Con
los pies en el suelo, el ciclista titubea antes de subir a la bicicleta. El
camino es largo y los obstáculos serán duros antes de llegar a la meta; pero
diríase que nació para eso; sin pretensiones de destacar. Su rol nunca fue el
de un líder; sus condiciones, su idiosincrasia, le hicieron ser un gregario
más.
Compañero
de compañeros, fiel amigo de sus amigos y cumplidor de funciones encomendadas,
no rehúye el trabajo en equipo aunque ello signifique renunciar a sus
criterios, cualidades o amor propio disfrazado de orgullo.
Mirada
al frente y comienza la carrera; buen ambiente inicial, risas por doquier,
charlas animadas e incluso relajación disfrutando de paisajes. Como niños
jugando a ritmo de pedalada sin ruedines.
Poco
dura esa falsa tranquilidad, porque basta una mirada, una palabra o un gesto
para que las hostilidades se batan en desiguales duelos que nunca buscó.
Comienzan
los abanicos, los vaivenes a velocidad de vértigo. Un descuido y perderá de
vista objetivo y misión.
Deberá
estar muy atento para no ser absorbido por la voracidad del pelotón.
De
repente, falsa calma momentánea que no es sino el prólogo de la verdadera
batalla que se avecina en largos y tortuosos kilómetros de desnivel apuntando
al cielo.
Armarse
de valor, paciencia y fuerza, son tres de las cualidades necesarias para
coronar el puerto. Se inicia la escalada y el ciclista comienza a notar los
efectos de un asfalto inmisericorde que no perdona piernas, corazón ni cabeza.
Empieza
a faltar el aire, el sudor empapa su cuerpo y su mente envía órdenes que a
duras penas pueden ser cumplidas por unos músculos agarrotados.
El
gentío le rodea; los gritos le acompañan, pero él se siente sólo. Busca con la
mirada al amigo, al compañero y sólo encuentra el abandono y la indiferencia.
Es
en esos momentos en los que bastaba una mirada o una palabra para recargar la
batería de su cuerpo, cuando se siente tan desesperado como otros que corrieron
su misma suerte.
Uno
a uno, sus sufrimientos van moldeando aquello que nunca imaginó padecer.
Aquellas
buenas palabras del amigo, del compañero, del colega, se tornaron en olvidos
cuando más se necesitaba su cercanía y apoyo.
En
ese instante de ofuscación y perplejidad, se abrió su mente y comprendió que en
los momentos buenos, cualquiera puede pedalear a su lado o ir a rueda, pero en
los malos, quizás sólo quien menos imagine, se le acercará ofreciendo su ayuda,
rescate o simple compañía.
Desde
ese día, desde esa y sucesivas carreras, el ciclista desconfía de parabienes,
buenos deseos y falsas promesas y pretextos aunque deba disfrazar su cara y
ánimo de lo que ya está comenzando a no sentir.
Hoy
ese ciclista a fuerza de etapas como esa, comienza a vislumbrar un poco tarde
quizás, que en la vida, como en la carretera, lo verdaderamente importante, es
no dejar nunca de pedalear aunque para ello deba llegar a plantearse cambiar de
equipo.
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