jueves, 23 de noviembre de 2017

Terrores nocturnos



Lo insospechado de una madrugada de manecilla a las cuatro, puede encontrarse en cualquier lugar, aunque quizás el peor de los escenarios posibles sea el propio cerebro humano.

Calles vacías, silencio raramente masticable; semáforos mudos, viento escondido y persianas bajadas.

Una esquina, una tienda de nombre idéntico a la ciudad de los Simpsons. 

Al doblarla, una alarma que suena; un detector en su puerta que se activa emitiendo cortos pitidos y activando luces rojas. En su interior, oscuridad y maniquíes quietos al acecho. ¿Quién activó esa alarma? 

No pude ser yo. ¿Entonces quién? o lo que es peor ¿qué?.

Pulso acelerado por lo inesperado. Continúo avanzando.

A escasos metros, una rejilla en el suelo; una corriente de agua escondida en su fondo y una mano. 

Una mano de uñas extrañamente largas luchando por salir de su destierro.

Me alejo en diagonal temiendo por mis pies al ser atrapados.
Sigo avanzando. Una plaza, unas banderas chocando contra el mástil que las sostiene. ¿Qué las mueve si no hay viento?

Un coche de policía; nadie en su interior.

Acelero el paso y una sombra. La sombra de un cartero de dureza en bronce. Yo lo miro y él me mira girando la cabeza al pasar ante él.

Si mueve un pie, corro.

Veinticinco metros más allá, un gato que sin ser negro, huye despavorido perseguido por la nada.

Mi refugio está cerca; la salvación del hogar me espera.

Última acera, últimos metros y el bar vecino de siempre. Mesas encadenadas como siempre; luces apagadas como siempre; cortinas corridas como siempre, excepto en un pequeño hueco ocupado por una cara que me observa como nunca.

Echo mano al bolsillo; extraigo nervioso las llaves; inserto una en la cerradura; no entra. ¿Cómo podían entrar si son las del trabajo?

Consigo abrir; la puerta se cierra tras de mí con una parsimonia inusual. 

Los detectores me detectan y dos bombillas se encienden.

La escalera me ofrece sus peldaños; son dos pisos, treinta escalones.

Levanto un pie y al iniciar la ascensión, una puerta con cartel de CONTADORES, comienza a abrirse.

Treinta escalones que subí en quince cuando el cartel de 2º-2 apareció ante mí.

¡S A L V A D O!

Abrí, entré, cerré y respiré aliviado esbozando una risa nerviosa de quien a su edad jugaba a desvaríos mentales propios de otro siglo.

Me calmé, eché la llave y en lugar de una vuelta, le di las dos.

Nunca se sabe…



2 comentarios:

  1. Querido Luismi.
    Vaya!!!! Que suspense.
    Me hiciste pasar casi miedo y respire cuando llegaste a casa.... Yo no soy miedica pero también hubiera dado dos vueltas a la llave

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  2. Je je je. No es que me dé mucho miedo andar por las calles a esas horas, pero sí que reconozco que en ocasiones (como puede ser al ver una película de terror), soy un verdadero cagao.

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