Debería
ser ésta quizás una entrada en cierto modo triste, nostálgica o cargada de
recuerdos y homenajes para quien hoy hace justamente un año, marchó en silencio
y en paz hacia otra vida sin fin.
Pero
precisamente porque creo que la carretera de la vida (de su vida) no acabó ese
once de febrero del pasado año, hoy voy a intentar que el recuerdo exista, pero
vestido con galas de esperanza; que echar de menos no se conjugue en pretérito
imperfecto sino en futuro perfecto cargado de eternidad. Y si debo llorar,
lloraré al igual que si el cuerpo me pide risas, también se las daré.
No
puedo quejarme ni quiero, porque no perdí una madre, gané un ángel;
No
puedo quejarme ni quiero, porque esa silla que un
día abandonó, se plegó y dejó su espacio ocupado por recuerdos de mil amores.
Así
que hoy, mañana y siempre, miraré al cielo y rebuscaré en mi interior para
sacar de mí el mejor regalo que en la distancia y hasta que nos volvamos a ver,
le puedo ofrecer:
Un
ramillete de violetas envuelto en oración.
Como sienpre Luismi escribiendo
ResponderEliminareres especial.
Gracias Cova. Besos
ResponderEliminarEspecial escribiendo sobre la vida y especial aceptando la muerte. Créeme, Luismi, tu serenidad me ha emocionado, es precioso. Cuando he escrito algo sobre mi madre lo he pasado fatal y termino destrozada. Has acertado plenamente con tus palabras y quiero que sepas que cuando abro tu blog, lo primero que leo es :" Una me dio la vida, la otra lo es".
ResponderEliminarSeguro que el cielo está inundado de aroma a violetas.
Hoy dos abrazos, uno para ella.
Hoy tres abrazos si contamos el que te doy yo por tus hermosas palabras. Creo que esa serenidad me la da el saber que aquí hizo y vivió todo lo que la vida le dio y que ahora es cuando está disfrutando eternamente.
ResponderEliminarMuchas gracias como siempre. Seguro que ella también te envía un abrazo en agradecimiento.