Desde las alturas, las
cosas se ven y perciben distintas; la perspectiva todo lo da y la apertura del
campo de visión, magnifica lo que antes era un espacio reducido.
Pero más allá de lo que
uno ve, también está lo que uno siente o deja sentir.
Aclarar gargantas,
estirar músculos, afinar voces en un ambiente distendido, ya es un logro para
una persona como yo que un día fui tentado a cantar en un pequeño coro entre
caras conocidas de un entorno parroquial al que me une amistad, creencia y
oración.
Acompañar a viva voz lo
que antes se interiorizaba quizás por miedo, quizás vergüenza o simplemente falta
de costumbre, que no interés, es una experiencia realmente plena en
sensaciones.
El pasado sábado,
resultó ser un día repleto de buenas vibraciones.
Mentiría si digo que
esperaba que así lo fuera en lo que a corcheas, tonos o semitonos mi vista y
voz deberían seguir para el bien común y particular de la empresa a realizar.
Andaba mi mente
taciturna, mi ánimo musical desgastado y la ilusión habitual por hacer al menos
el intento de cantar con cierto acierto, ciertamente desacertado. Y permitidme
que valgan todas las redundantes redundancias.
Mismo lugar, mismas personas,
mismas letras y notas a ensayar, me llegaron a hacer sentir como a esa marmota
que tiene su día señalado en el calendario y que no espera nada nuevo al salir
al mundo.
Sin embargo, el evento era
y se convirtió en especial. No todos los días sesenta y tres jóvenes se
confirman como amigos del Amigo.
Familias, colegas,
vecinos, todos de tiros largos dirigidos y ayudados por esos otros amigos de
largas vestimentas con olor a incienso.
El marco, ideal; el
aforo, lleno a rebosar.
Así nos dirigimos
carpeta en mano y elevándonos hasta el segundo piso sin ascensor, al
emplazamiento inhabitual para nosotros del coro principal de nuestra querida
Catedral.
Pocas notas me
bastaron, pocos acordes se acompasaron para saber, percibir y sentir que allí
nada era igual a lo que unos minutos antes y dos pisos más abajo podía pensar.
El pesimismo dio paso a
la esperanza; el orgullo se vistió de humildad y las personas dejaron de ser
caras con nombres para ser voces amigas.
Me vi envuelto en sones
con sabor a gloria; de palabras con profundo sentido y de hermanos compañeros
de pentagramas, abrazos y cariños.
Fue una inyección de
moral; una ventana abierta que ventiló aires viciados; un cierto éxtasis en
gotas de perfume músico-espiritual.
Sentirse uno a la vez
nada y todo; vivir con intensidad un momento de fuera adentro y de dentro
afuera.
Sentir que un compás
habla, te habla y le hablas. Y que siendo veinte somos uno cantando a Otro.
Que dos horas parezcan
minutos y que importe poco si se cantó mejor o peor cuando la unión y la fe hicieron
música.
Dibujar sonrisas,
degustar cervezas, familia, abrazos y algún beso inesperado, fue la guinda a
una jornada que comenzando en bajas tierras y sentimientos, alcanzó la gloria
en las alturas.
P.D. Dedicado a mis
compañer@s y sin embargo amig@s de la Capilla Musical de la Catedral de Getafe;
desde su Director a cualquiera de las buenas voces y personas que se sumaron al
evento.
A los sesenta y tres
confirmados (especialmente a Iván por querer que subiera y bajara dos pisos
para poner mi mano en su hombro).
A los sacerdotes,
catequistas, padres y padrinos.
A los míos (los que son
de sangre y los que no).
Y cómo no, a Aquel sin
cuya presencia, nada de esto hubiera sido.
Siempre es un placer pasar por aquí y tomarse un café con sabor a recuerdo. Me alegro de que las buenas vibraciones volvieran cuando menos lo esperabas. Es lo que tiene la música... nunca sabes cuando volverá a sorprenderte una vez más. Un beso tan grande como tu talento para escribir <3
ResponderEliminarLa música me llega a sorprender, pero quien realmente no deja de hacerlo, es el Colega.
ResponderEliminarBesazo grande.
En mayo de 2003 viví esta misma experiencia con un grupo de jóvenes que el Señor puso en mis torpes manos. Ese día fue -y es- inolvidable. Chicos sanos e ilusionados (5 años estuvieron en catequesis). A la puerta me esperaban con un ramo de 10 rosas rojas, dos tarjetones y una placa que decía: "Gracias por aguantarnos" junto con sus nombres. Jamás olvidaré ese día, así como el que dos de ellas me pidieran ser su madrina porque no había nadie "mejor" para ellas.
ResponderEliminarEl otro día viví esa misma experiencia con otro grupo, "mi grupo", esos jóvenes que el Señor puso en mis torpes manos a modo de "catequista suplente" durante más de un año. Chicos menos sanos, con la inocencia perdida y con poca ilusión (salvo la de estrenar ropa y la fiestecilla). Por más que me empeño en restaurar esa inocencia... qué difícil es, pues el mundo les roba tan rápido todo. Y la alegría, pasó a la tristeza al comprobar que algunos padres... no quieren saber mucho de sus hijos ni en ese día; y una ve cómo buscan a esos pás como locos, pero los pás... no están. Ojala pudiera darles el Amor que les saciara. Me dolió tanto dolor.
Y en medio de todo eso, ocurren los milagros: una mirada, una sonrisa, un "Patri" pronunciado como nunca, un abrazo de una madre que no paraba de llorar y dar las gracias, un WhatsApp a las 2 de la mañana dándome las gracias por cuidarla y quererla,... Cosas que uno no espera y ocurren.
Merece la pena estar enferma si, ofreciendo eso por ellos, encuentran la Vida.
Merecen la pena los "disgustos", si encuentran la Vida.
Merecen la pena tantas y tantas cosas... si encuentran al Alguien que nos transforma a todos.
Ayer, "mi rebelde peligroso" me sorprendió: "Patri, lo que más me gustó fue la foto porque ahí me di cuenta de que no estoy solo en el camino de la fe". Sin palabras me dejó.
Gracias por tus palabras escritas, gracias por la parte que me toca, gracias por estar como enviado de Gaspar (aunque solo dos lo vivieran con ilusión pues hasta te encontraron al ser padrino de Iván).
G R A C I A S!
Los tiempos cambian y las personas, desgraciadamente, parecen ir con estos tiempos. Tiempos de poca comunicación más allá de un mensaje en las redes “anti-sociales” que nos toca vivir.
ResponderEliminarPero como bien dices, los milagros también existen y donde no cabía una esperanza, aparece una sorpresa que vale por todo el pesimismo que pudiéramos tener.
Esas sorpresas serán las que te hagan seguir adelante con más entusiasmo si cabe.
Me alegro mucho por ese grupo del que algo muy bueno, seguro que surgirá.
Muchas gracias Patricia por dejar por este barrio un pensamiento tan hermoso.
Besos