lunes, 6 de marzo de 2017

Cuatro segundos

Cuatro segundos es poco más que un suspiro prolongado o dos parpadeos. Pero, en ocasiones, qué largo e interminable se hace un espacio tan corto de tiempo.

Andaba yo en uno de mis quehaceres habituales de compra carro en mano en uno de esos supermercados de nombre que obviaré por mucho que su publicidad indique que es donde se ahorra más.

Ese día, cosa poco habitual, acudí a ese lugar muy tranquilo y con la intención de sin prisa, pero sin pausa y sin alterarme, recorrer sus pasillos y mirar sus estanterías que ayer no estaban colocadas así como suele ser común por ese marketing cabrón que a todos nos hace el pene un lío, por utilizar una expresión algo más culta de lo habitual.

Local con tres cuartos de entrada y carro medio lleno, o medio vacío, según se mire.

Lista de la compra con todos los elementos tachados con tinta azul y me encamino a una de las cajas en las que te recibe una de esas cajeras habituales que por su expresión, carente de toda cordialidad, ya sabes a ciencia cierta que les debes algo antes de acercarte.

Deposito toda mi compra en la cinta transportadora y me sitúo a la altura de la dependienta con el pelo a dos, tres o cuarenta colores (porque cada día lleva uno). Y ahí, se detuvo el tiempo.

Sus ojos faltos de parpadeo, se fijaron en los míos y su expresión alcanzó la pétrea mirada de un cadáver.

Yo no sé si respiraba, pero a mí me dejó sin respiración durante esos cuatro segundos.

No movía un músculo; solo me miraba provocando que mi mente me jugara la pasada de atormentarme a preguntas sin respuesta inmediata:

¿le habrá dado un aire?

¿asoma por mi nariz lo que no debería asomar?

¿me abandonó o se divorció de mí el desodorante?

¿se me habrá torcido la boca?

O lo que es infinitamente peor e incomprensible…

¿se habrá enamorao?

El caso es que transcurridos esos interminables cuatro segundos, no acabó aquí este affaire eróticocleidomastoideo, porque al desviar su mirada de la mía, cerró de golpe la tapa de su caja de monedas, atrapando con su acto parte de la camisa de su impecable uniforme y sin poder soltarse hasta que me cobrara a mí.

Ella no sabía si llorar y yo no sabía si correr.

Me cobró, le pagué y marché de allí como un fiambre andante con silueta de tiza alrededor del cuerpo de cualquier asesinato de serie barata.

No quería ni tocarme un solo pelo de la cabeza hasta que una opinión experta supiera decirme qué había distinto en mí para que esa cajera de siempre en el lugar de siempre, se obnubilara conmigo pero sin mí ni mi intención.

No quise ni mirarme al espejo del ascensor.

Abrí la puerta de casa y sin pisar cocina, busqué a mi chica y le pregunté a su perpleja mirada:

¿Ves algo diferente en mí? “La ropa, la cara, el pelo…; fíjate bien.”

Y me respondió lo que más me temía:

“NO”

Desde entonces, tengo miedo a pasar cuatro segundos con esa mujer.








6 comentarios:

  1. Querido Luismi, seguro que esa cajera, ocupada siempre en mil tareas no se fijó nunca en un tipo como tu, seguro que pensó al verte lo agradable que tiene que ser que tu chico te haga la compra y que tengas todo en casita colocado para cuando llegué ella. Seguro que se imaginaba a una mujer agradecida de que un tipo interesante dedique su tiempo a mejorar su vida.
    Se de buena tinta que esos hombres son muy deseados y sus mujeres muy envidiadas.
    No hay vez que uno que yo se haga la compra y lo vea una conocida que no me haga ver la suerte que tengo de tener un hombre así. Y digo yo.... me lo merecere, No?

    ResponderEliminar
  2. Pues claro que te lo mereces. Pero en este caso concreto y conociendo desde hace mucho tiempo a la susodicha, ya te digo yo que los tiros no van por ahí je je je.

    Besos

    ResponderEliminar
  3. Creo que una mirada de cuatro segundos, es un tiempo excesivo para una cajera, si te ocurre otro día pregúntale si quiere algo, ¿quien sabe?.
    Saludos.

    ResponderEliminar
  4. ¿Aún no te has dado cuenta de la amargura que suelen tener esas cajeras?, alguna amable hay, pero se cuentan con los dedos de media mano.
    Tres cosas: una, pensó "este es el que escribe esas entradas tan bonitas". Otra, pues no está mal el chico y la tercera, se estaría haciendo pis y no llegó a poner la cadena para cerrar la caja.
    ¿Con cual te quedas?. Yo con la primera.
    Qué observador eres Luismi...
    Ja,ja.

    ResponderEliminar
  5. Casí que prefiero mantenerme callado Matías no vaya a ser que la contestación sea peor que la pregunta je je je.

    Gracias

    Un saludo

    ResponderEliminar
  6. Ja ja ja. Querida amiga, yo descartaría las dos primeras. La tercera me parece más cercana, aunque yo creo que más por estreñimiento que por hacerse pis.

    Gracias como siempre.

    Besos y abrazos

    ResponderEliminar

Se agradece siempre tu compañía y opinión. Este blog sería un algo en la nada sin comentarios.
Gracias

Privilegiado

El diccionario nos revela que una persona privilegiada es aquella que tiene cierto privilegio, ventaja, derecho especial, prerrogativa o acc...