Cuatro
segundos es poco más que un suspiro prolongado o dos parpadeos. Pero, en
ocasiones, qué largo e interminable se hace un espacio tan corto de tiempo.
Andaba
yo en uno de mis quehaceres habituales de compra carro en mano en uno de esos
supermercados de nombre que obviaré por mucho que su publicidad indique que es
donde se ahorra más.
Ese
día, cosa poco habitual, acudí a ese lugar muy tranquilo y con la intención de
sin prisa, pero sin pausa y sin alterarme, recorrer sus pasillos y mirar sus
estanterías que ayer no estaban colocadas así como suele ser común por ese
marketing cabrón que a todos nos hace el pene un lío, por utilizar una
expresión algo más culta de lo habitual.
Local
con tres cuartos de entrada y carro medio lleno, o medio vacío, según se mire.
Lista
de la compra con todos los elementos tachados con tinta azul y me encamino a
una de las cajas en las que te recibe una de esas cajeras habituales que por su
expresión, carente de toda cordialidad, ya sabes a ciencia cierta que les debes
algo antes de acercarte.
Deposito
toda mi compra en la cinta transportadora y me sitúo a la altura de la
dependienta con el pelo a dos, tres o cuarenta colores (porque cada día lleva
uno). Y ahí, se detuvo el tiempo.
Sus
ojos faltos de parpadeo, se fijaron en los míos y su expresión alcanzó la
pétrea mirada de un cadáver.
Yo
no sé si respiraba, pero a mí me dejó sin respiración durante esos cuatro
segundos.
No
movía un músculo; solo me miraba provocando que mi mente me jugara la pasada de
atormentarme a preguntas sin respuesta inmediata:
¿le
habrá dado un aire?
¿asoma
por mi nariz lo que no debería asomar?
¿me
abandonó o se divorció de mí el desodorante?
¿se
me habrá torcido la boca?
O
lo que es infinitamente peor e incomprensible…
¿se
habrá enamorao?
El
caso es que transcurridos esos interminables cuatro segundos, no acabó aquí
este affaire eróticocleidomastoideo, porque al desviar su mirada de la mía,
cerró de golpe la tapa de su caja de monedas, atrapando con su acto parte de la
camisa de su impecable uniforme y sin poder soltarse hasta que me cobrara a mí.
Ella
no sabía si llorar y yo no sabía si correr.
Me
cobró, le pagué y marché de allí como un fiambre andante con silueta de tiza alrededor
del cuerpo de cualquier asesinato de serie barata.
No
quería ni tocarme un solo pelo de la cabeza hasta que una opinión experta
supiera decirme qué había distinto en mí para que esa cajera de siempre en el
lugar de siempre, se obnubilara conmigo
pero sin mí ni mi intención.
No
quise ni mirarme al espejo del ascensor.
Abrí
la puerta de casa y sin pisar cocina, busqué a mi chica y le pregunté a su
perpleja mirada:
¿Ves
algo diferente en mí? “La ropa, la cara, el pelo…; fíjate bien.”
Y
me respondió lo que más me temía:
“NO”
Desde
entonces, tengo miedo a pasar cuatro segundos con esa mujer.
Querido Luismi, seguro que esa cajera, ocupada siempre en mil tareas no se fijó nunca en un tipo como tu, seguro que pensó al verte lo agradable que tiene que ser que tu chico te haga la compra y que tengas todo en casita colocado para cuando llegué ella. Seguro que se imaginaba a una mujer agradecida de que un tipo interesante dedique su tiempo a mejorar su vida.
ResponderEliminarSe de buena tinta que esos hombres son muy deseados y sus mujeres muy envidiadas.
No hay vez que uno que yo se haga la compra y lo vea una conocida que no me haga ver la suerte que tengo de tener un hombre así. Y digo yo.... me lo merecere, No?
Pues claro que te lo mereces. Pero en este caso concreto y conociendo desde hace mucho tiempo a la susodicha, ya te digo yo que los tiros no van por ahí je je je.
ResponderEliminarBesos
Creo que una mirada de cuatro segundos, es un tiempo excesivo para una cajera, si te ocurre otro día pregúntale si quiere algo, ¿quien sabe?.
ResponderEliminarSaludos.
¿Aún no te has dado cuenta de la amargura que suelen tener esas cajeras?, alguna amable hay, pero se cuentan con los dedos de media mano.
ResponderEliminarTres cosas: una, pensó "este es el que escribe esas entradas tan bonitas". Otra, pues no está mal el chico y la tercera, se estaría haciendo pis y no llegó a poner la cadena para cerrar la caja.
¿Con cual te quedas?. Yo con la primera.
Qué observador eres Luismi...
Ja,ja.
Casí que prefiero mantenerme callado Matías no vaya a ser que la contestación sea peor que la pregunta je je je.
ResponderEliminarGracias
Un saludo
Ja ja ja. Querida amiga, yo descartaría las dos primeras. La tercera me parece más cercana, aunque yo creo que más por estreñimiento que por hacerse pis.
ResponderEliminarGracias como siempre.
Besos y abrazos