miércoles, 20 de septiembre de 2017

El gato que ladró



Si me dieran a elegir entre un perro o un gato a la hora de completar huecos, tiempo y soledades en mi hogar, me decantaría sin duda por un perro.

Nada tengo en contra de los gatos. De hecho, durante varios años del siglo pasado, convivieron en casa dos felinos y una pequeña perrita.

Debo reconocer que los gatos son adorables. Esos ojos de gata (nunca mejor dicho) hipnotizan a cualquiera. De pequeños, nunca quieres que crezcan porque quien no se haya divertido jugando con ellos, es que no tiene sangre en las venas.

Pero los gatos crecen y con su crecimiento se observa que donde antes sólo existían saltos, juegos y bailes, ahora son cambiados por ronroneos y roces de pierna rabo en alto para ser acariciados. De ahí a un “tierno” arañazo cuando no les interesa tu cercana compañía, va un parpadeo.

Los perros suelen ser más brutos, pero a mi juicio, bastante más nobles en sus relaciones con humanos.

Y hasta ahí puedo leer en cuanto a esos animalitos de cuatro patas tan comunes en nuestras vidas. Opiniones, como los colores. Reservado el derecho de opinión.

Ahora es el momento de profundizar en cuanto a perspectiva sobre esos otros “animalitos de dos piernas” y que nadie se me ofenda.

Conozco personas brutas, vociferantes en ocasiones, claras en sus apreciaciones, silenciosas cuando deben serlo y aconsejantes cuando son buscadas para un consejo.

Y por otro lado, conozco también el otro lado de la fuerza en personas calladitas, sin palabras altisonantes. De esas que escuchándolas pareciera que te mecen la cuna que muchos días llevamos a nuestras espaldas.

Personas que dan impresión de no haber roto un plato ni siquiera de plástico en su vida.

Por norma, me suelo guardar de esas personas en la medida de lo posible. No por mucho acallar la voz o pisar más suave, se amanece más temprano.

Diríase que algunas de esas personas, como los gatos, esconden uñas retráctiles para clavarlas cuando menos te lo esperas.

Con sus actos, con sus opiniones e incluso con sus sentencias, te hacen ver que su piel o su alma, aunque lo pareciera, no es toda de terciopelo.

Todos, sin excepción, tenemos algo que ocultar; nadie es completamente transparente. Lo único que sí pido y me pido a mí mismo, es no llegar a ladrar como un gato.





7 comentarios:

  1. Los perros me encantan, pero la esclavitud para cuidarlos me supera.
    Interesante reflexión sobre los humanos.
    Un saludo.

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  2. Querido Luismi.
    Te doy toda la razón! Todos guardamos en lo más profundo esos pequeños defectos que nos afeamos y nos afean en la vida. Ese no es el problema, es comprensible querer que los demás sólo conozcan nuestra parte buena. El problema viene cuando ese " monstruo " que llevamos dentro se hace dueño de algunos. Y el problema es que esas personas abducidas por ese monstruo se ocupan y preocupan de, con manos de Ángel, ir sembrando el camino de los demás de agudos clavos esperando que te los claves para ir corriendo a ayudarte y querer saber cuanto te duele.
    Sólo espero que,ese amigo común del que disfrutamos, me ayude a evitarlos y a procurar evitarselos a las personas importantes de mi vida.

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  3. Nadie mejor que Ese Amigo común. Con su ayuda y con un poquito de personalidad de cada uno, no habrá gato que nos pueda ladrar.

    Besos

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  4. Nadie mejor que Ese Amigo común. Con su ayuda y con un poquito de personalidad de cada uno, no habrá gato que nos pueda ladrar.

    Besos

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  5. Prefiero mil gatos y diez mil perros, que un bípedo de esos que parece que nunca han roto un plato y cuando menos lo esperas rompen la vajilla entera.
    Si hay algo que no perdono, amigo Luismi, es la violencia y esa es típica de los que muerden con la lengua y arañan con las uñas.
    Que tengas un feliz otoño.

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  6. Feliz otoño querida amiga.

    Un abrazo

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