien para
provocar en mí un sentimiento de completa ternura y reconocimiento.
En
este caso, hablaré de una escena, de un hecho, de un acontecimiento que siendo
considerado como algo en cierto modo habitual, un acto social más o si se
quiere una tradición con visos de perpetuidad, captó en mí la atención más allá
del hecho en sí.
Hubo
un día en el que una pareja como tantas otras, decidió que era el momento de decirse
que se querían ante Dios y ante los hombres, prometiéndose mil cosas, deseándose
compartir lo bueno que la vida les ofreciera y soportar lo malo que toda
adversidad acompañara.
Y
hace escasos días, veinticinco años después de esa promesa, sentado en un banco
de un hermoso templo, fui testigo de la renovación de ese compromiso. La misma
pareja, joven de aspecto, espíritu, e ilusiones, quizás con alguna cana
añadida, decidió conmemorar algo que en los tiempos actuales, no es tan fácil
de conseguir.
Sin
el miedo de los primerizos; sin los nervios de quien se aventura a lo
desconocido; con la experiencia que marcan los años y tantas y tantas
vivencias, aventuras y desventuras, volvieron a dar ese paso corto en el
tiempo, pero inmenso en trascendencia, que marca la vida de cualquier pareja de
novios.
Lo
de menos fue el arroz que nuevamente volara a sus cabezas; lo de menos fue la
alegre fiesta que acompañó la celebración, los bailes, las risas, los cánticos
y las exquisitas viandas y bebidas que no faltaron a la cita.
Lo
que me conmovió y provocó mi absoluta admiración es contemplar cómo veinticinco
años después, una pareja ante el altar, sin ensayo ni premeditación, une sus
manos con los dos frutos de su amor para rezar y dar gracias a la vida con una
hermosa oración que habla de ese Padre nuestro que está en los cielos en el que muchos tenemos la inmensa suerte de creer.
*Dedicado
especialmente a los protagonistas de esta historia, Raquel y Pablo, con el
deseo de que quien esto escribe, pueda volver a ser testigo dentro de otros
veinticinco años de un acto tan hermoso como el que nos brindaron.
Mi
agradecimiento también a toda su familia por hacernos
sentir a mí y a los míos como en casa. Desde la patata, G R A C I A S.
Precioso homenaje escrito por un maestro en las letras. Es una celebración que hoy día hasta puede sonar raro, yo los cumplí hace tiempo y tuve la suerte de tener todavía a mis padres conmigo.
ResponderEliminarSeguro que te agradecerán mucho tus palabras.
Pregunta capciosa y si quieres no la contestes: Eres periodista?. Sí, ya lo sé, a mi qué me importa.. je,je.
Jejeje.😃 Ya me gustaría a mí ser periodista y poder trabajar en una redacción de periódico o radio. Pero eso es algo que he descubierto un poco tarde. Muchas gracias por esas palabras pero ni mucho menos soy un maestro de nada. Dejémoslo en aprendiz con cierta experiencia. Como siempre querida amiga, muchas gracias y un abrazo enorme.
ResponderEliminarque deleite el haberte encontrado en esta tarde de sol y verano un abrazo.me ha encantado tu blog
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