Sólo
han transcurrido unos pocos meses, pero el reencuentro con viejos amigos
siempre es un motivo de alegría en toda persona que sepa apreciar la amistad.
No
son mejores ni peores amigos que el resto de los que puedan conservar los
millones y millones de gentes que pueblan nuestro planeta, pero sí que tienen
algo que les diferencia; se adaptan perfectamente a lo que yo buscaba, la vida
me permitía y realmente necesitaba.
Al
vernos nuevamente, puede que ellos y yo nos preguntemos si no estamos algo más
mayores, rotos por dentro o por fuera o si realmente nuestra relación ha hecho
mella en alguno de nosotros durante estos meses de ausencias mutuas.
Yo
los observo; aparentemente, los encuentro igual. No sé si alguno con una
pequeña disminución de su colorida tez natural.
Mirándoles,
comienzo a recordar los buenos tiempos compartidos en largas y frías jornadas
de madrugón, cafés y trabajo.
Unos
antes, otros después, en mayor o menor medida, siempre estuvieron ahí cuando
los necesité; sin rechistar, sin preguntar.
Por
eso, hoy, en un día de frío invernalmente otoñal, al abrir un armario, remover
sus perchas y reencontrarme con esa camiseta interior de media manga, churro o
manga entera, esa camisa de tacto suave y cálido o ese señor jersey algo
descolorido pero pidiendo cuerpo que cubrir, me sentí bien, porque mi interior
pide fríos que abrigar más que calores que sofocar.
Y
ya superando todo lo anterior, esa cazadora arrinconada, para demostrarme que
no me guarda ningún rencor, me regala de sus bolsillos unos caramelos de menta
y miel que un tipo como yo un día olvidó.
Siempre es bueno cualquier reencuentro, iré al armario y buscaré en el baúl de los recuerdos, tengo que encontrar mi viejo uniforme, aquel que me regaló tantas vivencias que dejaton una gran cicatriz en mi corazón.
ResponderEliminarAbrazos ya con frío.
Sólo son ropas o uniformes, pero en su día también formaron parte de nuestra historia y por ello siempre se les tiene cierto cariño.
ResponderEliminarUn abrazo casi casi invernal.